Desde la visita en febrero a la Región del embajador de Canadá han
pasado muchas cosas. Por ejemplo, Pedro Antonio Sánchez ya no es
presidente regional y Pedro Sánchez vuelve a ser secretario general del
PSOE. Con un bagaje de solo unos meses en España, a Matthew Levin le
llamaba la atención tanto el fuerte empuje empresarial de nuestro país y
región como la dinámica judicial que afectaba a la política española.
Lo que probablemente no podía imaginar entonces es que la ratificación
del tratado comercial entre la Unión Europea y Canadá podía verse en
peligro por el radical cambio de posición del principal partido de la
oposición de nuestro país.
Todo indica que la Ejecutiva socialista apostará este lunes
finalmente por la abstención, lo que no impedirá al Gobierno sacar
adelante, con el apoyo de Ciudadanos y otros grupos, la ratificación de
un acuerdo con un país al que 200 empresas murcianas exportan bienes y
servicios por valor de 34 millones de euros. Lo relevante, por tanto, no
es saber qué pasará con ese tratado comercial sino hacia dónde va el
nuevo PSOE de Pedro Sánchez. Porque más que un giro respecto al tratado
CETA ha sido un auténtico bandazo, anunciado escuetamente por la nueva
presidenta del partido, Cristina Narbona, en un tuit de 15 caracteres
(«No lo vamos a apoyar») que le sitúan al margen de la posición
mayoritaria en la socialdemocracia europea.
No ha tardado mucho en
manifestarse el viraje hacia la izquierda de un renacido PSOE donde hay
menos contrapesos internos y el rumbo se dirime sin intermediaciones
territoriales entre las bases y la actual cúpula, diseñada a su medida
por el secretario general. No hay que darle demasiadas vueltas sobre el
motivo de este giro. Varía la estrategia pero el objetivo de todos los
partidos es siempre la legítima conquista del poder político, con la
perspectiva, hoy no descartable por nadie, de un posible adelanto
electoral para 2018.
A diferencia de sus antecesores, que alcanzaron La
Moncloa buscando desde la izquierda el mayoritario voto no ideologizado
de centro, Pedro Sánchez considera que solo tendrá opciones si se
desliza en sentido inverso, recuperando votos fugados a Podemos o
aliándose con la formación morada, los nacionalistas y Cs, un extremo ya
más complicado que cuando intentó la investidura.
Al margen de
las cuestiones de fondo, la nueva etapa se ha iniciado de forma
atropellada y zigzagueante. Verbalizando decisiones y reformulando
posiciones sin tener preparado un relato, ni siquiera un mínimo
argumentario, para desconcierto no solo de la opinión pública sino
también de muchos dirigentes y militantes. Ya antes de este ‘no es no’
al tratado UE-Canadá, Sánchez generó confusión con el asunto de la
plurinacionalidad y la «nación de naciones» de su propuesta federalista.
En realidad, lo primero ya está contemplado por la Constitución en su
segundo artículo, que habla de regiones y nacionalidades, pero el líder
socialista tropezó de nuevo en un concepto, la «nación de naciones», que
no deja de ser una construcción gramatical ficticia (tan poética como
la expresión ‘rey de reyes’ e imposible como una ‘célula de células’).
Puede valer para un mitin en Badalona, pero plasmada en el articulado de
una Carta Magna adquiere una carga político-jurídica que llevaría
implícito un reconocimiento de soberanía para esos territorios, por más
que asegure Sánchez lo contrario.
Mucho esfuerzo pedagógico deberá hacer
para apuntalar estas ideas que, por ahora, no levantan entusiasmo en
los nacionalistas catalanes y suscitan escepticismo, estratégico o no,
en Podemos. No lo tendrá fácil porque la Declaración de Granada que
heredó de sus antecesores como kilómetro cero para el federalismo era
inconcreta, no tenía hoja de ruta y abonaba el terreno para los líos
polisémicos que inició Zapatero al decir que la nación era un concepto
discutido y discutible.
Inmersos como están ya en los primeros
movimientos para elegir a un nuevo secretario general, las primeras
decisiones del equipo de Pedro Sánchez han pillado desprevenidos a los
dirigentes murcianos del PSOE, que no han querido valorar oficialmente
la decisión de la Ejecutiva Federal respecto al tratado CETA.
Son
momentos delicados en lo orgánico para el saliente Rafael González
Tovar, que busca una candidatura de unidad con visos de complicarse por
la existencia de varios postulantes. Más aún si uno de ellos es su hija,
la diputada María González Veracruz, la potencial candidata con más
opciones de partida, por su experiencia, proyección pública y
posibilidades de ganar apoyos en este escenario con aromas
preelectorales. Tovar se irá sin haber llevado al PSOE a San Esteban,
pero también dejando el partido al frente de 26 municipios y habiendo
debilitado electoralmente el PP con un discurso en favor de la limpieza
democrática en paralelo a no pocas querellas en los tribunales por
presunta corrupción. Una estrategia con la raya roja puesta en la
imputación, que no compartían todos sus alcaldes porque fácilmente
podría volverse en contra. De hecho, ya empieza a asomar el efecto
bumerán.
Cada día que pasa, la presencia del exalcalde José López en el gobierno
de Cartagena es un revés para la credibilidad del PSOE y Podemos. Hoy es
tan posible que el ‘caso López’ se diluya horas después de su
declaración en ocho días ante el juez como que se complique y se alargue
en el tiempo. El PSOE de momento aguanta. Cartagena es plaza fuerte, y
decisiva también para decantar las futuras primeras autonómicas con
circunscripción única. El PP regional vive momentos de zozobra, pero a
los socialistas se le vienen también tiempos inciertos, ahora que deben
renovar su liderazgo mientras Pedro Sánchez da un volantazo a la
izquierda y está sometida a examen la coherencia de su discurso contra
la corrupción.
(*) Periodista y director de La Verdad
http://www.laverdad.es/murcia/vientos-cambio-20170625073012-nt.html
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