miércoles, 3 de mayo de 2017

La gente contra el Mar Menor / José Antonio Martínez-Abarca *

He visto enormes cerdos muertos, patas arriba, viajando rodantes por el río Segura. Eso era la rigurosa normalidad en el río Segura hace treinta, cuarenta años. A este tipo de cerdos navegantes se los llamaba en la huerta “embotinchaos”. Morían por la peste africana o alguna otra enfermedad y la gente los arrojaba a la escasa corriente cuando no miraba nadie. 

O cuando miraban todos, daba igual. Se les decía “embotinchaos” porque ya estaban hinchados por los gases mortorios cuando se los columpiaba a cuatro manos para tirarlos describiendo una graciosa parábola. La acción del sol y las bacterias acuáticas los transformaba en obscenas pelotas blanquecinas. Era un espectáculo considerablemente decadente. Murcia, qué hermosa eras.

Terminaban varados en invierno pudriéndose en las playas de Guardamar (he visto cosas que vosotros, delicados “millenials”, no creeríais) como cetáceos venidos de la tierra, y los paseantes los evitaban. Los evitaban normalmente. Cuidado con el cerdo. Nadie decía nada importante al respecto. No había escándalo social. Era la normalidad de nuestro Medio Ambiente hace telediario y medio. Llevamos aún menos tiempo reparando en que existe el Medio Ambiente que siendo ricos.

 Como aún dice mi ama Pascuala: “hay que acordarse de lo de atrás”. Lo de atrás del río Segura era con frecuencia tétrico. Luego llegó la era siniestra de los vertidos químicos. La espuma con olor a huevos podridos nevaba en copos sobre la ciudad, los días de brisa. El curso del Segura desde Cieza, visto desde el aire, parecía el de una tierra a punto de afeitarse. Salimos hasta como pregunta fácil del juego del trivial: “qué sucio río pasa por Murcia”.

Y se logró, sin embargo, acabar con todo aquello. Lo lograron los políticos, no la sociedad. Hay que aclararlo, para no mejorar la historia. Aquello del Segura no era un castigo secular del Cielo ni un costumbrismo ante el que sólo cabía encogerse de hombros. Yo he visto manifestaciones contra los olores del río Segura en Murcia… donde los manifestantes venían todos de Alicante. Los murcianos los mirábamos pasar con curiosidad, apoyados en farolas. 

Hicieron falta obras para acabar con aquella vergüenza que había trascendido hasta a los juegos de mesa, por supuesto. No se escatimó en algunos trucos tampoco, como el de las bacterias que comen bacterias. Pero sobre todo hizo falta aplicar con “tolerancia cero” la violencia legítima de las leyes. Al que vertiera se le caía el pelo. Multa o incluso cierre de empresa. Ese es el lenguaje que entendieron por fin los murcianos, incapaces tradicionalmente de ocuparse de sus propios asuntos, y de su río.

Habrá que hacer exactamente lo mismo en el asunto del Mar Menor. Partir, por supuesto, del principio de que los murcianos no pueden gestionar su destino, de nuevo, en algo tan importante. Si quieren los políticos, que “los colectivos” aporten sus opiniones para la Ley Integral sobre el Mar Menor que se prepara en la Asamblea. Pero no hay por qué tener en cuenta esas opiniones de parte, interesadas o directamente insolventes. Cuentan las opiniones de los expertos serios en Medio Ambiente, y no, tampoco, las de los cuatro ecologistas de bocata y chancla. 

El Gobierno Regional, el Ministerio, Costas, todos los actores oficiales implicados me consta que van en serio esta vez. Porque no les queda más remedio, pero van. El mundo entero está vigilando, tras haber sido noticia internacional. Hay que borrar para siempre esa imagen negativa haciendo algo ejemplar, modélico. Las únicas opiniones que cuentan aquí son las de los que saben cómo sanear y preservar definitivamente la laguna. No las de los regantes y grandes exportadores agrícolas que, con un desparpajo extraordinario, se ponen al frente de manifestaciones de protesta por un estado del Mar Menor que ellos mismos han fabricado.

Esto es un asunto capital no ya para el turismo, no ya para el Medio Ambiente, sino para la marca “Región de Murcia” (esto es, marca España) en todo el planeta. Si hay que acabar por completo con la agricultura en la zona, se acaba por razones de Estado. Si es posible, según los expertos, cultivar de otra forma razonable sin peligro alguno, sea. Si hay que abrir la laguna al Mar Mayor lo suficiente para que exista una verdadera regeneración, ya se está tardando. Lo tendrán que decidir, ya, los expertos de verdad, no “la gente”. 

Y los políticos, a ejecutarlo. Y si al guirigay de intereses diversos no le gusta la solución definitiva al Mar Menor que den los que deben darla, una ración de absolutismo ilustrado no vendría nada mal. La gente, esa a la que se supone que hay que “escuchar”, ya ha hecho lo que le ha dado la gana durante demasiados años. El Mar Menor de aquellas imágenes imborrables de hace unos meses es el resultado directo de “la gente”.


(*) Columnista

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