domingo, 30 de julio de 2017

Desnorte / Alberto Aguirre de Cárcer *

La losa reputacional que arrastra el Mar Menor aconsejaba que los municipios marmenorenses hubieran hecho todo lo posible este verano para atraer al mayor número de visitantes. Ofrecer todo tipo de facilidades a los turistas para revertir los efectos de esa ausencia de banderas azules por unos análisis practicados el pasado año cuando la laguna se encontraba en su punto crítico de turbidez. 

No es una tarea fácil si las televisiones nacionales rellenan su hueca programación estival con innumerables reportajes, todos cortados por el mismo patrón, sobre el deterioro del Mar Menor. Pero tampoco es imposible. Sus aguas siempre han sido, y son, aptas para el baño, a diferencia de otros muchos puntos muy localizados del litoral español, en Galicia, Valencia o Baleares, según los informes anuales de la Agencia Europea del Medio Ambiente. 

Por eso llama especialmente la atención que un municipio como San Pedro del Pinatar haya decidido, precisamente ahora, hacer lo contrario de lo que dictaba el sentido común, aprobar una ordenanza que, con multas de hasta 750 euros, desincentiva la llegada de veraneantes porque prohíbe el nudismo (practicado desde hace años en los puntos más remotos de la Playa de la Llana), jugar a las palas en la arena y, para chanza de todas las tertulias radiofónicas del país, orinar en el mar. Es cierto que existen similares ordenanzas en muchos municipios, pero no conozco ninguno que haya aprovechado el peor momento posible para aprobarla.

Nuestro déficit turístico no solo está originado por la falta de infraestructuras y plazas hoteleras, por la ausencia de empresarios punteros como los del sector agroalimentario o por la carencia de una marca consolidada y apoyada en una financiación pública competitiva. También existe una habilidad pasmosa de algunos dirigentes para meter la pata en sus más variopintas variantes. 

Otro caso que ha hecho correr ríos de tinta es la propuesta para dar un uso, turístico o científico, al faro de Cabo Palos, en línea con un plan anticipado a finales de 2016 por Puertos del Estado, que plantea esa misma posibilidad en cinco faros de distintos puntos del país para su disfrute público. A priori, la idea resulta atractiva y parece factible porque el control de la seguridad marítima, que debe prevalecer sobre cualquier otra consideración, puede llevarse a cabo desde las instalaciones de la Autoridad Portuaria en Cartagena. Países como Reino Unido e Irlanda ya lo han hecho con éxito con algunos de sus faros.

Ocurre, sin embargo, que la propuesta se lanza sin haber tomado en suficiente consideración que esa vivienda anexa de la torre de Cabo de Palos está habitada hoy por cuatro fareros, que lógicamente no están por la labor de abandonar el lugar que ocupan en exclusiva desde hace años. Hacer este planteamiento sin pactar primero una salida con sus actuales ocupantes equivale a meter la cabeza en un avispero y transformar una idea interesante en una atropellada ocurrencia. Más aún cuando se dirime el futuro de una infraestructura que forma parte del patrimonio público y tiene un valor histórico y emocional para miles de personas. Como tampoco se concretó y pactó su posible uso, surgió rápidamente una plataforma ciudadana, que advirtió de la posible privatización del faro y propuso un centro de interpretación compatible con las viviendas de los fareros. 

La Autoridad Portuaria tuvo que salir al paso para recordar que la ley no contempla la privatización de estos espacios públicos, sino su concesión para uso temporal por parte de empresas. De hecho, en los terrenos públicos que gestiona hay concesiones administrativas a empresas relacionadas con el tráfico de mercancías, cámaras frigoríficas, almacenamiento de productos petrolíferos, restaurantes y una cofradía de pescadores.

 Finalmente, la proposición no de ley del PP salió adelante en el Congreso de los Diputados, con el apoyo de C's y el compromiso de que no se tocará un ladrillo ni se privatizará nada del faro porque lo que se pretende es abrirlo a todos los ciudadanos. En el debate, Podemos rechazó la propuesta del PP porque decía, de manera genérica, que se quiere «convertir el faro en un negocio privado para sus amiguetes». 

Y hete aquí que esta semana, incluido quien elaboró la proposición, el diputado Teodoro García, conocemos que una empresa, constituida poco después de conocerse la propuesta, presentó una oferta a la Autoridad Portuaria para hacer un hotel en el edificio del faro. Una empresa cuyos promotores tienen como asesor legal al exdiputado popular Andrés Ayala, que aún ocupa cargos orgánicos en ese partido, y mantienen una cercana relación con el diputado y exconsejero, Francisco Bernabé, ya que fueron los organizadores de Las Minas Flamenco Tour, una aventura empresarial que en sus giras tuvo el patrocinio de Puertos del Estado. 

La oferta fue rechazada por la Autoridad Portuaria, pero su mera existencia y la proximidad de esta empresa con políticos del PP ha sido suficiente para enturbiar un proceso que, si bien no se ha apartado de la legalidad, debe gestionarse con la máxima transparencia que requiere este debate de interés público. Si los populares querían sacar adelante esta iniciativa, ahora lo van a tener mucho más crudo por sus propias torpezas. 

Algunos andan muy espabilados mientras otros parecen estar en Babia. Flaco favor le han hecho a quienes desde su partido intentan que la Comunidad Autónoma asuma las competencias en Costas, como ya tiene Andalucía. Con ‘amiguetes’ revoloteando en sus aledaños, los populares no necesitan buscarse enemigos. Ya se bastan solos, con el fuego amigo y el examigo, para acelerar cuesta abajo y sin frenos. Sobre todo ahora, que andan sin farero jefe dentro del partido y cada uno hace la guerra por su cuenta, encallando cada dos por tres.


(*) Periodista y director de La Verdad


No hay comentarios: