MADRID.- ¿Y si todo esto estuviera escrito? Es decir, ‘escrito’ no como
predestinación o diseño divino, sino más bien a modo de aspiración,
incitación e incluso manual de uso. Lo llamaremos distopía. Su título es El tercer imperio: la Rusia que estaba destinada a ser, una novela de ciencia ficción publicada por Mijaíl Yuryev en 2006, según recuerda el digital theobjective.com.
Diputado de la Duma entre 1996 y 1999, de la que llegó a ser
vicepresidente, Yuryev, que falleció hace tres años, se dedicó al
periodismo y a la novela tras su paso por la política.
El tercer imperio,
editado sólo en Rusia, es probablemente la más bizarra de sus
creaciones, una crónica más pseudo ensayística que narrativa que describe,
desde la óptica de un historiador brasileño del año 2053, los pasos que
llevaron a la forja del Tercer Imperio Ruso bajo el impulso de Vladimir
II el Restaurador y su sucesor Gabriel en el primer cuarto del siglo
XXI.
Llegué a esta historia a través de un artículo en Novaya Gazeta
(traducido por Google) del pasado día 3. Cuando regresé para rescatarlo
como material para mi propio artículo, me encontré con que la censura
rusa había hecho de las suyas: debido a una nueva norma, los periodistas
de Novaya Gazeta, referente en la prensa opositora, tuvieron que
eliminar contenidos polémicos para eludir los 15 años de cárcel a los que se enfrentan quienes informan contra los intereses del Ejército o el Estado.
Por suerte, a base de redirecciones entre blogs de toda calaña, logré dar incluso con el texto de El tercer imperio, que sirve de base para el presente reportaje.
Se ha señalado que es el libro de cabecera de Putin e incluso algunas
fuentes reflejan que el ahora sí conocido en Occidente Alexander Dugin (a quien se tiene por el pensador más influyente del presidente ruso) lo puso en las manos de Putin con la siguiente inscripción al dorso: «Esta es la Rusia por la que deberíamos matar y morir».
El libro saltó tangencialmente a la prensa rusa y anglosajona tras la
anexión de Crimea y el estallido en Donbás debido a que los hechos
narrados por Yuryev encajaban asombrosamente con lo sucedido en el año
2014. La periodista Mariya Snegova escribió entonces en una web rusa:
«Se rumorea que fue leído por muchos miembros de la administración
presidencial y por Putin; el libro ofrece una visión única de toda la
trayectoria de Rusia en los últimos ocho años».
A pesar de ser lo que llamaríamos una distopía, una novela de ciencia
ficción que augura un mundo poco halagüeño para las libertades
occidentales, puede haber inspirado movimientos geopolíticos de
la administración presidencial.
Imaginando el futuro, de alguna manera
Yuryev, que algo debía saber sobre lo que hablaba, podría haber influido
en la Historia. En ese sentido, El Tercer Imperio, si
no como crónica cerrada de lo que está por venir, sí puede leerse como
el armazón visionario (trufadísimo de apología y mesianismo
ruso-imperial, de guiños y símbolos patriótico-históricos, cual un Silmarilion
eslavo) y hasta cierta ‘hoja de ruta’ de lo que viene haciendo Putin en
la esfera internacional y lo que podría estar pensando hacer.
Y ahora sí, vamos con la ‘Historia’
Estructurada en tres partes y narrada desde el año 2054, Álvaro
Branco dos Santos, historiador nacido en Sao Paulo, da cuenta
inicialmente de los avatares del Primer y Segundo Imperio rusos,
correspondientes grosso modo al zarista y el soviético; del periodo de
«degradación» de Boris II el Maldito (Yeltsin) y de la etapa reformista
de Vladimir II (tampoco hay que ser muy avispado para
ver a Putin) que pone la primera piedra para la rehabilitación imperial y
la dominación rusa del mundo.
El narrador recuerda que a Vladimir se le conoció como el Restaurador porque bajo su mandato «Rusia volvió a convertirse en una gran potencia (incluso con elementos de una superpotencia al final del reinado)».
