Cada comienzo de año se presta a la reflexión. Analizar de dónde
venimos puede ayudarnos a saber hacia dónde vamos. Si 2020 fue el año de
la pandemia y 2021 el de la vacunación, quizás en 2022 tengamos que
centrarnos en valorar los resultados. Y de eso va el presente artículo.
La primavera de 2020 puso en marcha el experimento social. Se
desencadenó una crisis sanitaria puntual, sorpresiva, localizada pero
intensa que los medios de comunicación masiva recogieron e
hipertrofiaron.
Pagados por los Estados (sucedió lo mismo en todos los
países), los medios subvencionados se encargaron de abonar el campo del
miedo social regándolo con diferentes olas a golpe de PCR. Pero acabó
2020 y los resultados globales oficiales estaban ahí, famélicos,
raquíticos, en número de afectados, ingresados o fallecidos, con o por
COVID.
Con diferentes interpretaciones, se asuma una letalidad de 2 por
cien o 2 por cien mil, las cifras epidemiológicas eran incontestables
para descartar la NECESIDAD de una medida preventiva para todo el mundo,
de manera universal. Nadie, en ningún ámbito de la ciencia podía
sostener la NECESIDAD de una supuesta vacuna para todo el mundo. Por eso
los medios de comunicación ni lo abordaron desde ese prisma: con el
campo regado por el miedo, se centraron en hablar de la EFICACIA de la
medida preventiva.
De poco servía la reflexión de que una infección que
se supera deja inmunidad, harto sabido en la ciencia médica y en la
historia de la medicina, porque ahondar en esa idea supondría echar por
tierra el siguiente propósito (que en realidad era un despropósito desde
el punto de vista de la medicina): promover un medicamento aplicado
para todo el mundo, sin excepción ni distinción.
Así comenzamos el año 2021 con una hipertrofia de las noticias sobre
la magnífica EFICACIA de las vacunas para COVID. Los niveles de
“protección” se situaban por encima del 95% y apenas nadie reparaba en
la falacia de esas cifras. Bastaba con ver unos minutos de explicación
brillante de Karina Acevedo para descubrir cuál era realmente el nivel
de protección que se desprendía de los estudios preliminares de esos
productos.
Pero esa advertencia no se hizo tan popular como las noticias
que de manera insistente se decían desde los medios de comunicación. De
nada servía apelar a que las propias “vacunas” aseguraban que no
inmunizaban, porque los políticos empleaban indistintamente en sus
alocuciones los términos “vacunarse de COVID” e “inmunizarse”, con el
mismo sentido siendo claramente diferentes.
Hubo que esperar a que
pasasen los meses para que los propios medios de comunicación dijesen a
sus televidentes que la EFICACIA real de los productos inyectados no era
del 95%, sino del 70, del 50, del 30…. incluso inferiores al 20%,
siendo necesario la repetición de administraciones para “garantizar la
inmunidad”.
De nuevo muchos, llevados por el miedo, se lo creyeron:
cuantas más dosis, más inmunidad, más protección. Era tal el miedo
social que cualquier cosa que se dijese que protegía se empleaba de
manera compulsiva, al igual que protege la mascarilla en el bosque.
El eje que ha permitido todo este engaño a lo largo del año pasado ha
sido el miedo. Por el miedo generado con la hipertrofia del número de
afectados se consiguió que la gente aclamase una protección, “una
vacuna”, que les garantizase que no iban a enfermar, que si enfermaban
no sería grave o que no se morirían. Por ello muchos asumieron uno, dos y
hasta tres pinchazos. Conforme aumentaban los pinchazos, lejos de
disiparse, el miedo se acrecentaba al ser inevitable que la prensa fuese
mostrando los casos de vacunados con problemas graves.
El desconcierto fue creciendo hacia final del año pasado cuando se
reclamaba la tercera dosis o la vacunación de un colectivo que, desde el
punto de vista epidemiológico, necesitaba de estos pinchazos menos que
nadie: los niños.
El miedo de los que no querían enfermar creció hasta el pánico al
comprobar que su “escudo” no era realmente un refugio sino acaso una
diana. De manera compulsiva se han realizado durante el mes pasado
millones de pruebas diagnósticas como si a través de ellas pudiésemos
saber si realmente estamos sanos o enfermos. La sociedad asustada hizo
objeto de sus miedos a la población no vacunada: “son ellos quienes han
dado al traste con la frustración de mi miedo”.
