miércoles, 21 de junio de 2017

El efecto látigo de los artistas / Ángel Montiel *

A los artistas no hay quien les corte el rabo. Hemos visto cómo los censuran: la última vez, por el ya exalcalde de Cartagena, José López, ahora imputado por presunta corrupción.

 Hemos visto cómo se les denigra por el Gobierno autonómico al otorgar éste nada menos que la Medalla de Oro de la Región a Muher, que practica un manierismo decorativo, descomprometido incluso estéticamente, como de agencia turística, a la carta, artísticamente irrelevante, ignorando a los creadores auténticos y de larga trayectoria. 

Y vemos cómo los infernales laberintos burocráticos permiten que a los trabajadores del Museo Gaya se les obligue a vivir cinco meses sin cobrar los sueldos que les corresponden y sin poder ejercer siquiera el derecho a despedirse, consecuencia de cómo el poder político genera infraestructuras culturales sin prever la sostenibilidad de su mantenimiento. 

La cultura, mientras da trabajo a las empresas de la construcción para promover las infraestructuras, es un primer empeño de los políticos, pero una vez entregada la obra, el mantenimiento de la actividad cotidiana que la justifica es precario, subsidiario o prescindible. Y a veces ni se entrega la obra, o no completamente terminada, como en la fantasmal red de auditorios de la Región. 

Los artistas son ocasionalmente elegidos para adornar el escaparate del poder político. A veces, cuando a la Administración le sobraba el dinero (el que quedaba después de pagar el viaje tutiplén de Valcárcel a la Bienal de Venecia u otros caprichos viajeros del Sobrinísimo o de alguien de su familia, convenientemente colocado en alguna fundación cultural tan privada como subvencionada, que desapareció tras su cese), con la organización institucional de supuestos eventos trasgresores, como el de aquella impostora de mucha fama que, contratada por el Gobierno del PP, quiso que los manifestantes de una huelga general contra el Gobierno del PP suplieran la creatividad por la que le pagaban invitándolos a pintar graffitis en la iglesia de San Esteban, el espacio que se le concedió para ingeniar algún acto contra el poder, el mismísimo ´sótano´ de la sede de la presidencia regional. Imagínense qué peligro creían correr los subvencionadores de la trasgresión cuando a los transgresores los colocaban, en palacio, bajo el suelo que pisaban. 

En todas estas estupideces se gastaron montañas de dinero, porque las performances eran completamente inocuas. Por eso salían en el suplemento cultural de algún diario nacional, gracias también a que el consejero de entonces contrató a dedo a un hermano del crítico de arte de ese diario nacional. Infalible.

Pero los artistas de verdad son como los gremlins. En la distancia corta son seres entrañables, acogedores, ese tipo de personas a las que invitarías a un café con leche nada más conocerlas. Pero si les cae encima una gota de agua se convierten en indomables, intratables, irreductibles. Son como los perros de caza: por mucho que les pongas pienso y agua, te acabarán haciendo cardenales en la pantorrilla con el fuerte efecto látigo de su rabo. Y, ya digo, no se lo dejan cortar. A ver si el diputado Paco Bernabé promoviera alguna nueva moción al respecto.

El Gobierno regional ha previsto la llegada del Ave en superficie a la estación del Carmen, en Murcia, creando un muro físico que partirá en dos un largo tramo del municipio. La resistencia de los vecinos afectados, entre los que lógicamente se incluye un porcentaje muy alto de votantes del PP, pretende ser atenuada con el pretexto de que se trata de una protesta localizada, en el supuesto de que el resto del municipio y de los habitantes de la Región verán en estas protestas incluso un asomo de egoísmo. 

Así, a los ciudadanos de las zonas afectadas les serán refutadas sus reivindicaciones para el soterramiento de las vías, dada la satisfacción de los miles de murcianos que aplaudirán la llegada, por fin, del Ave, sea por tierra, mar o aire. El hecho mismo de la llegada del Ave acallará, creen en el Gobierno, las críticas a que venga en superficie, pues la mayoría de los murcianos se opondrá a los reparos del reducto galo organizado en la heroica Plataforma proSoterramiento.

Y en estas llegan los artistas. Más de medio centenar, y los mejores. Sin que nadie los haya reclamado. Me consta que ni siquiera la Plataforma. Lo han hecho en un movimiento espontáneo en que la creación de un hilo ha servido de banderín de enganche a todos los que se han atrevido a ponerse voluntariamente ante el pelotón de fusilamiento de las Administraciones. Aquí estamos: somos nosotros. Damos la cara, uno a uno. 

Esto, cuando el tiempo no está para llover. Esta es la verdadera transgresión, la que surge por una causa justa, real y cercana, acuciante, y que compromete la función de los artistas con independencia de las posiciones estéticas o ideológicas de cada uno de ellos. Su plante colectivo frente al poder político, que ahora quiere dar una larga cambiada a sus promesas de otro tiempo e incluso a los compromisos firmados con la presencia de las autoridades políticas del PP en la calle portando las pancartas de la Plataforma, viene a dejar gráficamente sentado que el soterramiento no es una preocupación de los circunstancialmente afectados por el doble muro (sea de cristal, plástico o cemento) sino de todos los murcianos decididos a no dejarse embaucar por el juego del trile a que se les invita desde el poder: ¿dónde está la bolita? 

Los artistas murcianos dan hoy con la inauguración de su exposición en favor del soterramiento un ejemplo cívico emocionante. Con coraje y sin autocensuras. Oro molido, sin medallas.


(*) Columnista



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