La solemne celebración del cuarenta aniversario de las primeras
elecciones democráticas en España, después de una dictadura que duró,
significativamente, otros cuarenta años, se recordará como el día en
que se cabreó el rey Juan Carlos, al que se le ha dado, sin nadie
decirlo formalmente, el título de ”Rey emérito”, un título recibido por
el Rey padre, como una auténtica cursilada, como realmente, lo es.
Todavía no había finalizado el acto oficial del Parlamento el pasado miércoles, y el ambiente era distendido aunque flotaba una sensación de
misterio en torno a la ausencia del rey Juan Carlos en el Congreso.
Diputados, padres constituyentes, autores de la Constitución, políticos e
invitados, cambiaban impresiones sobre el discurso del rey Felipe VI
(algunos, algo críticos); sobre la soledad de Pedro Sánchez en el palco
de invitados, sin una sola silla ocupada a su alrededor; sobre la
chaqueta de invierno de Pablo Iglesias que ha adoptado de uniforme de
verano, después de pasar lo más duro de este invierno en mangas de
camisa; sobre el homenaje de cariño que por parte de muchos había
recibido el exministro Rodolfo Martín Villa al que se querido presentar
como el jefe de todas las infamias del franquismo; sobre los intentos de
Felipe González por no coincidir con el líder de Podemos empeñado en
saludarle ¡Estaba la cal viva, más viva que nunca!
Fue, en ese ambiente, relativamente distendido, cuando estalló la bomba: El País,
comenzó a comentarse, publica una columna de Rubén Amón, su columnista
estrella, contando la irritación del Rey emérito sobre su veto en un
acto conmemorativo al que no se le había invitado, siendo él, uno de los
que más han contribuido a ese proceso bautizado como Transición, en el
que esas elecciones de Junio de 1977, fueron fundamentales para el
inicio de ese proceso.
Si El País publicaba eso, conociendo
las buenas relaciones del presidente de Prisa, Juan Luis Cebrián, con
Don Juan Carlos, y teniendo en cuenta que el antiguo jefe de
comunicación de Zarzuela, Javier Ayuso, forma parte del equipo directivo
del periódico de Prisa, la noticia adquiría características de
auténtico conflicto.
Desde el “Por qué no te callas“, dirigido en una
Cumbre iberoamericana al presidente venezolano Hugo Chavez, delante del
presidente del Gobierno de entonces, José Luis Rodríguez Zapatero, y en
defensa, además, de José María Aznar, no se conocía, una reacción tan
airada de alguien acostumbrado a aguantar… carros y carretas.
Por primera vez, el Rey hablaba con varios medios y varios
periodistas para quejarse, con razón, de que no hubiese sido invitado a
un acto en el que además se homenajeaba a quienes, con más o menos
protagonismo, cumplieron un papel en el tránsito de la Dictadura a la
recuperación de las libertades, porque eso, junto con la reconciliación
nacional, fue esencialmente la tan alabada Transición española, cuyo
candado hay que abrir según algunos, para terminar definitivamente con
el “régimen del 78“. Y cuyo primer paso dicen que ha sido la ruptura del
bipartidismo.
Si el acto conmemorativo, que se celebraba con dos
semanas de retraso por no perturbar lo más mínimo la moción de censura
de Unidos Podemos, era también para homenajear a quienes, en esa etapa,
contribuyeron al tránsito (todos recibieron una medalla conmemorativa),
no tenía sentido dejar fuera de ese homenaje a quien con valentía apostó
por la democracia, defendió en su momento la legalidad constitucional y
reinó, durante cuarenta años.
Don Juan Carlos abdicó, ha hecho ahora tres años, porque pensó que
era lo mejor para el futuro de España y de la Monarquía, y desde
entonces ha llevado a cabo lo que le han encargado desde el punto de
vista institucional o diplomático. Dentro de unos meses, cumplirá
ochenta años, sin que se le haya dado el homenaje de agradecimiento que
se merece, porque no puede quedar sin él.
La imagen de la cacería de Botsuana, de su última aventura
sentimental. O de los errores de una etapa en la que él mismo reconoció
que se había equivocado. Se ha desaprovechado la ocasión para, junto a
otros, recibir el reconocimiento de su labor en la normalización
política de este país. No vale refugiarse en el protocolo para intentar
justificar un error que nunca se debió cometer, como tampoco vale
intentar hacer una lectura constitucional de lo que ha pasado,
insistiendo, por parte de expertos de constitucionalistas de que “Rey no
hay más que uno”.
El protocolo está para adaptarse al sentido común y
el debate constitucional… en su momento, cuando toque. Y ahora, no toca…
Lo del Rey, según el título de un conocido artículo publicado en lo que
fue el inicio de la Transición con Adolfo Suárez, ha sido un error, un
gran error.
(*) Periodista y economista
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