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miércoles, 20 de julio de 2022

Mario Draghi, considerado el "capo di tutti capi" en Europa / Virginia Montes *


Tremenda y contundente derrota del globalismo. A pesar de los esfuerzos de la Unión Europea y del tiempo extra concedido por el marrullero presidente de la República Italiana, Mario Draghi ha caído y se ve forzado a presentar la dimisión; en el futuro tendrá que afrontar un juicio sumarísimo con petición de pena de muerte.

El discurso de la mala persona que es Draghi no contentó a tres partidos que resaltan por su patriotismo: Forza Italia, la Liga y el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Draghi, a su pesar y del de las élites, tiene que dimitir e irse con el rabo entre las piernas.

Impuesto como un técnico por la Unión Europea por encima de los partidos, Draghi, casado con una Rothschild, familia conocida por su satanismo, se empleo a fondo en la plandemia, con un confinamiento brutal y una timo vacunación genocida en la que muchos héroes que se negaron a ponerse el brebaje asesino perdieron el trabajo. 

El expresidente del Banco Central Europeo está considerado el capo di tuti capi de los globalistas europeos. Otra pieza del globalismo que cae y no menor. Bien por Italia.

(*) Periodista

http://ramblalibre.com/2022/07/20/cae-el-maldito-globalista-mario-draghi-considerado-el-capo-di-tutti-capi-en-europa/

 

 

domingo, 8 de marzo de 2015

Claroscuro del líder perfecto / Jordi Pérez Colomé


Calculador, buen orador y siempre en busca de su hueco. Así definen a Albert Rivera quienes le conocen de cerca desde sus inicios. Este perfil es el fruto de una larga conversación con el propio Rivera y de dos docenas de entrevistas con personas que presenciaron el ascenso del presidente de Ciudadanos, el político español mejor valorado y el líder de un partido que aún puede crecer más.

Albert Rivera, presidente de Ciudadanos, desayuna Donettes y un zumo de naranja de bote en la cafetería del AVE a las 7.30 de la mañana el miércoles 25 de febrero. Viaja de Barcelona a Zaragoza con su esencial corbata fina. Las encuestas profetizan que Ciudadanos será la cuarta fuerza del próximo Congreso de los Diputados. Hay otro grupo, Podemos, que se cuela entre los dos grandes partidos. En Podemos van en mangas de camisa; son más rebeldes. Rivera sólo afina la corbata: quiere reformas pero no revoluciones.

Rivera, a sus 35 años, no se pasa de moderno. Lleva aún un iPhone 4, a pesar de que las chicas de prensa del partido tienen iPhone 6 nuevos. José Manuel Villegas, director de gabinete de Rivera y diputado en el Parlament, va con la tecnología española de BQ. Cuando el tren llega a Zaragoza, un pasajero pide una foto a Rivera en el andén. Se agarran de los hombros y Rivera levanta de puntillas el pie más alejado de su admirador. Cada centímetro cuenta.

En Zaragoza tiene un acto para los socios de la Asociación de Directivos y Empresarios de Aragón (ADEA). La entrada es con invitación y la sala del Hotel Petronila para unas 600 personas está llena. Hay gente que se ha quedado en la lista de espera sin poder entrar. ADEA hace desayunos con otros candidatos. Rivera sólo es el segundo. La primera fue Rosa Díez, de UPyD, que reunió a 300 espectadores.

Antes del acto, hay un desayuno cerrado con Rivera para los patrocinadores de ADEA: Santander, Deloitte, Palafox Hoteles, Caja Rural y La Caixa entre otros. Entre el desayuno y el acto posterior, el director de ADEA, Salvador Arenere, llama varias veces “Álbert Riera” a Albert Rivera. Hacia el fin del acto público, el presidente de Ciudadanos no puede más y le corrige el apellido. Pero Arenere tropieza una vez más antes de cerrar.

El error de Álbert “ocurre a menudo”, dice José Manuel Villegas. “Riera” pasa menos, pero presupone poca familiaridad. Rivera y Ciudadanos son sólo desde hace poco un nombre común en toda España. Este perfil describe los inicios, el ascenso y la explosión de Albert Rivera y su partido. Se basa en entrevistas con dos docenas de personas que han tenido relación en distintas etapas con el presidente de Ciudadanos, en noticias y en documentos oficiales.

El ascenso de Ciudadanos explotó a finales de 2014, cuando fracasó el último intento de fusión con UPyD. Rosa Díez se llevó la peor parte y, según las encuestas, la ciudadanía escogió al partido de Rivera como mejor opción nueva en su franja ideológica. Este salto es la culminación de años de esfuerzo. En noviembre de 2012, seis años después de su creación. Ciutadans obtuvo nueve diputados en el Parlamento catalán. Era el triple de los que habían conseguido en 2006 y 2010. Rivera empezó a circular por tertulias secundarias y reivindicativas en canales como Intereconomía o 13TV.

Antes de noviembre de 2012, la sala de prensa de Ciudadanos era poco requerida. Debían insistir para buscar huecos en los medios para el partido. Ahora, no. En su visita a Zaragoza, Rivera atiende a una docena de medios a la vez e hizo entrevistas individuales con ocho periódicos, teles y radios. En prensa tienen incluso que declinar peticiones. “Le estamos dando demasiada caña”, dice el jefe de gabinete Villegas. “Se enfadará. Si alguna entrevista sale mal por estar cansado, nos vendrá con gesto serio”. Rivera, dice Villegas, no levanta la voz. Al rato, el fotógrafo de EL ESPAÑOL, Alberto Gamazo, le hace unas fotos: “Te veo muy rígido, Albert, relájate”. Es la una del mediodía: “A esta hora no doy para más”, dice Rivera. “Es una vida apasionante”, le digo. “No te rías”, responde, sin levantar la voz.

Hacia el Congreso, en serio

El asalto oficial de Ciudadanos al resto de España empezó el 27 octubre de 2013 con la presentación del Movimiento Ciudadano en el Teatro Goya de Madrid: “Es el momento de enterrar las dos Españas con siete llaves”, dijo Rivera. Los partidos políticos, su corrupción y opacidad son el primer objetivo de esta regeneración. Hay que dejar espacio a los ciudadanos en marcha: “La sociedad civil tiene que estar libre y viva y no tenemos que meternos ni en las asociaciones de vecinos ni en las cajas de ahorros ni en el poder financiero ni en las teles ni en las radios”. La intervención pública debe, según Rivera, reducirse.

Rivera insiste en que para lograrlo la educación debe ser el camino. Pero en el vídeo promocional del acto, incluso después de escoger las mejores frases, Rivera repite tres veces que la educación es “el mayor arma”: en masculino para una palabra femenina.

El mayor éxito de Ciudadanos en este camino han sido las europeas de mayo de 2014. Ciudadanos logró medio millón de votos y dos eurodiputados, Juan Carlos Girauta y Javier Nart. Fueron las elecciones que también lanzaron a Podemos, que obtuvo más de 1,2 millones de votos y cinco representantes.