Aunque contemporizador en un principio, las «agresiones» a los
intereses rusos de Estados Unidos en Georgia, Bielorusia y Kirguistán,
hacen a Vladimir tomar cartas en el asunto y prepararse para el choque
de civilizaciones: «Al darse cuenta de que había llegado el momento, Vladimir II comenzó a actuar:
el período de paz aún continuaba, pero se acercaba rápidamente a su
fin.
En primer lugar, era necesario cuidar la economía, de hecho, en ese
momento estaba en alza, pero en términos de su estructura sectorial e
institucional estaba completamente desprevenida para cualquier choque.
La dependencia de las importaciones era inaceptablemente alta, así como
de la exportación de materias primas y productos semielaborados, y la
mayor parte del potencial de inversión provenía de grandes jugadores
cosmopolitas (aunque en su mayoría de origen ruso).
Además, los enormes
fondos para Rusia en ese momento, las reservas de oro y divisas del
Banco Central y el fondo de estabilización del gobierno, por un total de
más de 300 mil millones de dólares, estaban directamente en la moneda, y
principalmente en dólares estadounidenses. Esto significaba que
simplemente se pueden congelar en cualquier momento, y con cualquier
agravamiento de la situación internacional, América, y bajo su presión,
Europa no dejará de hacerlo».
Las previsiones de Yuryev, no tanto en la política económica y
comercial rusa (que venían apuntándose ya en la época en que fue
publicado el libro) sino en cuanto a la reacción occidental de ‘cordón
sanitario’ son asombrosamente actuales.
A partir de aquí, el libro pierde el apoyo directo en la Historia y
comienza la recreación de la misma desde un futuro en que todo ha sido
ya realizado. Sin embargo, las coincidencias continúan: Rusia se hace
con el control de Turkmenistán, Transnistria, Bielorusia y, ojo, Abjasia
y Osetia en Georgia. Vladimir II promulga una nueva Constitución, que amplía territorios y le da poderes autocráticos;
los oligarcas pasan de ser vividores del Estado a patrióticos
colaboradores en la restauración imperial gracias a la política firme
del regente.
Como resultado de los intentos democráticos en Ucrania,
en 2007, según la cronología del libro, estalla un levantamiento en
toda la zona este de Ucrania. Regiones como Donetsk, Kharkiv,
Zaporozhye, Luhansk, Dnepropetrovsk, Kherson, Odessa, Mykolaiv y Crimea
se separan del resto del país y piden amparo a Rusia, que despliega
80.000 unidades en la zona y vence a la OTAN. «La histeria
antirrusa en la prensa y en el establecimiento político en Europa y
Estados Unidos durante este período alcanzó un nivel completamente
surrealista. Se convirtió en un lugar común decir que los rusos
son infinitamente más terribles para la humanidad que Genghis Khan y
Hitler juntos, por lo que parecía que desayunaban bebés. Los
ucranianos, por otro lado, fueron retratados no solo como víctimas, sino
casi como el centro de todo lo brillante y valioso en la Tierra».
Para 2009, el mundo vive una Guerra Fría y Occidente está llamado a
declinar bajo el liderazgo cada vez más inoperante de Estados Unidos,
empeñado en «gobernar sin poseer» amplias partes del mundo: «Y fue
precisamente este enfoque de Occidente, y nada más, lo que predeterminó
su muerte, así como por alguna razón en general en la historia cada civilización, habiendo alcanzado la cima de su poder, comienza a cavar su propia tumba con sus acciones».
Antes de la deflagración definitiva, estalla una Gran Crisis Financiera
(2010 según el libro), algo que quizás podía ser previsto para alguien
informado como Yuryev en el año 2006 pero no deja de ser sorprendente.
Desconozco si hay ediciones posteriores en las que el autor pudiera
hacer correcciones al hilo de la actualidad. En cualquier caso, Rusia capea mejor el temporal por las medidas previas aislacionistas de Vladimir II y Occidente se debilita sin remedio.
