Los augurios demoscópicos sonríen al vencedor de las primarias que sigue arrasando. El País frena el optimismo recordando que, según el CIS, ningún partido consigue mayoría absoluta, ni siquiera relativa con distancia. Pero lo que no puede ignorarse es que, según el mismo barómetro, el PSOE tiene la más alta intención directa de voto: 19,1%,
frente al 17,1% del PP, el 9,3% de Podemos y el 9,2 de C's que, luego
de la cocina se convierten en un 28,8% de estimación del voto al PP,
24,9% al PSOE, 20,3% a Podemos y 14,5% a C's.
Y, aunque se sitúe en
segunda posición, le da de largo para ejercer la hegemonía de la
izquierda. Conviene añadir, que las valoraciones populares apuntan en el
mismo sentido: Sánchez ostenta la más alta, 3,73, por delante de Rivera
por primera vez (3,58) y, desde luego, de Iglesias (2,95) quien lucha a
brazo partido con Rajoy(2,79) por la honra de ser el peor valorado.
Con
perspectivas tan risueñas sería conveniente en interés del partido que
la fronda andaluza remitiese. Al sur de Despeñaperros (que algunos
graciosos empezaron a llamar "Despeñapedros" y luego se les heló la
risa) los socialistas debieran mitigar o erradicar ese caudillismo con
populismo que solo puede hacer daño al PSOE en su conjunto sin aportar
nada a nadie. Ni a los andaluces.
Y debe hacerse así porque si el PSOE
de la nueva SG no tiene todas las cosas claras, el de Andalucía no tiene
ni cosas. Frente a una propuesta de renovación de indudable tirón
electoral (aunque están por ver sus límites), el socialismo andaluz no
tiene otra que proponer el estatu quo, el inmovilismo (como el PP) y
soslayar de forma vergonzante hasta el tímido balbuceo de la
"plurinacionalidad" del último Congreso.
Porque
ahí es donde está el meollo de la cuestión, como todos sabemos. En la
plurinacionalidad real de España. La marcha electoral ascendente de
Sánchez es lo que hubiera previsto quien conociera las circunstancias
del PSOE cuando el golpe de mano “chusquero” (según Borrell) y muy
berlanguiano. Una reacción de la llamada “familia” socialista y sus
votantes que se consolidará con el tiempo hasta hacer aparecer a Sánchez
como la sola alternativa a un Rajoy literalmente hundido en la
corrupción.
En
ese horizonte radiante solo hay una nube, un nubarrón. El que trae la
tormenta del independentismo con los rayos de las urnas y los truenos
del Donec perficiam! En este momento del drama, cualquier
propuesta que excluya el referéndum no se tomará en consideración porque
se ha llegado a esa situación absurda pero inevitable de que los costes
del acuerdo son superiores a los de la derrota. En esa situación, ¿no
será lo más sensato pactar un referéndum con posibilidad de influir en
la formulación de la pregunta? Lo más sensato desde el punto de vista
del Estado, no del independentismo, desde luego.
Obviamente,
un pronunciamiento de este tipo habría de ser refrendado por la
militancia. Pero antes convendría que la dirigencia llegara a un pacto
con el independentismo en estos términos, el que presentaría a debate de
la militancia. Es arriesgado, desde luego, y una actitud así tendría
respuesta en el siguiente barómetro. Pero queda por averiguar en qué
sentido, si hacia arriba o hacia abajo.
El
verdadero problema es que no hay tiempo, sobre todo si se tiene en
cuenta que el PSOE es partido de oposición y le faltan meses, si no
años, para llegar al gobierno. Porque el actual ha dejado bien claro que
no piensa mover un dedo por el entendimiento y que lo fía todo a la
aplicación de la ley. Eso, sí, proporcionalmente.
Si
el PSOE quiere ser constructivo, debe pasar de la nación cultural a la
política y entender la plurinacionalidad como un acuerdo entre las
naciones, para lo cual él no puede aparecer como el abanderado de una de
ellas. La solución al problema no vendrá de la imposición de una
propuesta unilateral, sino del libre acuerdo bilateral de ambas partes.
Pero, es de insistir, ya no hay tiempo.
Una real propuesta
Pues señor, estábame el otro día
pensando de qué manera podría hacer alguna aportación constructiva y
original al actual galimatías patrio y no daba con ninguna. Hasta que me
acordé del Rey que, parece, anda a sus asuntos. La Constitución
encomienda al Monarca una función de arbitraje y moderación de las
instituciones y, pardiez, como están las cosas, no parece descabellado
pedir que la ejerza. A ver qué se le ocurre. De hecho, me extraña no
leer artículos sesudos sobre la institución de la Corona y la figura del
Rey en un momento de aguda crisis constitucional.
Directos
al grano. Quienes aseguran firmemente respetar y querer a los
catalanes, considerarlos nación y miembros voluntarios a la vez de la
supernación española, estarán dispuestos a hacerles justicia. Para ello,
¿qué tal si Felipe VI se presenta en la próxima Diada en la ofrenda
floral a Rafael Casanova, reconoce la nación catalana y anula los
Decretos de Nueva Planta?
Resulta
estrambótico, ¿verdad? Pero a los políticos, dirigentes y estadistas no
se los puede medir por las pautas y usos de los probos y diligentes
funcionarios (aunque casi todos ellos lo sean) sino por decisiones
audaces, de gran alcance, por actos simbólicos que cambian la forma de
vida de la gente. Felipe VI arrastra un problema originario de
legitimidad. A falta de someter su trono a referéndum, que sería lo más
acorde con el espíritu de los tiempos, cuando menos podría tener el
gesto de reparar una injusticia histórica con los catalanes (y, por
supuesto, països catalans) y devolverles sus libertades, prometiendo,
además un Estado compuesto con una monarquía bicéfala, como los
Austrias. Si le sale, le sale.
De
inmediato se recordará al Rey que entre sus inexistentes atribuciones
tampoco está la de dejar sin efecto la Constitución española en una
ofrenda floral. Y no es mala idea por tratarse de una Constitución que
nunca ha sido tal, sino un instrumento primero de dos partidos y, luego,
solo de uno.
Para
no frustrar la regia y humana voluntad de pedir perdón por la
injusticia de hace 300 años (nacimiento verdadero de la “nación
española” a sangre y fuego), el Parlamento, en debate plenario, quizá a
petición de los indepes catalanes, podría autorizar al Rey a ese acto de
reparación histórica.
Con
esto no se quiere decir que los republicanos fuéramos menos
republicanos ni los independentistas menos independentistas, pero sí que
ofreceríamos al adversario juego limpio en un referéndum sobre la
República en toda España y en Cataluña, además, sobre la independencia.
La idea es estupenda y solo me protege de las críticas por dar ideas al
adversario el hecho de que este es tan cerrado de mollera que algo así
no se le pasa por su colectiva cabeza.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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