Comparece Anguita tocando a difunto por
la unidad de la izquierda con su prosopopeya habitual: ¡malditas las
siglas! declama, haciéndolas responsables de la desunión. Más parece al
revés: hay siglas porque no hay unidad y no a la inversa. Como sea, el
llamado califa anuncia su silencio hasta el día 21 de diciembre en
que comparecerá de nuevo, probablemente a leer el catón a los
perdedores. No juzga imprescindible su presencia ya que no parece haber
riesgo de que nadie pretenda buscar unidad con la bicha del PSOE.
No
ha habido unidad de esta izquierda que a sí misma se considera
"verdadera" o "transformadora" para distinguirse de los acomodaticios
socialdemócratas porque la presencia del comunismo en el núcleo de IU la
hace imposible. Es cierto que hubo intentos de forjar una unión entre
IU y Podemos en un principio, pero se desvanecieron prontamente. En
Podemos había una clara conciencia de que la ventaja que le daba su
relativa novedad, su frescura, su impronta de 15M se disiparía si la
gente lo veía asociarse con el viejo comunismo. Lo cual es cierto. El
comunismo no es buen cartel electoral y los propios comunistas lo saben.
La prueba es que hace años que concurren a las elecciones camuflados
bajo otras siglas. Pero todo el mundo sabe que el alma de IU es el
Partido Comunista y eso es una losa pesada sobre sus expectativas
electorales. El único a quien no parece alcanzarle algo tan evidente es
Alberto Garzón, a causa sin duda de su mucha juventud y escasa
experiencia.
Algunos
dirigentes de Podemos, en cambio, lo han visto con claridad y lo han
encajado en su discurso de la necesidad de superar la cultura de la
derrota, la de salir a ganar, para lo cual es altamente recomendable evitar toda asociación con los sempiternos cenizos perdedores, los comunistas. Garzón tenía un sitio en Podemos como individuo físico, pero no lo que representaba.
Librarse
del abrazo del zombi comunista era una necesidad de supervivencia de
Podemos. Queda por ver si esta precaución es suficiente para garantizar
su éxito electoral, cuyas previsiones hace un año eran altísimas y ahora
están en claro retroceso. Y no lo parece por tres razones:
a)
su confusión programática. Entre el radicalismo de los primeros
planteamientos y las propuestas que van desgranándose en el programa hay
una considerable rebaja por vía de la moderación. Una visión menos
tajante, más conciliadora, negociadora, pactista, de lo que se intuía en
un comienzo. La política fiscal se hace más conservadora, igual que la
política exterior; de la República no se habla; del aborto, tampoco; el
proceso constituyente se ha reducido a una propuesta de reforma
constitucional con cinco puntos. El ejemplo más palmario de esta
recogida de velas en todos los sentidos es el de cómo se aplica el
propósito de renovación generacional. Los nombres de Carmena, Rodríguez,
Pérez Royo, el del ex-presidente de las Cortes de Castilla y León y el
del juez Castro quien, finalmente, no fue en la lista porque le
alargaron la vida laboral, suman 350 primaveras. Es sensato echar mano
de gentes experimentadas y darle valor simbólico a bombo y platillo
mediáticos, pero de renovación generacional aquí hay poco.
b)
su relación con los medios. Podemos es, en realidad, un partido surgido
por y para los medios. A partir de su postulado nuclear originario,
según el cual es preciso conquistar la hegemonía a través de los medios
de comunicación, el partido ha alcanzado un grado alto de
interpenetración con ellos de forma que, para informarse de sus
posiciones, suele ser más práctico mirar las parrillas de las
televisiones que los puntos del programa. La plana mayor del partido
está en permanente exposición mediática, ganando extraordinaria
relevancia pública, y su dirigente principal es una figura ubicua en el
universo audiovisual. La cuestión es si ese predominio mediático se
traduce automáticamente en aumento de votos. Por ahora, los datos lo
niegan. Es posible que, de aquí a las elecciones, cambien las tornas y
la sobreexposición a los medios dé buen resultado. Pero también es
posible que no.
c)
su funcionamiento, estructura interna, procesos de adopción de
decisiones. El espontaneísmo y asamblearismo de los primeros momentos ha
dejado paso a una estructura jerárquica y disciplinada de partido, casi
en aplicación del principio bolchevique del centralismo democrático.
Tal cosa está haciéndose patente en la confección de las listas para las
elecciones, en la que se dan las prácticas y problemas habituales en
estos casos en los partidos institucionales tradicionales. Pero eso
provoca contradicciones internas en la organización, crisis y conflictos
que debilitan sus perspectivas electorales.
Por
último, el asunto crucial de la unidad de la izquierda sigue siendo
este empeño de la llamada izquierda "transformadora" de no admitir
ninguna relación con el PSOE que no sea el quimérico sorpasso.
Más que un empeño, una obsesión. El dictamen de "el PSOE no es de
izquierda", con el cual no están de acuerdo, obviamente, ni los
socialistas ni sus votantes, impide todo acercamiento a una fuerza
política cuyo suelo es un veinte por cien del voto y sin el cual es
imposible pensar siquiera en un gobierno de izquierda. Es absurdo. El
intento, algo más ladino, de distinguir entre la dirección socialista y
los militantes y votantes, en los que se presume una verdadera
alma socialista frente al aburguesamiento de aquella viene de los
tiempos de la IIIª Internacional y es tan insultante e inverosímil hoy
como entonces.
Esta
incompatibilidad absoluta entre el PSOE y la izquierda
"transformadora", o sea, los comunistas y neocomunistas, según parece,
es puramente española. En Portugal, en donde ya está en ciernes un
gobierno de unidad de la izquierda, esa incompatibilidad no se da.
Por
qué en España sí, es un misterio. En el pasado del PSOE hay luces y
sombras. Por qué son determinantes las sombras es un enigma. Y así
llevamos casi un siglo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED