Los electores de izquierda no saben a
quién votar. Contemplan desanimados cómo sus formaciones se fragmentan y
pelean entre sí al grito de unidad. IU, Podemos, Ahora en común,
aquí más en común, acullá en común del todo, aquí se puede y allí
también se puede y se debe, no solo reproducen los reinos de taifas sino
que, más modernos, se apuntan al cantonalismo decimonónico. Según en
dónde esté empadronado el elector del partido X, se encontrará votando
asimismo al partido Y, aliado con él o al partido Z, al que no puede ver
ni en pintura, pero que se ha prestado a cubrir la vacante dejada por
los traidores de Y que han decidido presentarse con su propio nombre
para fastidiar. Y esas son las izquierdas llamadas "transformadoras" y
"verdaderas" porque, siendo el pensamiento crítico esencialmente
antidogmático, está claro que puede haber varias verdades, todas ellas
distintas pero iguales, así como, según sabe todo el mundo, la Santísima
Trinidad son tres personas pero un solo dios verdadero.
En
cuanto a la izquierda socialdemócrata, la que Palinuro reputa
izquierda con el mismo fundamento con que las otras izquierdas no la
consideran tal, es decir, ninguno, parece haber caído en manos de un
equipo de liquidadores. Pedro Sánchez, hechura perfecta y comisario de
Rubalcaba, está dispuesto a coronar el ambicioso proyecto de este:
acabar con el PSOE. Lo que el PP no consiguió en treinta años, ni IU con
la neurótica obsesión anguitiana del sorpasso, ni el encendido
verbo de los tribunos de Podemos, tiene pinta de lograrlo este dúo de
sesudos estadistas.
Rubalcaba hizo del partido de Pablo Iglesias un leal
servidor de la corona y resucitó la mojama federal para contener las
veleidades independentistas catalanas. Sánchez lo ha superado en todos
los órdenes. Envuelto en la rojigualda, clausuró un congreso,
conferencia o ágape socialista gritando "¡Más España!" como el que grita
"¡Hágase la luz!" y luego se fue a homenajear a Lázaro Cárdenas en
México con esa misma bandera contra la que Cárdenas luchó toda su vida.
Un prodigio de inteligencia que coronaría más tarde en la península
incluyendo en el partido a una difamadora de este y añadiendo, entre la
rechifla general, que se propone separar la Iglesia del Estado siguiendo
el ejemplo de la República francesa, cosa muy creíble teniendo en
cuenta que su partido es monárquico. Si los votantes de la verdadera izquierda no saben a quién votar, los socialistas no saben qué votarán, si monarquía española o república francesa.
En
la derecha, a los votantes del PP les zumban lo oídos. Hasta sus
parientes y allegados se escandalizan de su estúpida obcecación en votar
a una banda de ladrones y granujas que lleva veinte años saqueando el
país, de ellos los últimos cuatro bajo la experimentada dirección de un
menda experto en el cobro de sobresueldos y en el arte de la mentira y
el engaño, un caradura que carga al erario el coste de los cuidados a su
padre dependiente tras haber suprimido, suspendido o recortado los de
los padres de los demás. Más de 100.000 personas dependientes han muerto
en los últimos años sin acceder a los cuidados a los que tenían
derecho. ¿Quién les mandaba no ser los padres de Rajoy, el de los
sobresueldos? La intención de voto al PP es alta y lo será más el voto
real porque ahora, a mucha gente, le da vergüenza decir que votará a
esta caterva de mangantes, lo cual refleja una idea aproximada de la
categoría del partido y sus electores. Un partido al que da vergüenza
votar. Pero lo votan.
Por
si acaso algunas ovejas del rebaño de las derechas se despistan, la
banca y algún consorcio de los medios de comunicación, que son lo mismo,
han puesto en pie un dummy, un sosias, una marca blanca, capaz
de sustituir el viejo y apolillado partido de franquistas, beatos,
trincones y necios de remate por otro de neofranquistas presuntamente
laicos, más sutiles en el arte del trinque y tan bobos como sus
progenitores ideológicos. En efecto, no es prudente cambiar de equipo
ganador con cuyos embustes se consiguieron once millones de votos. Basta
con la apariencia de cambio de forma que si algunos no quieren votar
más a la mendaz cornucopia de La Moncloa, aburridos ya de sus
sinsorgadas y embustes, puedan hacerlo a esta especie de lindo don Diego
de probada capacidad para la demagogia y la mentira postmoderna. Pero
es una aventura, un riesgo, una peligrosa apuesta. ¿Y si, al final, los
electores de estos nuevos derechistas, atildados como testigos de
Jehová, hartos de que los tomen por masoquistas, se quedan en casa?
Los
sondeos auguran un resultado problemático, típico de un sistema
multipartidista en el que nadie podría imponer condiciones a nadie. Algo
insólito en la política española en la que la tradición y costumbre de
pactos y acuerdos es similar a la de suicidios. Basta con ver cómo la
prensa prefiere la probabilidad de unas elecciones anticipadas a la de
una gran coalición al estilo de las que no son infrecuentes en Europa,
ese continente del que dicen que formamos parte.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED