Hasta ayer, el mejor consuelo de todo el que presentaba una moción de censura fallida en España era que Felipe González
arrasó en las elecciones de 1982 tras presentar la suya, en mayo de
1980, que perdió por 14 votos. Un consuelo que no le sirvió de nada a Antonio Hernández Mancha, en marzo de 1987, que sí, logró darse a conocer, pero como el líder de la oposición vapuleado por Alfonso Guerra.
Ahora, la tercera moción de censura nos brinda un nueva perspectiva: la de una telonera, Irene Montero, que resultó más eficaz y coherente que el protagonista principal. No sólo Joan Baldoví le lanzó un golpe bajo a Pablo Iglesias
al decirle que su segunda había estado mejor que él, sino que Rajoy
también lo aprovechó y la mayoría de los observadores que estaban en el
Congreso coincidieron. “Ha nacido una estrella”, dijo Raúl del Pozo, veterano de mil lances parlamentarios, en Onda Cero.
Que
Montero estuviera mejor que Iglesias no sólo se debe al hecho de que
todo el mundo estaba más fresco a las nueve de la mañana que a las 12:22
horas cuando empezó a hablar su líder, sino a la naturaleza misma de Podemos.
El partido de Iglesias, como bien dijo Rajoy, es hijo del cabreo y del
hartazgo, y en ese sentido es una formación que está más cómoda en la
descripción de un mundo injusto, desigual y cruel -es decir en la
censura- que en el planteamiento de soluciones.
La errónea estrategia de la eternidad
Por
eso, la continua apelación a los gobiernos locales del cambio como
elemento de contrastación de su eficacia deviene en un argumento débil. Salvo en Barcelona, todos los demás ayuntamientos están lejos de despertar entusiasmo popular.
El asunto alcanza a las 11 propuestas anticorrupción y a los cinco
vectores económicos -una pobre oferta de gobierno desvelada ayer- que
por muy transversales o portuguesas que sean no dejan de recordar que ya
podrían estar siendo aplicadas por un gobierno del PSOE y Ciudadanos si
Podemos se hubiera abstenido en marzo de 2016.
La estrategia de la eternidad de Podemos también fue un error. Rajoy la desnudó al calificarla de largo “aló presidente”.
La idea era precisamente ésa, que cada vez que alguien sintonizara su
radio o la TV se encontrara con Montero o con Iglesias perorando en la
tribuna. Lograron aburrir a las ovejas, porque la eficacia de leer los
autos judiciales de la corrupción se diluyó en la exageración verbal que
necesitaban para rellenar el resto del tiempo.
Rajoy, además, destrozó la continuidad de la moción desde el primer momento al decidir contestar personalmente a Montero.
Este movimiento todavía hizo más evidente que entre la censura de
Montero y la propuesta de gobierno de Iglesias no había diferencia
alguna por mucho que el secretario general se dedicara a repasar la
prehistoria del Ibex 35 como un profesor de historia.
La cuestión nacional, terreno de Rajoy
El
presidente se reservaba una última estratagema: no favoreció una pausa
para comer. Y se ensarzó con Iglesias desde las tres hasta casi las
cinco de la tarde y fue en ese segmento cuando arrastró al líder de
Podemos a la cuestión catalana y de las nacionalidades, donde llevaba todas las de ganar y su adversario mostró su mayor debilidad.
Tras
una hora de descanso, Rajoy pudo retirarse a sus cuarteles e Iglesias
tuvo que dedicar la tarde a enfrentar el reproche de los partidos
pequeños, donde brilló con especial fulgor la canaria Ana Oramas, breve y contundente.
La primera jornada de esta moción de censura ha terminado dando más oxígeno a Rajoy y dejando a Podemos como un partido espeso, donde la número dos está en mejor forma política que el número uno.
Y lo peor es que la corrupción, que se decía que era la clave de bóveda
de toda la operación, terminó siendo ninguneada y banalizada por un
Rajoy que la disolvió en el propio radicalismo de la puesta en escena.
(*) Periodista
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