miércoles, 19 de julio de 2017

No hay manera / Ramón Cotarelo *

En menos de 24 horas, el acuerdo de la izquierda sufre su primer revés, roce, lo llama la prensa prudentemente, como el que no cede el paso en la puerta; aunque aquí parece tratarse del que se adelanta. Están los dos aliados mirándose de reojo y buscándose las vueltas. Harían bien en establecer unos protocolos de actuación para evitar los roces o desacuerdos y ser menoss quisquillosos.

Sobre todo porque ese rifirrafe continuo desmerece de las firmes declaraciones ideológicas y estratégicas. Dice Montero que la prioridad es echar a Rajoy de La Moncloa y al PP del gobierno. Pero, por lo que hacen, más parece que esa tarea la cumplirán antes los jueces mandando al grueso del partido entre rejas.

La detención del baranda del fútbol por un presunto delito prevaricación no es un hecho insólito, sino lo normal. No hay sector de actividad económica (deportiva, empresarial, cultural, bancaria) que esté en relación con el poder político y no haga negocio con la corrupción de este. Está todo igual de podrido en este sistema de capitalismo de captura del Estado.

Quien haya visto el documental sobre las cloacas de Interior sabe que esa corrupción afecta a todas las áreas del gobierno, singularmente el ministerio del Interior, en donde parece haberse montado una policía política con fines claramente delictivos.

Un gobierno que tiene o ha tenido ministros reprobados, acusados o investigados, que tiene dirigentes de todo tipo en la cárcel y cuyo presidente está pendiente de declaración como testigo en un proceso por corrupción de su partido, del que ha sido todo: tesorero, secretario general y presidente, carece de toda autoridad moral para enfrentarse a la reivindicación independentista. Carece de toda legitimidad para exigir a los independentistas que acaten la ley cuando el primero que no lo hace es él mismo; ni como órgano ni personalizadamente.

La lentitud y el zascandileo habitual de las izquierdas, pasa ahora a ser irresponsable, puesto que deja en manos de esta derecha neofranquista la cuestión catalana. Hay quien dice que, en realidad, es un efecto querido. La izquierda prefiere que sea la derecha quien reprima el independentismo catalán, quedando ella así exonerada. Como Poncio Pilatos. Habrá gente así, seguramente, pero entiendo que la mayoría acusa más bien un sentimiento de frustración: no haber sido capaz de proponer una solución negociada admisible por ambas partes. Esa conciencia de fracaso no le permite exonerarse, sino que la convierte en el furgón de cola del PP en Cataluña.

Y todo para comprobar que también es el furgón de los fracasados, tanto si el referéndum se celebra como si consiguen impedirlo.  
 
El Estado y el gobierno

El argumento más poderoso del sector unionista, el menos falaz y sofista, es el que insiste en diferenciar entre Estado y gobierno. Es el más poderoso no por lo que dice, (auténtica trivialidad), sino por lo que implica. Según él el actual gobierno de España (un órgano corrupto, sostenido por un partido de presuntos delincuentes, que ha destrozado el Estado de derecho) no es el Estado en sí, sino una forma pasajera. Cuando haya elecciones, podrá haber un gobierno decente, que haga justicia al carácter democrático y abierto de la sociedad y el Estado españoles.

Es decir, el independentismo es una opción errónea, precipitada, que se basa, ella sí, en una falacia: la de identificar un gobierno de presuntos ladrones neofranquistas corruptos y nacional-católicos con el Estado español. Trata de aprovechar esta lamentable y contingente identidad entre policías y ladrones para hacer apresurada tabla rasa y tirar el niño con el agua sucia.

El argumento es una llamada a la paciencia y la esperanza del independentismo. Esperaos, viene a decir, a que haya un cambio de tendencia en la opinión española, a que haya un gobierno respetuoso con el sentir democrático y el imperio de la ley, y el Estado español permitirá su reforma profunda para acomodar las pretensiones catalanas, por ejemplo, en forma de un generoso federalismo, que es la vía elegida mayoritariamente por las izquierdas españolas, aunque no por las catalanas.
 
