El presidente del gobierno -que lleva
seis años riéndose de los gobernados- ha hecho cuanto ha podido por
evitar la comparecencia. Su partido ha obstaculizado la acción de la
justicia desde el comienzo; él mismo se ha negado siempre a dar cuentas;
no quería comparecer en persona, sino a través de plasma. Pero, al
final, no ha tenido otro remedio que ceder, a regañadientes, según se
ve. Recuerda aquella otra comparecencia en un pleno del Congreso un 1º
de agosto en la que se le pidieron cuentas por sus tratos con Bárcenas y
a la que hubo que arrastrarlo con una amenaza de moción de censura. Al
final la democracia se impone por encima de las maniobras para burlarla.
La
declaración de Rajoy tiene dos aspectos, uno mediático y otro más
concretamente procesal. La queja de quienes se oponen a la comparecencia
se dirige a lo primero, a lo que se llama "pena de paseillo" o maltrato
mediático, un castigo injusto debido solamente a la relevancia del
personaje. Es cierto a la par que inevitable, pues la democracia
requiere transparencia. Por lo demás, esa pena suplementaria no se daría
si el presidente no estuviera involucrado de algún modo en el proceso
penal. Este se refiere a las presuntas fechorías cometidas por un
partido en el que él ha sido todo: tesorero, secretario general y
presidente. Resulta razonable y nada exagerado pensar que algo sabrá, de
algo se habrá enterado en diez años.
En
el campo procesal, a la hora de calibrar la declaración de Rajoy que
versará sin duda sobre lo que sabía y no sabía de los hechos
enjuiciados, conviene rememorar otra declaración histórica del mismo
personaje. El 11 de marzo de 2009, con motivo de las primeras
detenciones en el caso Gürtel, Rajoy reunió a la Comisión Ejecutiva
Nacional de su partido en la sede de Génova para hacer una solemne
declaración institucional según la cual la Gürtel no era una trama del PP, sino una trama contra el PP
y arremetía contra jueces y fiscales a alguno de los cuales le salió
cara su implicación. Vista ocho años después, la foto impresiona.
En
ella aparecen muy cariacontecidos Arenas, Sáez de Santamaría, Ruiz
Gallardón, Aguirre, Barberá, Mato, Monago, Camps, Botella, García
Escudero, Trillo, Cospedal, el propio Rajoy. Todos directa o
indirectamente relacionados con la Gürtel y todos sentando plaza de
puros y escandalizados, cuando el que no se lo llevaba crudo por la
cara, cobraba sobresueldos o repartía comisiones en el partido más
corrupto de la historia.
La
afirmación de 2009 de la trama "contra el PP" era una patraña y así
está demostrándose en los diversos procesos judiciales en curso. La
cuestión es si ahora va a contar otra patraña sosteniendo que no sabía
nada cuando hace ocho años lo sabía todo, hasta el punto de sostener que
todo era falso. Y no lo era. La "trama contra el PP" lo ha llevado a él
a declarar como testigo. La cuestión está en el crédito que merezca su
declaración, cosa difícil porque se mueve entre los dos imprecisos
extremos de negar lo que es y negar que se haya negado.
Resultará
que la comparecencia será, como dice el portavoz del partido del
gobierno, "normal". En efecto, muy normal: Rajoy leerá las respuestas
para no decir nada. La única esperanza es que improvise en algo y se
líe.
La torre de marfil, las barricadas y las cloacas
Hemos
entrado en la fase de la guerra de los manifiestos. Menudean los obuses
de papel de abajofirmantes, las declaraciones en los aparatos
mediáticos del régimen en contra del referéndum. Se mide y pesa la
autoridad de las firmas y se espera que estas arrastren voluntades entre
los lectores. La torre de marfil tiene troneras y desde ellas se
defiende la posición unionista en España. Para encontrar gente de igual o
superior peso hay que mirar al extranjero, en donde firman los
partidarios del referéndum catalán. En España, ni los de la extrema
izquierda.
Es
parte del frente propagandístico-mediático de un conflicto que, de ser
considerado un falso problema creado por una elite privilegiada y
corrupta, ha pasado a ser la cuestión prioritaria en todos los aspectos
de la vida colectiva hoy en España. Y es lógico. ¿Por qué iba a serlo en
los campos político, económico, social, institucional o mediático y no
también en el artístico, literario, musical y hasta religioso?
Los
combatientes ocupan sus puestos. La torre de marfil apunta a las
barricadas. Y ahí se encuentra con una respuesta contundente. Las
posiciones ideológicas son minoritarias, inevitablemente elitistas y
confían su fuerza a la calidad de sus nombres. Las otras son anónimas,
pero muy nutridas con un movimiento social permanente, constante y
prolongado en el tiempo. Las barricadas son la revolución; los
manifiestos elitistas, la contrarrevolución. Paradojas de unas
biografías previsibles.
Las
posiciones ideológicas de los manifiestos se orientan a convencer a las
masas anónimas que nutren el movimiento social. La calidad trata de
arrastrar a la cantidad porque reconoce que, en el asunto concreto de
que se trata (quién esté legitimado para decidir), la cantidad es el
argumento definitivo. La cuestión de si es la cantidad española o la
catalana no es secundaria pero no hace aquí al caso. Al caso hace la
cantidad como criterio. La barricada y la revolución frente a la torre
de marfil con troneras.
Interesante
es, al tiempo, que esa defensa ideológica del unionismo se haga
paralelamente a una realidad institucional, material, una acción del
Estado que niega en la práctica lo que las elites predican en la teoría.
“El Estado de derecho también se defiende en las cloacas” dijo en
cierta memorable ocasión Felipe González. Y es cierto pero, a
continuación, es preciso aclarar cómo se defiende: si haciendo más
efectivas las cloacas o sea más sucia la guerra sucia, o acabando con
ella.
Ahí
es donde debe medirse el valor de estos manifiestos que intervienen en
un conflicto, que empiezan por negar toda equidistancia. Y a fe que es
cierto pues solo atacan a uno de los bandos, el independentista, sin
considerar siquiera la posibilidad de que este sea en buena medida una
respuesta a una actitud persecutoria, ilegal, arbitraria del Estado cuya
última manifestación es la guerra sucia del gobierno contra él.
La
guerra sucia sitúa el conflicto en un terreno muy resbaladizo. Si los
encargados de velar por la seguridad de todos, incluidos los
independentistas, recurren a procedimientos delictivos, nadie puede
estar seguro. Ni los que firman manifiestos. Y estos acaban, quizá,
justificando la injusticia cosa que, es de suponer, está fuera de sus
genuinos propósitos.
Con
un ejemplo se aclara el asunto. Entre quienes se han manifestado contra
el independentismo se ha manejado la idea y esperanza de que se rompa
la “espiral del silencio” en Cataluña. Dando por supuesto que se trata
de la teoría de Noelle-Neumann y que tomamos las precauciones adecuadas a
la evolución ideológica de la autora, la pregunta es: ¿han intentado
aplicar la teoría a la opinión española? ¿Han comprobado si hay en
España espiral del silencio respecto al independentismo catalán? De
haberla, ¿han hecho una comparativa con la de Cataluña?
Isabel
Coixet dice que no ser idependentista no te convierte en fascista. Por
supuesto. Y serlo tampoco te hace nazi. Pero hay una diferencia que no
puede pasarse por alto: quienes llaman “fascista” a Coixet no lo son ni
lo han sido nunca; quienes llaman “nazis” a los independentistas, si no
lo son ahora, lo fueron. Como Noelle-Neumann.
Conviene saber con quién está cada cual.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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