Las nuevas aspiraciones implican un crecimiento vertiginoso. En el último ciclo electoral, el partido presentó 70 listas; ahora preparan 700. La coordinadora de Ciudadanos en Aragón, Susana Gaspar, supo de Rivera hacia marzo de 2013 gracias a tertulias en la tele. Menos de un año y medio después se hizo cargo del partido en su comunidad. Si gana las primarias del ocho de marzo, será candidata autonómica. En las primarias podrán votar los más de 600 afiliados en Aragón. Antes de noviembre, cuando Gaspar asumió el cargo, eran 147. El crecimiento se ha debido a docenas de carpas del partido por ciudades aragonesas y a lo que llaman cafés ciudadanos. Los cafés son encuentros programados con simpatizantes para que puedan consultar sus dudas sobre el partido.

No hay aún sondeos oficiales, pero cuando se le pregunta por su futuro, Gaspar sonríe. Con las prisas, la sede central de Ciudadanos en Barcelona solo ha aprobado de momento el programa para las municipales en Zaragoza. El programa autonómico sigue pendiente a poco más de dos meses de las elecciones. El panorama político en España cambia a una velocidad que pone a prueba la capacidad de improvisación.

La prehistoria catalana

La creación de Ciudadanos se fraguó en un manifiesto de 15 intelectuales que creían que en Cataluña había un espacio para un partido nuevo no nacionalista. El 7 de junio de 2005 hubo un acto de presentación del manifiesto en el Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona.

Albert Rivera era entonces abogado en el departamento jurídico de La Caixa. A finales de 2003 había pasado un concurso interno al que se presentaron unas 1.500 personas para tres plazas, según un compañero de promoción. La selección consistía en entrevistas sucesivas. La última era con el letrado jefe de la asesoría jurídica de La Caixa, Sebastián Sastre, que desde noviembre de 2013 es magistrado del Tribunal Supremo.

Rivera obtuvo una de las tres plazas. Otra fue para José María Espejo, un madrileño tres años mayor que él. “Nos conocimos el día que aprobamos”, dice Espejo. Se hicieron amigos rápido: “Teníamos inquietudes por la política, eran los años del Estatut, del plan Ibarretxe”.

La política le gustaba a Rivera, y no sólo como aficionado. El acontecimiento político que despertó su conciencia política fue el asesinato de Miguel Ángel Blanco. “Lo viví como si fuera de la familia”, dice. Rivera tenía 17 años. Cinco años después, con la carrera terminada, llegó el momento de vivir la política más de cerca. Rivera dice que ha votado al PSC, al PP y a CiU, pero se interesó sobre todo por el Partido Popular, donde fue a pedir información. Rivera aduce que nunca militó porque nunca pagó una cuota. Pero los Estatutos de Nuevas Generaciones del PP establecen la distinción: “Los vigentes Estatutos del partido establecen una única figura, la del afiliado, con dos modalidades: militante, con obligación de cuota; simpatizante, sin obligación de cuota”. Rivera estuvo afiliado al PP, pero no fue militante. Recibía por ejemplo información del partido, pero no podía votar en sus asuntos internos.

Los dos intelectuales que más se implicaron en la creación del partido fueron el catedrático de Derecho Constitucional Francesc de Carreras y el periodista Arcadi Espada. Rivera había hecho un curso de doctorado en la Universidad Autónoma de Barcelona con De Carreras. Era la misma época en que intentaba entrar en La Caixa. Cuando meses después los intelectuales anunciaron su acto del manifiesto, Rivera escribió a De Carreras para anunciarle que iba a ir. “Allí estaba”, recuerda De Carreras. Rivera se llevó a Espejo con él.

Rivera y Espejo se apuntaron desde el principio a la agrupación sectorial jurídica de la plataforma cívica que se creó tras el manifiesto. Era el germen del partido político. Rivera, además, formó la agrupación de Granollers, donde su padre tenía una tienda de electrodomésticos. Allí organizó al menos un acto del nuevo grupo. Arcadi Espada le conoció en aquella época: “Era perfectamente voluntarioso, encantado de la vida de poder ayudar, un chico joven, se explicaba correctamente, decía cuatro tópicos ensartados pero bien dichos; tenía una formación política nula”.

Rivera participó en aquellos meses en un grupo de trabajo de la plataforma sobre el Estatut del tripartito. El empresario Ginés Górriz recuerda que había convocadas unas veinte personas para analizar y publicar un documento sobre el Estatut. Había que ir con los deberes hechos. Górriz dice que fueron muchos menos de los convocados y que a las 2 de la mañana quedaban cuatro o cinco: uno era Rivera. “Soy autoexigente”, dice él.

Cómo se funda (mal) un partido

En julio de 2006 llegó el congreso fundacional de Ciutadans. En el día inicial había dos listas, una era más de izquierdas, otra más liberal. Rivera estaba en las dos y apuntaba a portavoz. Todos se habían dado cuenta de que aquel chico hablaba bien. Ambos grupos intentaron unirse, pero no llegaron a un acuerdo. El segundo día del Congreso empezó y sólo había cerrada una lista alternativa, “de gente que pasaba por allí”, según un miembro de la ejecutiva. Los militantes más implicados no se ponían de acuerdo en su lista única.

El presidente del congreso, el economista Ángel de la Fuente, obligó a cumplir los Estatutos, que decían que de allí debían salir un presidente y un secretario general. Serían los dos primeros nombres de la lista. El grupo oficial seguía sin llegar a nada. Francesc de Carreras recuerda pasear por el hotel del campus de la Universidad Autónoma donde se celebraba el encuentro junto a Albert Boadella y decirle: “Hemos dejado esto a estos chicos y no se entienden”.

Por poner algún tipo de orden en la lista, se probó con el más sencillo: el alfabético. Quedaron primeros Jorge Fernández Argüelles y José Antonio Cordero. Pero eran muy distintos y no iban a aceptar. Una prueba de la improvisación es que Argüelles quedó primero por su segundo apellido, que era el que la gente conocía. Había que buscar otro camino y se probó por orden alfabético de nombre de pila. Los dos primeros eran Albert Rivera y Antonio Robles: un joven de 26 años recién llegado y un histórico de la lucha contra el nacionalismo en Cataluña.

Esta lista ganó con mucha ventaja. Rivera tenía al menos tres méritos: había nacido ya en democracia y no tenía mochilas carcas previas, era hijo de la inmersión lingüística y no venía tocado por ninguna ideología.  “Era impoluto, virgen”, dice Argüelles. En el caos posterior a la elección, Rivera estaba nerviosísimo. La escritora Teresa Giménez Barbat cree que “daba saltitos” a su lado. A De Carreras le decía: “Yo no he hecho nada, yo no he hecho nada”. Espada lo recuerda también “muy, muy nervioso”. La presidencia del partido le había caído del cielo a los 26 años y ahora debía improvisar un discurso.

Rivera subió al estrado y encandiló. Fue el gran momento del congreso tras la tensión: hubo lágrimas y corazones cálidos. Rivera se ganó la confianza de su partido con aquel discurso. No era la primera vez que Rivera ganaba algo con un discurso.

