domingo, 16 de abril de 2017

Vientos de guerra / Guillermo Herrera *

La Humanidad no ha dejado de masacrarse desde el principio de los tiempos, por la sencilla razón de que la guerra es el negocio más lucrativo del mundo; así de perverso es nuestro sistema económico, que se arruina con la paz y que se enriquece con la guerra. Y si no existe un enemigo, lo fabricamos, financiando a grupos violentos para tener alguien con quien pelearnos. Y si no hay provocación, se fabrica una de bandera falsa.

El problema es el infinito sufrimiento humano que se genera con este proceso, para alimentar a los arcontes que se nutren con esta energía densa y oscura del miedo y la violencia. Al mismo tiempo, el matarnos entre nosotros mismos, aparte de violar la ley cósmica del “no matarás”, genera un karma negativo que nos encadena a la materia e impide una ascensión colectiva hacia realidades superiores de evolución de la conciencia.

Lo único positivo de las guerras es que acelera el progreso y la evolución de la Humanidad, pero ¿a qué precio? Además, aprender a base de palos es un sistema educativo muy burdo y brutal, y ya es hora de que nos graduemos en una escuela más civilizada que imparta su enseñanza por las buenas.

Una guerra entre dos partes no se produce si no existe una tercera parte oculta azuzando a los gallos de pelea para que se lancen a matar. Desenmascarar públicamente a dicha tercera parte sería el sueño dorado de cualquier pacifista. No es muy difícil; basta con seguir la pista del dinero, de la industria de la guerra. Las armas se fabrican siempre para utilizarlas, no para que se pudran en los hangares militares.

Pero no nos engañemos. Lo que ocurre ahora no es fruto de la casualidad, sino del odio acumulado durante muchos años entre las naciones, inflamado por la propaganda negativa de políticos y medios desinformativos, y basado en la ignorancia de las masas que las hace manipulables con facilidad.

Cuando veo a tres machos alfa (Trump, Putin y Kin-Yon) presumiendo de tener la bomba más grande, veo a tres niños diciendo que su papá tiene el coche más grande, o a tres neardentales que presumen de tener el pene más grande. Así de ‘evolucionados’ están sus egos.

El problema es que todas las potencias quieren ser los únicos dueños del mundo para imponernos por la fuerza su ‘matrix’ particular y su sistema de vida. Pero la Tierra no pertenece al ser humano sino al revés: es el hombre el que pertenece a la Tierra, ya que fuimos creados para vivir en armonía y cuidar de los animales y de la Creación, no para destruirla.

Estoy convencido (ojalá no haya guerra) de que Trump va a ganar esta guerra para imponernos a todos por la fuerza su “nuevo orden mundial” e implantarnos en la mano derecha el microchip apocalíptico de la bestia, que sería el asesinato de nuestra libertad, pero todo esto va a crear un caos mundial tremendo, que puede producir una sublevación pacífica de la Humanidad contra el sistema.

Todo se basa en la búsqueda de poder, prestigio y dinero, pero el ser humano no fue creado para ser controlado por unos pocos sino para vivir feliz, libre y en armonía consigo mismo y con toda la Creación. El mayor poder es la felicidad. Todo lo demás son engaños satánicos para alejarnos de nuestro destino y retrasar nuestra evolución material y espiritual.

Por lo tanto la cura de la Humanidad no estaría en arrojarse más bombas, sino en salir de su ignorancia mediante el conocimiento de muchísimas verdades que nos ha ocultado la élite oscura, cuya revelación producirá un despertar colectivo, un cambio de civilización y un final de todas sus malditas guerras.

Podemos empezar a ponernos de acuerdo en una sola cosa que dijo Buda: todo ser humano que esté en sus cabales busca la felicidad y evita el sufrimiento. El problema es que algunas personas buscan su felicidad por medios erróneos: a costa de suprimir la felicidad de otras personas. Pero esos medios no funcionan nunca, porque cada uno recoge lo que siembra. Se llama la Ley del Karma.



(*) Periodista

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