Invitar a la paciencia y la esperanza y tachar, de paso, a los independentistas de demagogos, precipitados, aventureros, radicales, etc., permite sentar plaza de persona ecuánime. También permite nada y guardar la ropa aunque sea posible que, al final, no se nade y la ropa se pierda.

Ese argumento coincide con un tímido rearme moral de un nacionalismo español de izquierdas. Hace unos días, más de 200 personas de ese ámbito, más o menos del comunismo catalán rechazaba el referéndum del 1/10 por falta de garantías democráticas. Escriben lo que predica su correspondiente organización, los Comunes, que no aceptan el referéndum, pero levantan constancia de su carácter movilizador. A continuación, proponen trabajar por un “verdadero” referéndum a partir del 2 de octubre. Lo dicen Domènech e Iglesias. No es una tomadura de pelo. Es simplemente que no dan para más.
 
Tratando de evitar este ridículo, el sector errejonista de Podemos alienta también la misma esperanza de un Estado español de derecho, democrático, avanzado, justo, respetuoso con las naciones que lo integran cuando los progresistas ganen las elecciones. Un Estado del que hay que estar orgulloso, una verdadera patria de todos los españoles, a la que los catalanes querrán adherirse de mil amores, abandonando los “delirios separatistas”, como dice el presidente de la Gürtel, los sobresueldos, y el “sé fuerte, Luis”.

La idea es siempre la misma: deponed vuestra actitud separatista porque todavía podemos hacer muchas cosas justas con un Estado español libre de neofranquistas, capaz de reformarse constitucionalmente y de atender con equidad las reivindicaciones de las naciones no españolas.

Mentira

No hay nada, absolutamente nada en la experiencia de los último 300 años que permita abrigar esa esperanza en las relaciones entre Cataluña y España. Quien lo sostenga no actúa de buena fe o es un ignorante imperdonable.

No hace falta trabajar mucho para concluir que, si el poder político, el gobierno, cae en manos de la derecha (como lo está desde hace seis años por la incapacidad –también teñida de corrupción- de la izquierda) el Estado será represivo, antidemocrático, centralista, catalanófobo, injusto, cruel con los sectores más desfavorecidos y gestionado por ladrones.

¿Y si gobierna la izquierda, como hizo en 1982/1996 y 2004/2011? Pues lo mismo con algunos retoques cosméticos. Cierto, durante los mandatos de González y Zapatero se tocaron algunos puntos importantes de carácter social e ideológico. Pero la estructura del Estado del antiguo régimen siguió intacta: centralismo, caciquismo, oligarquía, iglesia depredadora, empresarios ineptos y corruptos, poder judicial vendido, medios de comunicación comprados, administración venal, injusticia sangrante en la distribución territorial de los recursos. NI siquiera se depuró el aparato represivo de la dictadura ni se hizo justicia con sus víctimas. 20 años tuvieron los socialistas para imponer en España la fórmula federal que hoy presentan como panacea y de la que, en realidad, no tienen ni idea.

Al margen de que esta oferta federal resulte ya lamentablemente anacrónica, es llamativo cómo el nacionalismo español (incluso este de la “Patria a la izquierda”) desconoce su íntima fibra autoritaria. Ni se les ocurre que, como están las cosas, el federalismo solo podría ser producto de un voluntad libre de entidades soberanas e independientes y no impuesto por el esclarecido regeneracionismo de una izquierda incapaz de reconocer que España tiene siempre los gobiernos que su fallido Estado le permite, sean de derechas o de izquierdas, federales o centralistas. La prueba es que al actual impulso independentista se generó y creció durante el mandato de uno de los presidentes más ineptos de la historia: Rodríguez Zapatero, “federalista” del PSOE.

Porque el problema es el Estado español, y pedir esperanza en que cambie alguna vez es jugar de mala fe.
 
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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