En 2001, el equipo de la Universidad Ramon Llull ganó la Liga Nacional de Debate Universitario en Salamanca. En una de las fases clasificatorias, el equipo de Rivera derrotó a la Pontificia de Salamanca. Su estrella era Eduardo Suárez, hoy subdirector de EL ESPAÑOL. El tema eran los transgénicos y Rivera ganó la batalla. En la final ganaron con la prostitución.

El compañero orador de Rivera en la Ramon Llull era Gerard Guiu. Eran dos de los líderes de su curso en la carrera de Derecho de ESADE. Pero Guiu, que hoy es profesor en el centro universitario y director de Proyectos del Barça, fue el delegado cada año: “Desde primero a mí me votaban unos 60 compañeros y a Albert, 15. El resto se abstenía”. Rivera no recuerda que se presentara a delegado, pero sí recuerda en cambio que ganó la votación para hacer el discurso de graduación. Otros dos compañeros de clase, la profesora de Derecho Tributario de ESADE Diana Ferrer y el abogado David Sánchez, están seguros de que Rivera se presentó “una o dos veces a delegado” y perdió porque su grupo de seguidores era claramente menor. Era aparentemente una pandilla constante durante la carrera que solía sentarse al fondo de la clase.

“Guiu y Rivera eran dos líderes en una misma clase”, dice Ferrer. Los piques eran normales. Hubo una discusión difícil sobre un viaje del ecuador de la carrera. No se podían de acuerdo sobre el tiempo: verano o septiembre. La clase había recaudado dinero con las típicas fiestas, pero Guiu no estaba dispuesto a compartirlo con los díscolos si no se unían a la mayoría e iban en septiembre. El sector de Rivera no se unió y Guiu acabó por ceder: viajaron en dos grupos con el dinero prorrateado.

En cuarto curso, la universidad iba a competir en la Liga de Debate y los profesores decidieron unir en el mismo equipo a Guiu y Rivera. Hicieron entonces un pacto para ganar la Liga. El equipo lo formaban otras tres personas. “Fueron muchísimos días de seis de la tarde a 12 de la noche en la facultad, con una cena de pizzas”, dice Guiu.

La rivalidad entre ambos parece seguir casi 15 años después. Rivera recuerda que “desbancó a Gerard como orador principal en el concurso nacional de oratoria”, aunque en este caso no hubiera votación. Guiu tiene una memoria distinta: “En el concurso final en Salamanca, entre los cinco miembros del equipo había dos oradores principales: él y yo”.

El decano de la Facultad de Derecho despidió a aquel curso diciéndoles que habían sido “académicamente normalitos, pero que habían hecho mucho ruido”. Había varios que apuntaban a la política. En la actitud universitaria de Rivera, algunos han visto soberbia. “Yo creo que más bien era seguridad”, dice Guiu. En una boda de un amigo común en los meses de creación de Ciutadans, Rivera contó a Guiu, que es miembro del PSC, su aventura con el nuevo partido. Guiu le dijo que no había espacio en Cataluña para un nuevo partido político. Guiu ve factible ahora a Rivera de ministro con algún pacto con el ganador de las elecciones, “aunque si le ofrecen solo Agricultura, no lo cogerá”.

Ahora toca desnudarse

Después del congreso de julio, los esfuerzos se centraron en las elecciones catalanas, que el presidente Pasqual Maragall había adelantado al 1 de noviembre. Se formó un comité electoral con el presidente Rivera, el secretario general Robles, Ginés Górriz y la economista Almudena Semur. Las decisiones entre pocos eran más fáciles de tomar. “Siempre se había hablado de hacer un calendario de desnudos”, dice Górriz. También se habló de un grupo de gente desnuda con carteles negativos: no a la corrupción, por ejemplo. Pero el mensaje debía ser positivo.

El comité electoral acabó por pedir a Rivera que saliera desnudo con esta frase: “Sólo nos importan las personas”. Rivera aceptó enseguida. El timing, dice Górriz, fue importante: no podían alargar el dinero. “Sólo teníamos un tiro y había que aprovecharlo”, dice Górriz. Buscaron un buen fotógrafo y con la ayuda de un diseñador hicieron el cartel. Alquilaron a lo grande el Palau de la Música para la presentación y compraron una página entera en La Vanguardia. “No nos hicieron descuento”, dice Górriz. Pero tampoco filtraron la foto: el departamento de publicidad tuvo una semana antes del acto en el Palau la foto de Rivera desnudo y no se la dieron a ningún periodista de la redacción.

El cartel recibió todo tipo de comentarios, pero todos los medios hablaron gratis de Rivera. El objetivo estaba conseguido. Fue la época en que Rivera era más manejable. “A todo decía que sí”, dice Antonio Robles. Un día otro miembro del partido fue a El Corte Inglés con Rivera a comprarle algún traje: “Creo que fue de Emidio Tucci”, dice quien le acompañó. La improvisación era grande.

El desnudo es un modo de llamar la atención para los pequeños. Ciutadans era pequeño y apenas tenía dinero, fuera de las aportaciones de los afiliados, que debieron avanzar mensualidades para sufragar la campaña. Pero hubo una financiación más importante: Miguel Rodríguez, propietario de Festina. Rodríguez era un andaluz que emigró a Suiza y que se hizo rico con relojes. Era muy de izquierdas. Llegó a militar en Bandera Roja: “Se hizo camarero, y a los 17 días ingresó en el Partido Comunista. Pero la alegría de las libertades le duró poco, porque le mandaron de observador un mes a Bulgaria, y a la vuelta fue tan crítico con ese capitalismo de Estado que le expulsaron, y fue a parar a Bandera Roja”, escribía La Vanguardia de Rodríguez en 2003. Rodríguez conocía a Felipe González.

En aquella campaña, la asesoría política RGservicios ayudó sin cobrar en la campaña de Rivera. (La empresa estaba convencida de que Rivera iba a salir y pasó las facturas con el partido ya en el Parlamento.) La asesoría puso un autocar, se encargaron de la seguridad, hicieron incluso una batida de micrófonos. También, según miembros del comité electoral, le colocaron a Rivera un chófer, Fernando Garrido, que sabía de política y al que luego escogió como gerente. Hubo cierta sorna en el partido, pero Rivera defiende hoy su decisión: “No era chófer. Era el que tenía experiencia en gestionar campañas. Y además, por nuestros escasos recursos, asumió llevar el coche. Era el verdadero coordinador de campañas”.

Rivera vio enseguida un problema político difícil de entender desde fuera: la importancia de confiar en un equipo. Ciutadans se formó con gente distinta. A la hora de trabajar juntos, no se entendieron: “No disfruté de la política con libertad hasta 2009. No pude hacer lo que quería. Me planteé incluso dejar la política. Al principio hubo un choque con gente que quería entrar en política desde hacía años. Uno decía ‘yo en los años 80’, otro que ‘yo en los años 90’. Y a mí qué. Hubo un choque de mentalidad”. En definitiva, dice Rivera, “estábamos ahí no por la historia de una lucha, sino por un manifiesto de intelectuales que habían dicho lo que pensábamos”.