En 2012, Gabriel Sokolov, «claramente el hombre más grande del siglo
XXI», ha llegado al poder. En Estados Unidos, mientras, se ha pasado de
Bush II a Hillary Clinton (no, nada se dice de Trump o Biden) y de ésta a
Bush III, un hombre «ansioso de poner a Rusia en su lugar».
Ambas
civilizaciones están abocadas a la más titánica de las confrontaciones. El escenario de la conflagración nuclear arranca en la Bahía de Bengala, con India como protegido de Rusia.
Aquí es ya la nueva potencia imperial la que tiene la mano ganadora: «Pero
los tiempos en que los rusos actuaban reactivamente en la política
mundial, reaccionando exclusivamente a las acciones de otras personas,
han pasado: toda esta situación, de hecho, fue cuidadosamente
preparada por los rusos durante mucho tiempo y en realidad fue concebida
como nada más que un episodio no muy significativo en el gran juego».
Así, después de dimes y diretes, el Tercer Imperio lanza varias ojivas nucleares en zonas despobladas de Estados Unidos.
Alarmado, Bush III descarga 500 ojivas sobre Rusia (el 12% de su
arsenal, ya que no pretende una destrucción universal), todas ellas
neutralizadas por un «escudo milagroso ruso» del que, dice el narrador,
se desconoce su composición en el año 2054.
Totalmente amordazado por el poderío nuclear, Estados Unidos
capitula; Rusia ocupa zonas estratégicas pero acaba replegándose (en un
giro hacia la fantasía redentora) garantizando la independencia y la
seguridad de Norteamérica y todo el continente, que queda neutralizado
para ejercer acciones exteriores y pierde su influencia financiera en el
mundo. A partir de entonces, los Estados Unidos serán un apéndice tolerado por Rusia.
El gran Gabriel realiza entonces un discurso histórico a los
americanos: «¿Y quién te hizo juez y maestro sobre el resto del mundo?
Sin embargo, esta pregunta es retórica, solo uno da poder sobre el
mundo, el Diablo, y solo uno, el Anticristo empuja a globalizar todo el mundo,
haciéndolo igual. Es más, si hubieras llevado tus valores a otros
pueblos, es decir, el dinero y la democracia, incorporando cada vez más
países a la propia América, aunque sea por la fuerza, como lo hizo la
Primera Roma, entonces al menos los frutos de lo que le impusiste sería
cosechado. Pero no, no querías cargar con ninguna responsabilidad por
tus acciones. Entonces, aparentemente, el Señor nos eligió para ponerte
coto».
Sojuzgada la gran potencia, sólo queda Europa. Para entonces, Alemania ha decidido acercar posturas, pero Francia, Gran Bretaña, Italia y España (sic), persisten en la OTAN.
Viajan a Moscú amedrentados, en busca de una salida y piden a Gabriel
un estatuto similar al norteamericano.
«Pero se esperaban una sorpresa
muy desagradable. Gabriel dijo que Rusia no les iba a ofrecer tales
condiciones, en cambio les ofreció rendirse en condiciones diferentes. Los países europeos serán anexionados y se convertirán en partes de Rusia, con una pérdida total de soberanía,
y las partes no serán autónomas ni autogobernadas, sino las más
ordinarias.
Su población recibirá un permiso de residencia y, después de
ocho años de naturalización, en ausencia de reclamos de la Policía,
todos se convertirán en ciudadanos rusos». Europa capitula en bloque. La
asombrosa generosidad de Rusia con Estados Unidos no tiene cabida con
ellos porque «Europa ha intentado destruirnos, conquistarnos o
debilitarnos muchas veces en todas las épocas».
Ya sólo quedan reductos
levantiscos en Turquía, Polonia y en una Ucrania «muy polonizada», la
del Oeste, destruidas sin remedio por el Tercer Imperio.
En 2054, según la fantasía de Yuryev, Rusia se extiende desde Siberia hasta Groenlandia, con toda Europa en sus manos.
América es un conglomerado unitario de naciones bajo la protección de
Moscú y apenas queda espacio para China y una confederación africana. La
profecía se ha cumplido: Moscú es la Tercera Roma; el mundo es eslavo.