Reacios a reconocer que
la pretendida protección (una protección innecesaria, recuérdese) no le
había protegido de nada, miran con recelo el incremento de mortalidad
inesperada en Europa que se ceba en personas vacunadas, y no encuentran
más razón que la rabia de su engaño para culpar de ello a quienes
optaron por no ponerse ninguna vacuna.
Durante los últimos cuatro meses del año que ha acabado hemos tenido
ocasión de ir viendo en consulta de manera gradual numerosos pacientes
con dolencias que atribuyen a efectos secundarios de los pinchazos que
se han puesto a fin de disipar sus cuitas. Con mayor o menor
plausibilidad causal, lo cierto es que la presencia de esos pacientes es
innegable, como también lo es el innegable incremento de mortalidad
inesperada e inexplicable en los registros de EuroMOMO en los últimos
meses del año acabado.
Los médicos poco podemos hacer con los fallecidos
salvo rezar por ellos y tratar de averiguar por qué murieron. Pero son
los vivos los que nos preocupan, una verdadera pandemia emergente, algo
de lo que no teníamos conocimiento hasta ahora, un verdadero desafío en
el ámbito asistencial, que algunos sindicatos aprovecharán para reclamar
aumento de plantilla y estabilidad laboral.
Como por arte de birlibirloque, acaba 2021 y las autoridades tienen
prisa por dar por acabada con esta crisis. Ya las PCR, que eran junto
como las demás pruebas antigénicas el paradigma de diagnóstico de
“casos” para forjar olas, parece que no tienen valor: ya se ha hecho
caja. Por otro lado, la insistente campaña de vacunación, tan necesaria
como agresiva, decae en intensidad, acaso porque las multinacionales no
tienen interés por renovar las licencias para que se sigan pinchando.
¿Se habrán dado por vencidas? No, en absoluto, se dan por satisfechas:
han cubierto su objetivo y el producto ya fluye por el torrente
circulatorio de quienes decidieron inocularse. El experimento sigue su
curso y ahora se trata de ver los resultados. Queda patente que era una
medida médicamente innecesaria, no justificada, vendida en la esfera del
miedo con una supuesta eficacia para yugular ese miedo. No ha sido así y
ahora se abre una aparente tregua para evaluar los resultados: lo que
tenga que ser será.
Aparente tregua digo porque los gestores de la crisis no van a soltar
de su mano el miedo con el que constriñen a la sociedad: planea un
clima de incertidumbre, un Omicron latente, la promesa de más vacunas en
primavera porque COVID causará, según la OMS, cientos de miles de
muertos. No sabemos si será una variante o los efectos secundarios de lo
que se inyectó a la población durante 2021. La prensa se encargará de
decir que se debe a lo primero.
Para el 2022 que comienza nos queda, en el plano médico, el análisis
del tercer factor: la SEGURIDAD. Si la NECESIDAD debía ser el debate
médico de 2020 y la EFICACIA fue el valor depreciado en 2021, la
SEGURIDAD es lo que abre el debate de 2022. Aunque la promoción de estos
pinchazos se hizo el año pasado sobre la reiteración de que eran
“seguros”, nada más falaz y engañoso que hablar de que algo es seguro si
no ha transcurrido tiempo para ver que realmente es seguro. Muchos
pusieron su voz y su imagen para tratar de convencer a la gente de que
recibir estos productos era “seguro”.
Lo que parece más seguro es que quienes lo hicieron tengan que
responder de ello ante la sociedad y la justicia si, con el correr del
tiempo, se comprueba que esos productos no eran tan seguros como
aseguraban. Nos hemos cansado de repetir que la seguridad en cualquier
producto implica inexorablemente el paso del tiempo. Los datos
preliminares recogidos en los últimos meses del año pasado no avalan tal
seguridad.
Por el bien de quienes hicieron apología de ella y, por
supuesto, por el bien de quienes se inyectaron confiados en la palabra
de quienes dijeron que eran seguros, ojalá el tiempo demuestre que lo
son.
Necesidad, Eficacia y Seguridad. Tres aspectos que deben ser tenidos
en cuenta siempre ante cualquier tipo de intervención sanitaria.
Recuérdelo. Téngalo presente superando su miedo, porque no le quepa duda
de que los promotores del miedo como herramienta de control social no
quieren que usted lo tenga en sus reflexiones.
(*) Médico experto en el Aparato Digestivo