Pero antes hubo un momento dulce: los primeros tres diputados del partido, el 1 de noviembre de 2006. Hubo un socialista que se alegró del éxito de Ciutadans aquella noche de noviembre de 2006: Alfonso Guerra. “Me llamó aquella noche en el Hotel Calderón, pero con el ruido no logré oírlo”, dice Francesc de Carreras. “Al día siguiente volvió a llamarme. Me dijo que era positivo para la sociedad catalana.” No era un gran día para un socialista: el PSC había perdido cinco diputados y más de 200.000 votos. Guerra también llamó a Miguel Rodríguez mientras lo celebraba en el bar del hotel. Rivera no recibió aquella noche ninguna llamada de felicitación de políticos nacionales.

Con el poder, llegaron los problemas. Rivera ve 2007 como su peor momento político: “Albert tenía miedo de que le movieran la silla y en lugar de dar juego, se cerró”, dice Ángel de la Fuente, y aclara: “Pero con el tiempo ha ido mejorando”. El método de aprendizaje fue doloroso, según Teresa Giménez Barbat: “Aprendió, pero aprendió como los niños, que se hacen daño y hacen daño a los demás”.

Al principio su liderazgo no estaba asegurado y había muchos grupos que querían estirar el partido hacia un lado. Los codazos volaban. Se cayeron los otros dos diputados del partido, Robles y José Domingo. Pero Rivera resistió. En alguna de esas batallas iniciales, Robles y Rivera estaban en el mismo bando. Un día, según cuenta Robles, la ex mujer de Rivera, Mariona Saperas, le dijo: “No te preocupes, Antonio, conozco a Albert desde los 14 años y siempre ha ganado”.

Desde fuera, su peor momento fue su alianza con Libertas, obra del millonario irlandés Declan Ganley, euroescéptico y contrario al aborto. Aquellas elecciones europeas de 2009 fueron el punto de inflexión involuntario. Hubo montones de bajas. Sólo quedaron los fieles. Si en las catalanas de 2010 Ciutadans no hubiera repetido los tres diputados, Rivera sería hoy probablemente un letrado en el departamento jurídico de La Caixa, donde tiene una excedencia mientras sea cargo público. Desde aquel terremoto, Ciudadanos crece. Fue una catarsis: “Ahora jugamos a meter goles en la misma portería. Estamos en el mismo equipo. Todos juegan en su puesto y los roles están asumidos”.

Un origen y una ideología

Ciutadans nació con dos grandes dudas: una, si su aspiración era sobre todo Cataluña o debía dar el paso a España, y dos, si era de izquierdas o de derechas. El primero lo ha resuelto el tiempo: Ciudadanos se presentó a municipales, generales y europeas en sus primeros años y fue un fracaso tras otro. En este segundo intento más de cinco años después, España está en un momento distinto. La historia será distinta.

La salida de Cataluña tiene trampas en el resto de España. Sus rivales se encargarán de recordar el origen del partido y repetirán “Ciutadans” y “Albert”. Es una estrategia que a algunos seguidores de Ciudadanos les aterroriza: es hacer el juego a los independentistas, dicen. “Hay que presumir de ser catalán”, dice en Zaragoza el abogado José Ignacio Martínez. El mismo Rivera en Zaragoza no parece tenerlo tan claro. En su discurso no usa la palabra Cataluña ni catalán. Emplea en su lugar estos cuatro eufemismos: “Mi tierra”, “donde vivo”, “de donde vengo” y “mi comunidad autónoma”.

Sólo utiliza Cataluña cuando le preguntan por el conflicto sobre bienes religiosos entre Aragón y Cataluña. En un desliz similar, la web de Ciudadanos está de momento sólo en español. En abril debería estar en las otras lenguas oficiales. En una ironía sensible, los ingresos en los presupuestos oficiales de Ciudadanos de 2014 son de casi un millón y medio de euros. De esos, casi 1,2 millones provienen del Parlamento catalán por sus nueve diputados. El resto son afiliados (220.000) y las aportaciones de los cargos electos (casi 80.000).

El debate ideológico deberá resolverlo Rivera, si no lo ha hecho ya. Desde el congreso fundacional, la gran unión de Ciutadans fue el antinacionalismo en Cataluña, pero había miembros de todo el panorama político. En el congreso de 2007, el partido giró al centroizquierda. Robles estaba satisfecho: “Yo soy más de centroizquierda, de los países nórdicos. Albert es más liberal”. Le pregunto si a Albert le gustan más los Estados Unidos; “No me hagas hablar”, responde Robles. Rivera dice que para vivir le gusta más Finlandia, donde estuvo de Erasmus: “Me gusta mucho cómo compaginan economía de mercado con redistribución”. Pero para aprender política, nada como Estados Unidos: “La ciencia de la política está en Estados Unidos. Es la NBA. Juegan a otro nivel”. El Movimiento Ciudadano quiere emular la participación cívica en la política: tienen de momento 75.000 personas inscritas. Tienen otra ventaja, según Rivera: “Allí la sociedad civil está viva y aquí está asfixiada por la desidia o las subvenciones”.

En el acto de Zaragoza, Rivera comprobó que es una suerte hablar sin haber tenido que gobernar. Dijo que con los datos en la mano, sobraban universidades y carreras. El moderador le preguntó si había que suprimir los campus de Huesca y Teruel. Rivera dijo que, sin más datos, no lo sabía. Pero si no es en Huesca o en Teruel, si cuando gobierne sobran estudios, sobrarán también profesores y funcionarios. Los funcionarios se manifiestan y votan.

La lucha por la regeneración política en España es otro gran eje de Ciudadanos. De momento, el partido está casi limpio de grandes casos de corrupción. Solo el ex diputado Jordi Cañas está imputado por un caso previo a su entrada en política. Se le acusa de defraudar a Hacienda cerca de medio millón de euros mediante una trama inmobiliaria en 2005, antes de la creación de Ciutadans. Renunció a su acta de diputado, pero ahora es asesor de un eurodiputado de Ciudadanos, Juan Carlos Girauta, en Bruselas. Rivera parece haberlo aceptado a su pesar. Su jefe de prensa entre 2008 y 2009, Daniel Tercero, dice: “No creo que Rivera esté en política para hacer amigos. Puede sonar mal, pero le hace ser íntegro e independiente en sus decisiones”. Con el crecimiento de Ciudadanos en 2015, es admisible imaginar que deberán cortar cabezas. Desde el partido dicen que no les temblará la mano.

Una cara fresca pero precavida

Albert Rivera entró en política hace casi nueve años. Pero antes ya sabía que le gustaba. En Estados Unidos los aspirantes a políticos saben que deben ir puliendo su biografía desde jóvenes. Los periodistas suelen buscar en la ingenuidad juvenil pistas de convicciones futuras. Rivera lo sabe. Le pregunté por los libros que han descrito su educación intelectual y dijo tres ideales que marcan sus etapas.

