Se trata de
lo que el geopolítico Mackinder llamaba el “heartland” del mundo: la
inmensa masa continental que se extendía entre los ecúmenos de
Europa Occidental y el de un imperio inmenso, entonces sumido en una
postración abyecta: China. Sólo dos grandes potencias estaban en
condiciones de disputarse el control de lo que aquel geopolítico
llamaba ‘la isla mundial’: Gran Bretaña y el Imperio Ruso.
Quien
lo dominase (San Petersburgo o Londres) podría dominar el mundo. Rusia
poseía los inmensos territorios de Siberia, y dominaba como satélites
una inmensa franja de sultanatos centroasiáticos, mientras que Gran
Bretaña poseía la populosa India, más Birmania, Malasia, Ceilán, etc.
La predicción de Mackinder no fue puesta a prueba en los términos por
él previstos. Fue la Revolución Rusa la que se propuso (y logró)
incorporar el cinturón de sultanatos a la Unión Soviética. Años después
el imperio británico declinaba como resultado de su ruinoso triunfo en
la segunda guerra mundial. Otra revolución comunista, la de China, y
setenta años después, quien tiene un proyecto razonablemente creíble
sobre el futuro del ‘heartland’ del mundo es Pekín. Y en lugar de ser un
teatro para el choque de imperios, ese corazón continental aparece en
nuestros días como la base para lanzar el proyecto más ambicioso en
términos de infraestructuras, inversiones y desarrollo material que
conocerán (si se lleva a cabo y tiene éxito) las generaciones que están
por venir.
Al menos esa es la versión (o visión) ‘rosada’ que lanzó hace pocos
días Xi Jinping, el presidente del estado comunista más grande y
poderoso del mundo, en la conferencia mundial conocida como Iniciativa
para la Ruta de la Seda (Silk Road and Belt Initiative), en que la
palabra Belt es traducida al español por los chinos como “Franja”, en
alusión al componente marítimo del proyecto, que serviría a China para
volcarse, por un mismo impulso, sobre la periferia meridional de Asia y
su vasto interior.
Se trata de un proyecto que no ha recibido gran aliento desde
Bruselas. Estuvieron presentes en Pekín, con un nivel de segundo orden
de representación, el Reino Unido, Francia y Alemania, pero con
representaciones del máximo nivel España, Italia, Grecia, República
Checa, Hungría, Serbia, Belorusia, Suiza, Turquía, etc.
Significativamente, también estuvo el presidente de Rusia, Putin.
La UE como tal no tiene asumido aún este proyecto chino, todavía en
grado incipiente de definición, y del que aún no se sabe cómo se
solapará con las relaciones que China mantiene con cada una de las
capitales. En Berlín no se percibe de forma clara qué puede añadir el
concepto de Ruta de la Seda a las intensas y cuantiosas relaciones, en
términos financieros, industriales y tecnológicos, que Alemania y China
mantienen desde los ochenta del siglo pasado.
Una idea largamente acariciada
El entusiasmo de Grecia por los cálculos chinos, de hacer del puerto
del Pireo su punto de acceso preferencial al continente europeo, no
causa entusiasmo en los grandes puertos del norte de Europa. Y se
comprende el entusiasmo de Rajoy y del primer ministro italiano,
Gentiloni, por la idea de que el tráfico marítimo de China desembarque
en Europa por los puertos mediterráneos.
Este proyecto de entrada mercantil de China en Europa a través del
Mediterráneo explica a su vez el interés de los países balcánicos y
centroeuropeos en servir de vías de acceso continental para un tráfico
comercial particularmente potenciado. Serbia, la República Checa y
Polonia esperan inversiones chinas en sus sistemas de ferrocarril.
Pero otro enfoque geopolítico nos devuelve a la antigua visión de
Mackinder. Se trata del sueño de las naciones situadas en el corazón
continental de Asia, de abrir rutas de comercio e intercambios con
Europa y el lejano Oriente. Es de allí en esas sociedades y gobiernos,
donde comenzó a tomar cuerpo la idea de una Ruta de la Seda de rango
mundial. A ella se refería frecuentemente el presidente de Kazakstán,
Nursultan Nazarbayev. Azerbayán organizó en 1999 una conferencia que se
llamó la Nueva Ruta de la Seda. Rusia tenía su propia Ruta de la Seda
desde el siglo XIX: el Transiberiano. Hoy hay diseños para cinco vías de
acceso rápido terrestre entre Asia y Europa, una Ruta de la Seda
polivalente.
El comunicado de la conferencia trata de asociar la idea de la Ruta
de la Seda a otros proyectos y estrategias de desarrollo comercial,
industrial, tecnológico, con límites geográficos prácticamente
indeterminados. Presentes en Pekín estuvieron los presidentes de algunos
países africanos, más los de Chile y Argentina, y el de Filipinas.
Precisamente el mandatario de esa nación, Rodrigo Duterte, pudo haberse
preciado de ser el líder del primer país asiático que estableció un
tráfico comercial directo entre el imperio chino y Europa occidental, a
través de la posesión española de las Filipinas, donde la comunidad
‘sangley’ de chinos mantenía el activo comercio triangular
China-Manila-Acapulco, confiado al conocido como Galeón de Manila.
¿Qué decir de un proyecto que suscita el entusiasmo de muchos países
interesados, sobre todo porque lo necesitan o les parece muy prometedor,
por un lado, y el escepticismo o la tibieza de otros, por otro lado?
Probablemente lo iremos viendo en esta columna en las próximas semanas, y
sin duda en muchas otras.
(*) Periodista
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