viernes, 23 de junio de 2017

Ficus agredido por la propia ciudad / Herminio Picazo *

Lo verdaderamente extraño es que el ficus de Santo Domingo, en Murcia, y con él otros muchos grandes árboles en cientos de jardines urbanos, no haya provocado más problemas y en más ocasiones. La ciudad quiere verde y quiere naturaleza, por supuesto, pero creo que es extremadamente difícil exigirle a nuestra vegetación urbana que se comporte como si estuviera tan ricamente en las mejores condiciones de su medio natural. 

Tampoco es posible exigir de nuestros compañeros vegetales que duren y duren, como el conejito del anuncio, y que no se hagan abuelos ni tengan achaques. Claro que los queremos así, monumentales y longevos, enormes y entrañables, pero al igual que no podemos empeñarnos en que nuestros mayores (o nosotros, crucen los dedos) no cumplan años, enfermen, envejezcan y finalmente mueran, no es posible congelar el tiempo e impedir la decadencia de los árboles monumentales. Pregúntenles a los vascos qué hubieran dado por inventar la poción mágica que consiguiera que su árbol de Guernica fuera eterno. 

No sólo en Santo Domingo, sino en otros muchos lugares, los árboles plantados sufren agresiones que son absolutamente inherentes a la propia ciudad. En algunas ocasiones por errores o fallos de planteamiento, pero en la mayor parte de los casos por la pura lógica que supone que la ciudad es en sí un ente, por llamarlo en alguna forma, asfaltado, hormigonado, adoquinado, sobresaturado en su subsuelo de pilares, cables, tuberías, escombros y mil tipos de restos de construcciones anteriores y, en consecuencia, con sus suelos (lo que no vemos bajo el asfalto) completamente trasformados. De hecho ni tan siquiera los árboles urbanos tienen porqué estar en un jardín amplio en el que mejor o peor se puede manejar su entorno, sino en muchas ocasiones, como es en este caso, en una simple plaza. 

Leyendo estos días las sucesivas transformaciones realizadas en el entorno de Santo Domingo ya hace décadas quizás lo sorprendente sea que el árbol no se haya rebelado más veces y de forma más virulenta. Por el contrario, al menos en los últimos tiempos, quizás sean precisamente los cuidados proporcionados al árbol los que hayan hecho que aún esté entre nosotros y quizás sus anclajes y las precauciones tomadas hayan conseguido, junto con el sentido común de las personas que estaban en sus cercanías, que el resultado del último accidente de ramas no haya resultado catastrófico. 

La tendencia a la que se debe encaminarse una ciudad que quiera ser más verde no es (no puede ser, lo siento) la de salpicar aquí allá la trama urbana con vegetación espectacular y de increíble porte, sino la de trabajar mucho más a fondo la naturalización de todas las partes y elementos del medio urbano. Miren, quizás la ciudad esté más hecha para llenar sus parterres, sus tejados y sus terrazas de huertos ecológicos y tejados verdes que para mantener árboles centenarios que quieran rozar el cielo. Ojalá que ambas cosas, y me apunto a cualquier propuesta que lo consiga, pero no sé yo si esto es posible.


(*) Biólogo


1 comentario:

Anónimo dijo...

"Compañeros vegetales", ya te cagas...