El primero es la formación de una ideología de la mano de Norberto Bobbio. “Yo soy una persona de corte liberal”, dice Rivera. “Creo que somos individuos, que concedemos al Estado que gestione unas cosas pero que no nos debe decir qué hacemos, que sería una visión más estatista”. Pero cree que debe haber algún tipo de red de seguridad pública para los ciudadanos. Me lo explicó así: “Yo vengo de una familia de clase media. Me han pagado la carrera en una universidad privada y me han mandado a Londres a estudiar inglés en verano, pero mis padres renunciaron a comprar una segunda vivienda o a irse de vacaciones. Este país no puede tirar a nadie por la borda. Yo mismo soy el ejemplo de que si un año a mis padres les hubiera ido mal no podría saber idiomas o hacer un máster o una Erasmus. Mucha gente no puede hacerlo hoy en España”.

El segundo referente tiene que ver con la etapa catalana de la mano Ayaan Hirsi Ali. La biografía de la política holandesa de origen somalí Ayaan Hirsi Ali, Infiel, le gusta a Rivera por su descripción de “la persecución islamista y por ser una persona hecha a sí misma que a los 22 años se va a Holanda”. Hirsi Ali huyó de un matrimonio acordado de su Somalia natal para denunciar desde Holanda el peligro para Europa si los progres no entienden que no hay que hacer concesiones ante la expansión del islam. El libro de Hirsi Ali es de 2006 y se publicó en España en 2007. Con todas las distancias pertinentes, era la época dura de Albert Rivera en Ciutadans y en Cataluña.

La tercera etapa es el salto a España y su ejemplo es Mandela el sanador. El factor humano, de John Carlin, es un libro que Rivera ha leído hace poco. Con el liberalismo ideológico y tras la brega catalana, llega la hora de la madurez y el salto a España. “Llámenme para buscar soluciones”, dice Rivera en Zaragoza, y también: “Estoy harto de los conflictos”. No quiere ya más peleas. Es obvio que por poco bien que vayan los resultados de Ciudadanos en las municipales, Rivera será candidato de su partido al Congreso de los Diputados. Allí quiere pactos educativos, regenerar los partidos políticos y reformar la economía. Ya no es la hora del enfrentamiento. Es hora incluso de atraer a los catalanes con la promesa de una España nueva, como dice Podemos.

En Cataluña, Rivera es una especie de Pepito Grillo. Al resto de España, llega desde las afueras para poner paz y sabiduría, aunque tenga que soportar de momento ser “Álbert Riera” a ratos. Son dos caras de un mismo político que ha demostrado que sabe rectificar y crecer. “Es una esponja”, dice Antonio Robles. Cuando pasa un tren en forma de oportunidad, lo coge.

Rivera ha llegado al escalón donde -como ocurre en Zaragoza- cuando sale de una sala, un enjambre de asesores, fans, periodistas y compañeros de partido le siguen. Mucha gente quiere algo de él. Pero él aún tiene por definir su recorrido. Rivera habla más natural que otros, pero tiene siempre activado ese tic aparentemente insalvable en un político de “no me vais a pillar”. Siempre está algo a la defensiva, aunque sea poco. “Mis gustos son eclécticos”, dice Rivera. Está por ver cómo de eclécticas acaban siendo esas ideas si tiene que aplicarlas en Madrid.

domingo, 16 de octubre de 2011

El abogado alicantino que ha de hacer posible la 'Paramount'


MADRID.- Si alguien conoce como la palma de su mano el suelo, el terreno, los solares de las provincias de Alicante y Murcia, ese hombre es Juan Enrique Serrano, abogado urbanista. De los mejores. De éxito. Por sus manos han pasado los planos de miles de millones de metros cuadrados del sureste español que han sido sometidos a algún tipo de actuación urbanística. Y también algunas otras superficies bastante alejadas del Mediterráneo, pero no por ello menos polémicas, opina hoy 'El Confidencial'.

Muchísima gente lo conoce, pero es difícil cazarlo en un acto público. Tiene muchos detractores, algo que él achaca al provincianismo. Y su afabilidad no se altera cuando asegura que desconocía su apodo, Mister Samsonite, que le impusieron durante su etapa de mayor actividad en la Vega Baja del Segura.
Tiene abierto doble despacho urbanista en Alicante y Murcia desde poco después de abandonar su primer puesto de verdadera relevancia en 1987. Hasta ese día había ejercido durante cuatro años como concejal de Urbanismo y teniente de Alcalde del ayuntamiento, entonces socialista, de la capital murciana. Escrupuloso, él mismo cuenta que mantuvo durante dos años un alejamiento profesional absoluto de ese municipio, en estricta aplicación de la ley de incompatibilidades.
Trasladó su actividad privada a Alicante, de cuya provincia es originario: nació en Novelda en 1957 pero se licenció en Derecho en Murcia, donde sigue viviendo. Cerca de su tierra, en la Vega Baja del Segura más concretamente, su nombre y su actividad profesional empezaron a dar que hablar. Aunque sólo fuera porque comenzó a hacer trabajos profesionales como urbanista en asuntos relacionados con el Ayuntamiento de Orihuela que, tras una moción de censura que derrotó al PSOE, quedó en 1987 en manos del Partido Popular, con el controvertido y procesadísimo alcalde Luis Fernando Cartagena a la cabeza.

La conquista de Alicante
Su actuación profesional primigenia en Orihuela ha marcado su trayectoria. Para bien y para mal. No en vano, los tribunales han mirado con lupa la gestión de Luis Fernando Cartagena de 1987 a 1997, como alcalde, y de 1995 a 1999 como consejero de Obras Públicas de la Generalitat valenciana, presidida por Eduardo Zaplana. Lo cierto es que en aquella época se urbanizó gran parte de la costa sur de Alicante, desde Pilar de la Horadada hasta más al norte de Torrevieja. En esta ciudad, que pasa de 20.000 habitantes en invierno a 300.000 en verano, la actuación profesional del despacho urbanístico Serrano y Asociados fue determinante para su expansión. La última actuación urbanística para que la costa sur de Alicante quede totalmente colmatada por construcciones, en la Playa de la Mosca, también ha sido asesorada por Serrano y Asociados para la inmobiliaria madrileña Gomendio.
Serrano no oculta su orgullo profesional por su actividad: “Fuimos los que más programas [urbanísticos] hicimos en la Comunidad Valenciana del 94 en adelante”, asegura. Niega, por otro lado, que se haya hecho de oro: “Mis números son los de un abogado, no los de un empresario”.
El éxito en Alicante le colocó en el ojo del huracán, aunque no era ni es un personaje público, de los que tan frecuentemente salen en las fotos de los diarios locales. No se sabe tampoco que jugara al fútbol, ni que tenga afición, desmedida o no, al llamado “deporte rey”, aunque sí se conoce que cultiva los safaris africanos de caza mayor. No obstante, en los últimos lustros su despacho ha trabajado mucho -y se supone que bien, pues repite encargos- para constructores dueños de equipos notables de sus dos provincias de principal actividad: Hércules de Alicante, Real Murcia y Cartagena Club de Fútbol.

