Hace unos días Pedro y Pablo estuvieron
de santo compartido. Quizá sea lo único que comparten: la onomástica, el
santo. Ya no el santo y seña, lo cual es razonable, dado que no hay
operación alguna. Negándose C's a cualquier acuerdo con Podemos y
viceversa, no hay posibilidad de moción de censura sin contar con los
votos de los indepes catalanes y ese es el embrollo de la política
española.
Sánchez aseguró que pediría la dimisión de Rajoy como primera
providencia de su SG y no solo no lo ha hecho sino que no lo hará porque
ve que no basta con pedir la dimisión. Hay que forzarla, cosa solo
posible con los votos catalanes que el PSOE repudia de raíz sin mucha
justificación.
Sobre
todo porque la única alternativa -y una por la que suspira el ala
derecha del PSOE- es la gran coalición de hecho o de derecho, una
especie de gobierno de unión nacional que sume los escaños del PP, el
PSOE y C's (254) en todo lo relativo a Cataluña. Esta alianza no tendría
por qué ir en detrimento electoral del PSOE pero, desde luego, barrería
su expectativa de configurarse como el partido hegemónico de la
izquierda.
Ninguno
de los dos puede llegar al gobierno por sí solo. Juntos, tampoco,
porque cada uno de ellos veta al posible aliado del otro. Y, por si
acaso no lo hiciera, probablemente Rajoy tiene ya preparado el decreto
de disolución para elecciones anticipadas.
Estos catalanes son gente muy peculiar y
tremendamente tornadiza. Hoy amanecen nazis y mañana resultan ser
bolivarianos. Eso no es serio, hombre. A ver si fijan ya el rumbo y se
les aplica la correspondiente cataplasma.
El País se apunta a la cruzada antivenezolana
pero lo hace con documentos fehacientes, que desmenuza y analiza con
verdadero susto; tanto que acaba haciéndose un lío. Ese proyecto o
bosquejo o preludio de ley de transitoriedad no tiene en sí mismo otro
defecto que su inverosímil prolijidad ante el imponderable de la
reacción del Estado a la mera aprobación de la ley.
Superado este nada
pequeño obstáculo, todo lo demás vendrá rodado. Pero rodará, según
anuncia la Generalitat, de un modo muy europeo y, por tanto, poco
bolivariano. Sobre todo porque el propio proceso bolivariano cita
explícitamente como modelo el de Islandia, país europeo, aunque lejano.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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