Tanto el “Brexit” como el triunfo de Donald Trump en los Estados
Unidos tienen algo que ver, o mucho, con la inmigración indiscriminada.
De un lado estaban las decenas de miles de acampados en los alrededores
de Calais, a la espera de poder saltar hacia el Reino Unido. De otro, la
permeabilidad de la larguísima frontera entre Estados Unidos y Méjico.
Aunque sea políticamente correcto ponerse siempre al lado de quienes
huyen de las guerras o simplemente de la miseria en sus países de
origen, la verdad es que nadie tiene derecho a irrumpir sin permiso en
la casa del prójimo.
Tras un cierto tiempo de puertas poco menos que abiertas de par en
par por iniciativa de la canciller alemana Merkel, y después de haber
llegado casi un millón de inmigrantes o fugitivos en un solo año, hubo
que recurrir a los férreos controles fronterizos, incluidos muros y
vallas, siguiendo el ejemplo de aquellos países que, como Hungría, se
opusieron desde un primer momento a una iniciativa tomada a sus
espaldas, poco acorde con la legislación europea y fuente de muy
diversos problemas.
La multiculturalidad no es necesariamente una bendición y la
integración en la sociedad de acogida no ha resultado tarea sencilla.
Londres, París y Bruselas, entre otras capitales europeas, cuentan con
barrios que son verdaderas ciudades dentro de otra, con sus propias
costumbres, generalmente musulmanas, y el rechazo generalizado hacia una
policía y otras instituciones vistas como ajenas. Y en Berlín tenemos
el distrito de Kreuzberg, que viene a ser desde hace varias generaciones
un enclave turco.
Las causas del populismo xenófobo o simplemente opuesto a la
inmigración masiva, no variaron con las elecciones en Holanda después de
que el nacionalismo de derechas se quedara a la puerta del poder en
Austria. Pero es que, además, y volviendo a los Países Bajos, los
resultados no han sido tan buenos como hemos querido creer.
Geert Wilders, curiosamente con raíces indonesias, ganó cuatro
escaños en el parlamento, mientras que el líder de la minoría vencedora,
el liberal Ruttes, perdió nueve y la socialdemocracia se desplomó
estrepitosamente. De otro lado, y esto es muy importante, también el
programa político del ganador recoge ahora algunas de las medidas
restrictivas propuestas por los nacionalistas radicales.
No nos
engañemos. El populismo más o menos xenófobo no es el verdadero
problema, sino la consecuencia de esa inmigración al por mayor cuya
integración es muy difícil por razones culturales que se corresponden a
su vez con dos religiones tan opuestas como el cristianismo y el
islamismo.
Aunque los problemas de la inmigración incontrolada y masiva parece
que han perdido algo de su actualidad, ahí siguen y, además, produciendo
efectos en las políticas de los Estados Unidos, de la Unión Europea y
de sus países miembros.
En los próximos días veremos lo que ocurre con
la segunda vuelta de las elecciones francesas, pero las encuestas dan
nada menos que un 41% del voto a Marine Le Pen frente a un 59% que se
decantaría por el centro izquierdista Emmanuel Macron. El socialismo y
la socialdemocracia casi desaparecerían del escenario político.
Vivimos tiempos de cambio, pero con unas líneas bien definidas.
Alemania, por ejemplo, no volverá a abrir alegremente sus fronteras
aunque la canciller Merkel obtenga otra brillante victoria en los
próximos comicios.
Por lo que hace a España, lo de “refugees welcome”, según proclama el
cartelón colgado sobre la puerta del Ayuntamiento madrileño, estaría
muy bien si fuera más allá de un brindis al sol. Las víctimas de los
conflictos bélicos y los desheredados del tercer mundo no sólo vienen a
Europa desde Libia o el trampolín de Turquía, jugándose la vida en
embarcaciones de mala muerte. Los hay que entran directamente a España
tras saltar las vallas de Ceuta y Melilla, pero ignoramos qué gestiones
ha hecho o está haciendo nuestro equipo municipal para que, como mínimo,
algunos de ellos fijen su residencia en nuestra capital.
Habría que crear nuevos puestos de trabajo efectivo para que no
empeorara la suerte de nuestros parados, que son muchos y en ocasiones
de larga duración. No se trata de lucirse con bonitos eslóganes, sino de
presupuestos y costes. La cuestión es lo suficientemente grave como
para no servir de objeto arrojadizo en las contiendas ideológicas o
partidistas. Una cosa es hablar para la galería y otra planificar en
serio. Una es predicar y la otra es dar trigo.
(*) Consejero Permanente de Estado, Magistrado del Tribunal Supremo (J), Abogado del Estado (J) y Profesor Titular de Derecho Penal.
No hay comentarios:
Publicar un comentario