Samper y el polémico plan de Murcia
Tras su asentamiento en Alicante, Serrano volvió a Murcia. Lo hizo por la puerta grande, asesorando el plan urbanístico al norte de la ciudad, controvertido y polémico, con nuevo estadio de fútbol incluido, que llevó a cabo el empresario Jesús Samper, quien compró el Real Murcia en 1994, y desde entonces se ha convertido en una especie de piedra clave del urbanismo murciano.
Sigue con Samper, cuya empresa Santa Mónica Sports posee los derechos de marketing de la Selección Española. Serrano y Asociados trabaja actualmente en el planeamiento urbanístico que debe alumbrar el parque temático de la Paramount Pictures, cuyo parto ha sido “encomendado” por la Comunidad Autónoma de Murcia, gobernada por el PP, a Samper, como captador tentativo de los 1.000 millones de inversión necesarios.
Serrano ha hecho probablemente muchas cosas bien, incluyendo dos libros para especialistas en los que analiza la legislación urbanística valenciana y murciana, y la primera crítica profesional que se hizo a los Programas de Actuaciones Integradas (PAI) valencianos, en 1999, publicada en la Revista española de Derecho Administrativo. Pero también -¿cosas del destino?- ha participado como asesor urbanístico en asuntos tremendamente controvertidos y que han acabado o siguen en los tribunales. 

Ladrillos y fútbol
El que más repercusión nacional tuvo fue la fallida urbanización en Las Navas del Marqués (Ávila), en la que el promotor era otro hombre de la construcción metido al fútbol, Francisco Gómez, dueño del club cartagenero. Aquello terminó en los tribunales  y paralizado, aunque Serrano asegura, entre otras cosas, que “la masa forestal que se iba a talar era menor que la saca de madera anual” para la conservación del pinar. Su debilidad por el fútbol le llevó a trabajar también con Valentín Botella, constructor de Orihuela que devino presidente del Hércules y lo subió a Liga BBVA en la temporada 2009-2010, aunque esta temporada juega de nuevo en la Liga Adelante.
Como todo profesional liberal al uso en la abogacía, Serrano no atranca. Así, no tuvo inconveniente para acudir, en la primera década de este siglo, al llamado del que era alcalde socialista de Jumilla, Francisco Abellán, para trazar más de veinte planes urbanísticos y construir unas 25.000 nuevas viviendasen un municipio de 20.000 habitantes.
Aquello quedó en agua de borrajas, con solo cuatro planes aprobados, en parte por el estallido de la burbuja inmobiliaria, en parte porque un pastor no tragó con que le reclasificaran su tierra (ver el libro Los señores del ladrillo, de N. Cardero) y quizá también porque, como Serrano asegura satisfecho, “el documento de transformación del suelo que se hizo es el más duro de toda la Región de Murcia”. Aunque en esto último las interpretaciones no concuerdan.

domingo, 12 de julio de 2009

Camps contra las cuerdas / Josep Torrent

El espejo se ha roto. Durante años reflejó la imagen de un hombre maduro que en agosto cumplirá 47 años, honrado, austero, afable y cercano a la gente. Capaz de identificarse con los problemas de sus convecinos y, lo que resulta más difícil, capaz de resolverlos. Una persona sencilla, accesible. Uno de los nuestros. Casado, padre de tres hijos, seguidor fervoroso del Valencia CF, un hombre religioso, de los de misa dominical, licenciado en derecho que, en lugar de ejercer la abogacía, eligió desde muy temprana edad la carrera política que ha recorrido con notable éxito. Tanto, que en la actualidad es presidente de la Generalitat valenciana y hasta hace nada, hasta que en el espejo se detectó la primera fisura, uno los políticos más influyentes y con mayor futuro en el Partido Popular.

Ahora, ese hombre que, a base de autodisciplina y autocontrol, consigue que sus gestos sean suaves, sus formas amables y su sonrisa afectuosa está a un paso de sentarse en el banquillo de los acusados por un presunto delito de cohecho pasivo impropio. Una figura jurídica que se introdujo en el artículo 426 de la reforma del Código Penal realizada en noviembre de 1995 referida a los cargos públicos que admitan "dádivas o regalos que le fueren ofrecidos en consideración a su función". Y Francisco Camps, presidente de la Generalitat valenciana, no se explica por qué estas cosas le pasan a él que, cada mañana, cuando se levanta y se mira en el espejo, ve a un hombre honrado, austero y afable. Y, como no lo entiende, las pocas veces que habla sobre el caso en el que está implicado dice cosas como: "Quedan uno o dos escaloncitos y entonces toda esta cuestión tan extraña, tan absurda y tan estrafalaria habrá pasado".

"Esta cuestión" es, nada menos, su imputación en un presunto delito de cohecho a cuenta de los trajes que le regaló la red corrupta ligada al PP conocida como el Caso Gürtel. Una implicación a la que Camps, de puertas afuera y dentro de su partido, siempre quitó importancia. Primero se mostró convencido de que no se admitirían a trámite las investigaciones efectuadas por el juez de la Audiencia Nacional, Baltasar Garzón; luego, que no le imputarían, y más tarde, que se archivarían las diligencias en su contra. Nunca creyó que "el ratito largo" que auguró en una de sus comparecencias en las Cortes Valencianas fuera a ser tan largo. De hecho, todavía no cree que esté pasando lo que le está pasando. Cuando se refiere a su imputación como "esa cosa extraña", expresa su percepción de la realidad. Un catedrático de psicología social de la Universidad de Valencia opina que Camps "se siente ajeno y distanciado de lo que está ocurriendo. No lo entiende ni lo asimila. Él trabaja por el bien común, por la verdad y le contestan con inculpaciones. La sensación de extrañamiento implica una pérdida de identidad. Camps no se reconoce en lo que dicen de él porque no hablan de él. Hablan de otro".

El hombre que se mira al espejo, agrietado desde que el 6 de febrero el juez Garzón abrió una investigación por una trama de corrupción ligada a cargos del PP, empezó en política muy joven. Una tarde de verano de 1982, poco antes de matricularse en tercero de derecho, se dirigió a la sede de Alianza Popular en Valencia para afiliarse y se quedó con las llaves de la sede. Un hecho nada insólito en una época en que la derecha valenciana se encontraba huérfana de bases y de apoyos sociales. El actual vicepresidente del Consejo General del Poder Judicial, Fernando de Rosa, tras abrirle la ficha de militante, se las entregó. En ese momento inició un largo y trabajoso camino en el seno del PP que le llevaría desde la base hasta la cúpula. Su primer trabajo institucional, en 1983, consistió en ser el asistente de un concejal de la oposición, y luego, en una rápida sucesión de cargos a partir de 1991: concejal de Tráfico, primer teniente de alcalde y concejal de Hacienda en el Ayuntamiento de Valencia; diputado en el Congreso por Valencia, consejero de Cultura, secretario de Estado en el Ministerio de Administraciones Públicas, de nuevo diputado y vicepresidente de la Mesa del Congreso de los Diputados, delegado del Gobierno en la Comunidad Valenciana y, por fin, presidente de la Generalitat en 2003. Camps es el paradigma del político: nunca ha sido otra cosa.

