La
Generalitat debe anunciar a corto plazo la cancelación del referéndum
del 1 de octubre o su posposición a una fecha sin determinar. Ese sería
el paso decisivo para empezar a resolver la cuestión catalana de una
manera digna y civilizada. De hecho es la única solución admisible. Las
ideas y las razones básicas al afrontar este tema son las siguientes:
La separación entre España y Cataluña
generaría daños sustanciales, daños inasumibles, en todos los órdenes y
en especial en lo que atañe a la estabilidad política y la riqueza
sociológica y económica y, sin duda, en la relación con Europa. Por el
contrario, un acuerdo para superar las tensiones entre España y Cataluña
daría un gran impulso a nuestras buenas perspectivas actuales y en su
conjunto a la imagen de España en el mundo. Sería todo un ejemplo de
madurez democrática y solidez institucional.
Nuestro modelo autonómico -que es una de
las formas de ser federal- admite desde luego crecimientos asimétricos
que respondan a las distintas identidades y sensibilidades históricas;
admite, también, conciertos fiscales y, asimismo, normas y controles que
eviten procesos de desintegración y aseguren una solidaridad eficaz.
Es, por lo tanto, perfectamente posible reforzar significativamente el
autogobierno catalán en muchos terrenos sin abrir ninguna caja de
Pandora.
Cataluña -es algo que tenemos que
aceptar sin reservas- nunca abandonará su nacionalismo y su aspiración a
una soberanía profunda, y entra dentro de lo posible que los cambios
que se están produciendo en el mundo y en la ciudadanía y la política
interna española, puedan generar, en su tiempo, las condiciones
adecuadas para alcanzar este objetivo, si es que se mantiene, pero está
demasiado claro que este no es el momento.
Cataluña tiene que sentir la profunda
admiración del resto de España por todo lo que ha hecho -más sin duda
que ninguna otra comunidad- en el proceso de desarrollo, modernización y
enriquecimiento de nuestra vida democrática, económica y cultural. Sin
Cataluña hubiera sido absolutamente imposible alcanzar el grado de
progreso actual. Cataluña tiene que sentir además que respetamos sin
reservas -e incluso con cierta envidia- la pasión por su identidad, por
su lengua, por su cultura, por su historia y también sus deseos de
alcanzar las máximas cotas posibles de autogobierno.
Por su parte Cataluña tendrá que
reconocer la contribución de España a su desarrollo global y, en
concreto, a una contribución económica tan decisiva y esencial como la
de Cataluña a España y también su integración en un Estado que ha dado
ya a su autonomía tanta o más capacidad de acción que la que tienen la
práctica totalidad de los estados federales del mundo.
Teniendo en cuenta este análisis, la
petición a la Generalitat de suspensión del referéndum debería ser
formulada, sin reservas ni juegos sectarios, por los cuatro mayores
partidos políticos constitucionales, es decir, PP, PSOE, Ciudadanos y
Unidos Podemos.
La Generalitat no podría rechazar una
petición de este género, a la que se uniría el anuncio de unas
conversaciones con el Gobierno español, con el apoyo de los partidos
políticos citados, para debatir el tema en su conjunto a través de
contactos regulares en los que se analizarían las distintas opciones
posibles, incluida una posible modificación constitucional y un pacto
para un referéndum legal.
Por su parte, los partidos políticos tampoco
podrían oponerse a esta acción consensuada -sería de hecho un nuevo
pacto de Estado- que la ciudadanía valoraría muy positivamente y les
haría recuperar credibilidad ante la opinión pública. Ninguno de ellos
es partidario del referéndum en su formulación actual y por lo tanto no
tienen derecho a jugar a diferenciarse y a capitalizar sus diferencias
por razones estratégicas mientras observan, sin inmutarse, como si no
fuera con ellos, el acercamiento acelerado e incontrolado de los dos
“trenes”. Es un comportamiento irresponsable.
Deben tener en cuenta estos partidos y
también la Generalitat que la ciudadanía en su conjunto, tanto la
catalana como la del resto de España, empieza a estar agotada de un
“debate” -hay que ponerlo entre comillas porque ha sido un debate sin
diálogo- demasiado largo, demasiado peligroso y demasiado innecesario
que alcanza con frecuencia niveles de auténtica frivolidad. No nos
merecemos este trato, ni estos modos, ni estos juegos. No debemos
comportarnos como tahúres jugando una partida de póker y, en la mayoría
de los casos, de farol.
Una parte significativa de la gente “bien
informada” opina que al final habrá elecciones anticipadas en Cataluña,
en las que como consecuencia de las acciones del Gobierno español para
impedir el referéndum, aumentará el voto independentista y la mayoría
nacionalista en el Parlamento catalán. Quizás acabe siendo así -aunque
según otros el resultado electoral podría ser muy distinto-, pero, en
cualquier caso, sería todo menos una solución aceptable. Dañaría aún más
la vertebración actual y radicalizaría al máximo la convivencia.
Ante un reto histórico de esta magnitud
es necesario aportar grandeza y serenidad. España se ha transformado
sociológicamente más que ningún otro país en la historia reciente y se
ha convertido en una nación tolerante y liberal con todas las
identidades políticas, ideológicas y culturales. A pesar de una larga y
dolorosa crisis económica, el pueblo ha aguantado el envite con
verdadera resiliencia. No es justo que se ponga en peligro todo lo que
hemos conseguido en las últimas décadas.
Dicho todo lo anterior habrá que ponerse
a pensar en cuál debe ser la estrategia si la Generalitat -a pesar de
todos los requerimientos y todas las resistencias internas y externas
que está encontrando y que irán creciendo- se mantiene firme en la
celebración de un referéndum sin la menor base jurídica y está dispuesta
al enfrentamiento total, pase lo que pase. La respuesta no puede ser
otra que prepararse a soportar, con paciencia y tristeza, pero sin
resignación, una época ingrata, dañina y aberrante, en la que la culpa
siempre será de los otros y en la que todos saldremos perdiendo bastante
más de lo que imaginamos. O sea que no puede ser. Y lo que no puede ser.
(*) Abogado
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