lunes, 8 de mayo de 2017

Una mala campaña agrícola / Primo González *

A la agricultura española se le presta poca atención, es el pariente pobre de la economía. Este año, el desamparo del sector puede alcanzar cotas bastante calamitosas ya que la sequía, las heladas primaverales y algunas inclemencias de la climatología, que ha presentado muchos altibajos y un ejercicio a destiempo de la lluvia y de las temperaturas propias de cada momento, han destrozado cosechas en fases muy tempranas, agostando en flor numerosos arbustos y plantas, tanto en la familia cerealista como en los viñedos y en los árboles frutales. 

Vamos a tener, en suma, una campaña complicada para el campo, con producciones escasas y por lo tanto precios en alza, lo que no beneficia precisamente a los agricultores ya que erosiona sus rentas y reduce sus labores.

El impacto de la adversa meteorología está siendo de especial intensidad en la amplia Castilla así como en algunas zonas de Aragón y Navarra, con daños de cierta relevancia en algunas denominaciones de origen que generan un importante valor añadido a la economía española, algunas de ellas gracias a su elevado y creciente potencial exportador. El daño en las superficies cerealistas es alto pero en los cultivos de mayor valor añadido, como los vinícolas, algunas producciones ya son irrecuperables este año. 

En algunos casos, las pérdidas afectan hasta el 60% de la superficie de cultivo, lo que da una idea del efecto que ello pueda tener en las recolecciones de algunas zonas de especial dependencia del vino o de otros productos como el aceite, en este caso menos dañado ya que en Andalucía el impacto parece que ha sido algo menor.

La agricultura ha perdido mucho peso en el PIB del país, es decir, en el conjunto de la producción nacional, ya que los avances impresionantes de algunos sectores como el turismo o algunas ramas de la industria, han tomado la delantera en estos últimos años. Pero las producciones del campo español se merecen un especial cuidado debido al creciente aprecio que algunas de ellas están cosechando en los mercados internacionales.

El sistema de aseguramiento de las cosechas ha avanzado mucho, de forma que los agricultores ya no viven a la intemperie que caracterizaba su existencia hace algunos lustros. Una parte de los costes de estas cautelas está cubierta por el sector público. Pero con todo, las coberturas de los seguros contratados no llegan a facilitar el grado de bienestar y tranquilidad que demandan quienes se dedican a las tareas agrarias, cuya subsistencia depende en exceso de los caprichos de la naturaleza. 

Un reforzamiento de los seguros agrarios cubiertos por el Estado podría ser una fórmula necesaria ante eventualidades como la que está atravesando en estos momentos el agro español, que amenaza con prolongarse durante los meses venideros, hasta el inicio, aún lejano, de la nueva campaña. Además, algunas de las carencias de la actual campaña (es el caso del vino, sobre todo) no tienen posible recuperación en el futuro y las pérdidas simplemente se consolidan.

Por desgracia, el campo tiene pocos valedores en la vida pública. El campo no es, o no parece ser, una prioridad para casi ningún partido político, centrados en otras labores de aparente mayor rentabilidad electoral en el corto plazo. Una pena que nos puede pasar alguna que otra factura no deseada.


(*) Periodista y economista


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