En mayo de 2003 el mundo (valenciano) estaba en sus manos: "Ser presidente de la Generalitat es lo más importante que puede ser un valenciano", dijo entonces. Aquel alumno de los jesuitas, que en su etapa de estudiante de derecho fue el animador de una tertulia política en el bar El Agujero, que se encontraba a espaldas de la facultad, en la que participaban dos amigos suyos, Gerardo Camps y Esteban González Pons, se sentía el hombre más feliz de la tierra. La amistad del triunvirato se prolongaría en la política. Gerardo Camps, que fue secretario de Estado en el Ministerio de Trabajo con Eduardo Zaplana, ha formado parte de todos los gobiernos autonómicos de Francisco Camps y ahora es vicepresidente económico del Consell. González Pons, que también formó parte del gobierno valenciano, ahora es diputado nacional y portavoz de la ejecutiva del PP de Mariano Rajoy.

Francisco Enrique Camps Ortiz heredó su primer nombre de su padre y el segundo de su abuelo. La familia procede de Poble Nou, una pedanía de Valencia situada en plena huerta, donde todavía se vive en alquerías y desde donde el abuelo del presidente se trasladaba en tartana hasta el Ateneo Mercantil, en la ciudad de Valencia. El iaio Enrique vivía en la alquería de Felip junto con sus seis hermanos y sus padres. Allí trabajó en la huerta como labrador, al tiempo que participaba en la gestión de la línea de autobús Valencia-Burjassot que explotaba la familia. Persona emprendedora, emigró a Argentina y a su regreso fundó la empresa Transportes Camps, que cubría el trayecto Valencia-Madrid. Su nombre figura entre los fundadores del Valencia CF, que contribuyeron a la construcción del estadio de Mestalla en 1923.

El presidente de la Generalitat siempre se ha mostrado orgulloso de sus orígenes. Valenciano por nacimiento, valencianista en la versión más romántica del concepto e hincha del Valencia CF -"tanto como ser jefe del Consell, me gustaría ser presidente del Valencia", ha confesado en alguna ocasión-, Camps fue el primer mandatario autonómico que realizó su discurso de investidura íntegramente en valenciano, jurando su cargo sobre la Constitución, el Estatuto de Autonomía, un ejemplar de Els Furs (Los Fueros) de Jaime I y una Biblia. En estos cuatro volúmenes se condensa su visión de la política y de la vida.

Los primeros 100 días de su mandato estuvieron marcados por la autoexigencia de desmarcarse del estilo de su antecesor, Eduardo Zaplana. Donde antes hubo boato, soberbia, ambición desmedida, gusto por el gasto y ausencia del idioma valenciano, Camps apostó por la sobriedad ("más importante que la ampliación del museo del IVAM es la construcción de escuelas", dijo González Pons, por entonces consejero de Educación), la cercanía (era fácil verle por la calle paseando con su esposa tras acudir con sus hijos a la cabalgata de Reyes) y un valencianismo militante. Si Zaplana apoyó la fusión de las cajas valencianas, Camps defendió lo contrario y si aquél tenía una visión laxa del presupuesto, éste creó una comisión delegada de asuntos económicos para controlarlo.

Tanta autonomía política fue insoportable para Zaplana, quien confiaba en controlar, con el mando a distancia desde el Ministerio de Trabajo, al bon xiquet (buen chico) que había designado como heredero. La tensión entre ambos llegó a ser tan brutal que Camps se planteó muy seriamente dimitir. La intervención de destacados barones del PP valenciano, entre ellos Carlos Fabra, y de algún notable de la burguesía valenciana frenó la crisis. Camps atravesó un auténtico calvario, con los zaplanistas amagando constantemente con desestabilizar su gobierno y con José María Aznar acusándole poco menos que de catalanista por su valencianismo.

Paradójicamente, la derrota del PP en marzo de 2004 fue la válvula de escape de un presidente que no podía controlar todos los fuegos internos. A partir de esa fecha se produce un punto de inflexión, un giro de 180 grados. Camps, tan sumiso ante el gobierno de su partido, construye un discurso que todavía hoy es imbatible por la oposición socialista. Recupera su discurso valencianista, al que añade, no gotas, sino litros de medievalismo en los que combina religión, historia -con dos velas a Jaime I y una a El Cid- y literatura -Ausiàs March y Joanot Martorell, nada de Joan Fuster ni de Vicent Andrés Estellés-; construye un argumentario victimista contra Zapatero, del que la reivindicación del agua, las infraestructuras y la financiación autonómica eran sus ejes centrales, y descubre que los fastos que tanto criticaba a Zaplana dan un rédito político impagable. Las apuestas por la Copa del América, la puesta en marcha del Palau de les Arts, la Volvo Ocean's Race, la fórmula 1, la visita del Papa... Nada es bastante para un barón territorial que ha conseguido matar a su padre político y que, tras su máscara de bon xiquet, se muestra como un político coriáceo, ambicioso y mejor estratega de lo que muchos imaginaban.

La síntesis de modernidad, tradición y autoestima, acompañados de un endeudamiento sin tasa, el crecimiento económico que proporciona el urbanismo salvaje, más una oposición desnortada conseguirán que en las elecciones autonómicas de 2007 Francisco Camps alcance el 53,3% de los votos, el mejor resultado de la historia en la Comunidad Valenciana. Es su momento de gloria. Nada ni nadie es capaz de prever hasta dónde puede llegar en política el bon xic de Poble Nou. Uno de sus más estrechos colaboradores dirá en ese momento: "Lo hemos conseguido, el PP es a la Comunidad Valenciana lo que Convergència a Cataluña". La conclusión es simple: Camps es Jordi Pujol, quien ataque a Camps, atacará a Valencia.

Tal es su poder y su capacidad de influencia que todos los analistas políticos le incluyen en las quinielas para sustituir a Mariano Rajoy al frente del PP si éste tiene que abandonar la presidencia del partido. Pero no es el caso. Camps, que como gobernante es un Don Tancredo de la política, sabe muy bien cómo moverse en su partido. Tiene estrategia y piensa a medio y largo. Un año antes de la confrontación entre Esperanza Aguirre y Rajoy de cara al último congreso nacional del PP, sabía muy bien a quién no tenía que apoyar: a la presidenta de Madrid. Su apuesta era Rodrigo Rato o Ruiz Gallardón, pero nunca lo dijo. En ausencia de ambos se volcó con Mariano Rajoy.

El congreso del PP en Valencia será su cénit político. El hombre que se maneja como pocos entre las crujías de su partido, que se ha movido con la habilidad de un saltimbanqui de un puesto a otro en su meteórica carrera, parece imparable. Obsesivo y metódico, corrige sus ciclotimias con un autocontrol férreo, tiene al partido en un puño, salvo Alicante, donde los zaplanistas resisten con una escasa pero suficiente mayoría. Actúa sin complejos. Y si cuando llegó al poder en 2003 soñó una televisión autonómica pública, plural y profesional y en valenciano, ahora no le importa que se la considere como una de las más sectarias de España. Incluso parece que le gusta. Se siente omnipotente.

Y esa prepotencia será la causa de sus actuales desgracias.

