Renqueante, la máquina del Estado se
pone en marcha, no por mano del gobierno, cual sería lo esperable, sino
de la oposición. Lo llaman "oposición de Estado" y está muy bien traído porque marca las distancias con el autoritarismo del gobierno.
Distancias
siderales cuando habla la ministra de Defensa, recordando que las
Fuerzas Armadas están para defender la integridad territorial y la
soberanía. Sí, así es, pero no para decidir por su cuenta una
intervención en ese sentido, ni siquiera bajo el mando de su capitán
general, el Rey. Eso lo decide el gobierno, el gobierno al que ella
pertenece. Su recordatorio es, por tanto, una amenaza. No una amenaza
del gobierno como tal sino de una ministra especialmente belicosa y muy
poco apropiada para el puesto que ocupa.
Así
que rechazar expresamente la aplicación del artículo 155 implica
oponerse con rotundidad a las amenazas de empleo de la fuerza militar.
Bajen a esta señora del caballo de Espartero. Está en pleno delirio. ¿O
imagina alguien a los turistas en Barcelona haciéndose selfies con el
fondo de los carros de combate de alguna brigada mecanizada?
Pero
este mismo incidente muestra que la situación es muy complicada.
Sánchez insta al gobierno a que gobierne, cosa que, por extraño que
parezca, en España es toda una osadía. Propone a Rajoy hablar con
Puigdemont y él mismo se declara dispuesto a hacerlo. Y por qué no los
tres a la vez. Y cuatro con Iglesias y hasta cinco con Rivera y quien
más quiera dialogar. Y ya hay una especie de mesa de diálogo y
negociación que parece ser la razonable propuesta de Sánchez. Sin exclusiones.
Otro
punto es la celeridad. Actuar antes de la confrontación, lo cual solo
es útil si se presenta una propuesta aceptable para el bloque
independentista, consistente en un tiempo muerto, un standby, una
parada de reloj o calendario, como hacen a veces los diplomáticos, para
tratar de encontrar una solución que satisficiera a todos, en el
entendimiento de que, tanto si se consigue como si no, habrá referéndum
en Cataluña.
La
opción es la más razonable y propicia para el nacionalismo español de
izquierda. Otra cosa es respecto al independentismo donde, de aceptarse,
se vería como la vieja táctica del divide et impera, pues habrá
un sector independentista que insista en no entrar en acuerdo alguno con
el Estado, ni siquiera el carácter pactado del referéndum. Pero la
división se daría y plantearía un serio debate en el independentismo,
cuyo resultado no me atrevo a prejuzgar.
La
cuestión, como siempre, es qué haría la derecha y si volvería a echarse
al monte. De momento ya ha demostrado en las legislaturas de Rajoy que
respeto por las instituciones, ninguno.
No será porque no lo habían anunciado. Estaba en la convocatoria misma, Bienvenidos al infierno. Literal.
Todos
los gobiernos occidentales condenarán sin sombra de duda la violencia
en la cumbre del G-20 en Hamburgo. Y, con los gobiernos, los medios de
comunicacion, las iglesias, los consejos bancarios y otras instancias
del orden, como las organizaciones patronales, las sindicales y sus
partidos políticos. El argumento es siempre el mismo en dos tiempos. Tiempo uno: en una sociedad democrática, toda violencia es condenable, deseo muy puesto en razón, aunque con matices. Tiempo dos: además, no sirve para nada porque la contraviolencia del Estado es siempre superior. Un argumento falaz.
Porque
sí sirve. En tiempos de sociedad mediática, hace visible un descontento
profundo, muy extendido, pero sistemáticamente relegado de la esfera
pública. Nadie se enfrenta a los cañones de agua de la policía, los
gases pimienta, las porras, para pasar una tarde de verano. Y la excusa
de que se trata de minorías de radicales y provocadores que acaban
reventado una manifa pacífica mucho mayor no vale. Las minorías no
organizan batallas campales de horas con contenedores incendiados,
asfalto arrancado, barricadas, etc, ni hieren a 76 policías.
Aquí
pasa algo y las potencias del mundo harían bien en estudiar las causas
de violencia y en buscar soluciones en vez de proclamar el estado de
sitio. Por ejemplo, podían comenzar considerando la interesante cuestión
de si sus mismas "cumbres" no son la mayor forma de violencia que se le
hace al mundo.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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