sábado, 5 de agosto de 2017

Emprendiendo el vuelo hacia arriba o hacia abajo / Ramón Cotarelo *

Los augurios demoscópicos sonríen al vencedor de las primarias que sigue arrasando. El País frena el optimismo recordando que, según el CIS, ningún partido consigue mayoría absoluta, ni siquiera relativa con distancia. Pero lo que no puede ignorarse es que, según el mismo barómetro, el PSOE tiene la más alta intención directa de voto: 19,1%, frente al 17,1% del PP, el 9,3% de Podemos y el 9,2 de C's que, luego de la cocina se convierten en un 28,8% de estimación del voto al PP, 24,9% al PSOE, 20,3% a Podemos y 14,5% a C's. 
 
Y, aunque se sitúe en segunda posición, le da de largo para ejercer la hegemonía de la izquierda. Conviene añadir, que las valoraciones populares apuntan en el mismo sentido: Sánchez ostenta la más alta, 3,73, por delante de Rivera por primera vez (3,58) y, desde luego, de Iglesias (2,95) quien lucha a brazo partido con Rajoy(2,79) por la honra de ser el peor valorado.

Con perspectivas tan risueñas sería conveniente en interés del partido que la fronda andaluza remitiese. Al sur de Despeñaperros (que algunos graciosos empezaron a llamar "Despeñapedros" y luego se les heló la risa) los socialistas debieran mitigar o erradicar ese caudillismo con populismo que solo puede hacer daño al PSOE en su conjunto sin aportar nada a nadie. Ni a los andaluces. 
 
Y debe hacerse así porque si el PSOE de la nueva SG no tiene todas las cosas claras, el de Andalucía no tiene ni cosas. Frente a una propuesta de renovación de indudable tirón electoral (aunque están por ver sus límites), el socialismo andaluz no tiene otra que proponer el estatu quo, el inmovilismo (como el PP) y soslayar de forma vergonzante hasta el tímido balbuceo de la "plurinacionalidad" del último Congreso.

Porque ahí es donde está el meollo de la cuestión, como todos sabemos. En la plurinacionalidad real de España. La marcha electoral ascendente de Sánchez es lo que hubiera previsto quien conociera las circunstancias del PSOE cuando el golpe de mano “chusquero” (según Borrell) y muy berlanguiano. Una reacción de la llamada “familia” socialista y sus votantes que se consolidará con el tiempo hasta hacer aparecer a Sánchez como la sola alternativa a un Rajoy literalmente hundido en la corrupción.

En ese horizonte radiante solo hay una nube, un nubarrón. El que trae la tormenta del independentismo con los rayos de las urnas y los truenos del Donec perficiam! En este momento del drama, cualquier propuesta que excluya el referéndum no se tomará en consideración porque se ha llegado a esa situación absurda pero inevitable de que los costes del acuerdo son superiores a los de la derrota. En esa situación, ¿no será lo más sensato pactar un referéndum con posibilidad de influir en la formulación de la pregunta? Lo más sensato desde el punto de vista del Estado, no del independentismo, desde luego.

Obviamente, un pronunciamiento de este tipo habría de ser refrendado por la militancia. Pero antes convendría que la dirigencia llegara a un pacto con el independentismo en estos términos, el que presentaría a debate de la militancia. Es arriesgado, desde luego, y una actitud así tendría respuesta en el siguiente barómetro. Pero queda por averiguar en qué sentido, si hacia arriba o hacia abajo.

El verdadero problema es que no hay tiempo, sobre todo si se tiene en cuenta que el PSOE es partido de oposición y le faltan meses, si no años, para llegar al gobierno. Porque el actual ha dejado bien claro que no piensa mover un dedo por el entendimiento y que lo fía todo a la aplicación de la ley. Eso, sí, proporcionalmente.

Si el PSOE quiere ser constructivo, debe pasar de la nación cultural a la política y entender la plurinacionalidad como un acuerdo entre las naciones, para lo cual él no puede aparecer como el abanderado de una de ellas. La solución al problema no vendrá de la imposición de una propuesta unilateral, sino del libre acuerdo bilateral de ambas partes. Pero, es de insistir, ya no hay tiempo.
 
 
Una real propuesta
 
 
Pues señor, estábame el otro día pensando de qué manera podría hacer alguna aportación constructiva y original al actual galimatías patrio y no daba con ninguna. Hasta que me acordé del Rey que, parece, anda a sus asuntos. La Constitución encomienda al Monarca una función de arbitraje y moderación de las instituciones y, pardiez, como están las cosas, no parece descabellado pedir que la ejerza. A ver qué se le ocurre. De hecho, me extraña no leer artículos sesudos sobre la institución de la Corona y la figura del Rey en un momento de aguda crisis constitucional.

Directos al grano. Quienes aseguran firmemente respetar y querer a los catalanes, considerarlos nación y miembros voluntarios a la vez de la supernación española, estarán dispuestos a hacerles justicia. Para ello, ¿qué tal si Felipe VI se presenta en la próxima Diada en la ofrenda floral a Rafael Casanova, reconoce la nación catalana y anula los Decretos de Nueva Planta?

Resulta estrambótico, ¿verdad? Pero a los políticos, dirigentes y estadistas no se los puede medir por las pautas y usos de los probos y diligentes funcionarios (aunque casi todos ellos lo sean) sino por decisiones audaces, de gran alcance, por actos simbólicos que cambian la forma de vida de la gente. Felipe VI arrastra un problema originario de legitimidad. A falta de someter su trono a referéndum, que sería lo más acorde con el espíritu de los tiempos, cuando menos podría tener el gesto de reparar una injusticia histórica con los catalanes (y, por supuesto, països catalans) y devolverles sus libertades, prometiendo, además un Estado compuesto con una monarquía bicéfala, como los Austrias. Si le sale, le sale.

De inmediato se recordará al Rey que entre sus inexistentes atribuciones tampoco está la de dejar sin efecto la Constitución española en una ofrenda floral. Y no es mala idea por tratarse de una Constitución que nunca ha sido tal, sino un instrumento primero de dos partidos y, luego, solo de uno.

Para no frustrar la regia y humana voluntad de pedir perdón por la injusticia de hace 300 años (nacimiento verdadero de la “nación española” a sangre y fuego), el Parlamento, en debate plenario, quizá a petición de los indepes catalanes, podría autorizar al Rey a ese acto de reparación histórica. 

Con esto no se quiere decir que los republicanos fuéramos menos republicanos ni los independentistas menos independentistas, pero sí que ofreceríamos al adversario juego limpio en un referéndum sobre la República en toda España y en Cataluña, además, sobre la independencia. La idea es estupenda y solo me protege de las críticas por dar ideas al adversario el hecho de que este es tan cerrado de mollera que algo así no se le pasa por su colectiva cabeza.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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