El espejo en el que se mira el hombre que se ve a sí mismo como una persona honrada y austera se agrieta un poco más cuando EL PAÍS publica el 19 de febrero que el fiscal implica al presidente de la Generalitat en la trama del Caso Gürtel; se rompe cuando este periódico da a conocer sus conversaciones con Álvaro Pérez, cabecilla en la Comunidad Valenciana de la red corrupta, en las que Camps trata de "amiguito del alma" al empresario al que su gobierno le ha adjudicado cerca de ocho millones de euros en contratas (un empresario valenciano con muchos lustros dirá tras leer la transcripción "[Camps] habla como un pijo"); y se caerá al suelo hecho añicos el 6 de julio cuando el auto del magistrado del TSJ de la Comunidad Valenciana José Flors desmonte toda la estrategia del político, confrontando los hechos: las empresas de la trama corrupta hicieron frente a los gastos de vestuario y de zapatos de Camps, frente a sus palabras: "Yo me pago mis trajes".

¿Qué ha ocurrido para que el honrado y austero Francisco Camps pueda acabar sentado en el banquillo de los acusados por la comisión de un presunto delito de cohecho pasivo impropio? La mayor parte de las fuentes consultadas coinciden en una misma palabra: vanidad, y en un mismo nombre: Álvaro Pérez.

El Bigotes. En el PP valenciano reniegan de la hora en que Ricardo Costa -hermano del ex ministro de José María Aznar, Juan Costa, diputado autonómico desde 1993 y persona de la absoluta confianza de Camps, quien le hizo secretario general del PP valenciano en 2007- puso en contacto a Camps con Álvaro Pérez. Ocurrió a principios de 2006. En julio de ese año el Papa iba a venir a Valencia a celebrar el Encuentro Mundial de las Familias y el presidente valenciano sintió la necesidad de contar con un vestuario adecuado para la ocasión. Costa, que conocía con anterioridad a los responsables de la trama, como se ha comprobado por las grabaciones efectuadas a sus cabecillas, puso en contacto a los dos personajes.

Pérez desplegó todos sus encantos, halagó la vanidad del presidente, le convenció de la necesidad de disponer de unos ternos más adecuados a su situación social y Camps, que hasta entonces se hacía sus trajes en El Corte Inglés de Valencia, se fue de la mano de Pérez a Madrid, donde cambió de tienda y de sastre, cayendo, en palabras de una persona próxima al presidente, "en manos de un pelota profesional que explotó todas sus debilidades".

Camps conoció a El Bigotes en 2006, aunque cuando estalló el escándalo sufrió una amnesia temporal, borrando de su memoria a su "amiguito del alma" hasta que la publicación en EL PAÍS de unas conversaciones telefónicas pusieron en evidencia la estrecha relación que ambos habían establecido a lo largo de dos años. Quedó claro que Pérez obsequió con regalos de mucho valor -"te has pasado 20 pueblos"- a la mujer. Tanto se había pasado que ésta dijo que se los iba a devolver: "No, en serio, no me los voy a quedar".

Pero antes de la relación personal con Camps, Álvaro Pérez se había instalado profesionalmente en Valencia. Orange Market se había registrado en julio de 2003 en Algemesí, una ciudad de 28.000 habitantes situada a 40 kilómetros de la capital. La filial de la trama corrupta del PP empezó a trabajar para el PP y la Generalitat, a la que llegó a facturar cerca de ocho millones de euros en diversas contratas. La relación de El Bigotes con el partido era muy estrecha, tanto que entraba y salía como Pedro por su casa de la sede regional del PP y tenía un acceso fácil al Palau de la Generalitat. En el seno del Gobierno y del PP valenciano, Pérez tenía fama de ser un profesional competente.

Pero vanidad más amistades peligrosas no tienen por qué ser sinónimos de corrupción. No, al menos, para alguna gente. "Paco", dice una fuente del PP, "no se venderá jamás por dinero; pero hay algo que le puede: el halago, le encanta que le hagan la pelota y tiene debilidad por la ropa". Dentro del PP, partidarios y detractores del presidente coinciden en subrayar que Camps sigue siendo una persona honrada. Una persona cercana a Eduardo Zaplana es categórica: "Camps no es maleable en sus convicciones. Es mucho más duro de lo que aparenta, nunca se relaja y no es comunicativo, pero no es un tipo de llevárselos". Los más críticos no le ahorran puyas por la deriva que ha seguido en estos últimos años: "Ha pecado de soberbia. Tiene el pecado capital de la vanidad". "Cómo va a entender lo que le pasa si se cree omnipotente", comenta un destacado cargo del PP. "El poder se le ha subido a la cabeza. Se ha visto cerca del Papa, mantiene relaciones fluidas con presidentes de empresas que cotizan en Bolsa, Ecclestone condiciona la celebración de un campeonato de fórmula 1 a su elección... Está tan por encima del bien y del mal que por eso se equivocó al negar sus relaciones con Álvaro Pérez y negar lo de los trajes".

No es ésta la opinión de un estrecho colaborador del presidente valenciano: "El mejor de la historia en nuestra Comunidad. Un hombre que pone los intereses generales por encima de los particulares. Véase cómo ha afrontado el tema de las células madre. Por sus creencias debería de haber frenado su investigación; pero ha apostado por facilitarla".

Ángel Luna, portavoz socialista en las Cortes Valencianas, no se cree la imagen de bon xic ni la del personaje honesto y austero. "¿Es deshonesto? Con lo que sabemos no se puede sostener la imagen de austeridad ni de honestidad. ¿Buen chico? Es un bonapartista, si por él fuera no se convocarían ni elecciones. Es un personaje con un tremendo apego al poder que desprecia todas las opiniones que no sean las suyas. Implacable contra quienes cree que son sus adversarios. No repara en ningún tipo de manipulación. Miente, oculta y amenaza. Tiene todas las características de una persona autoritaria".

El espejo en el que se miraba Camps desde que empezó en política está roto. Partidarios y adversarios lo saben. Como lo saben los empresarios que acuden a los actos públicos y le aplauden para que la demora en los pagos de la Generalitat no se alargue en demasía.

Pero no está tan claro que lo sepa el personaje que en él se mira. Está convencido, "sabe", que al final se le absolverá. El catedrático de psicología ve en Camps a una persona "entregada a una causa, consistente en salvar Valencia, hacerla más honesta y más auténtica. Pero sus creencias, más que sociales o políticas, son religiosas. Cuanto más duro sea el camino, más valioso será el esfuerzo. Camps se ve a sí mismo como un bon xic que tiene un gran destino por delante que debe cumplir. Salvo que se rompa por el camino".

El personaje se mira en un inexistente espejo en el que sólo se ve él. Tal vez por eso no percibe las sombras que le rodean y que ha tolerado y apoyado a lo largo de sus años de mandato. Políticos tan turbios como Carlos Fabra y otros implicados en múltiples escándalos de corrupción con los que convive sin aparentes muestras de incomodidad.

Cuando se tiene un destino histórico, y Camps siente que lo tiene, todo lo demás es accesorio.

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