viernes, 7 de abril de 2017

La estabilidad de lo provisional / Ángel Montiel *

La Región de Murcia vive demasiado tiempo en estado de provisionalidad en cuanto a su estatus político. Y es sorprendente que esto ocurra cuando durante dos décadas ha dispuesto de Gobiernos de mayoría absoluta, más aplastante en cada convocatoria electoral, y siempre en manos del mismo partido, el PP.

La convulsión de esta semana, que se ha llevado por delante al presidente de la Comunidad autónoma, no es, a pesar de su espectacularidad, un hecho excepcional achacable a que en esta última etapa los populares no dispongan ahora de su tradicional mayoría sobrante y hayan sido asaltados por elementos externos. Vivimos ya más de cinco años en situación de permanente provisionalidad, siempre a la espera de un acontecimiento político de cambio protagonizado por el mismo partido.

Nada es seguro, nadie puede encomendarse a la tranquilidad relativa de una legislatura, siempre hay en el horizonte alguna incertidumbre añadida a las que traen la crisis económica, los problemas sociales y la renovación sucesiva de las tribulaciones que sufren los ciudadanos. 

Durante el último lustro la Región está condicionada por un sinvivir político todavía más inexplicable cuando el partido que la gobierna se presenta como una organización sólida, sin aparentes problemas internos, con un enorme respaldo electoral y una percepción positiva, contra vientos y mareas, de una buena parte de la sociedad civil organizada, mayoritariamente captada por las enredaderas populares.

La desestabilización política, la inacción y la desidia empezaron a percibirse con mayor claridad en los dos últimos años del Gobierno Valcárcel, cuando el todopoderoso presidente, con 33 diputados de 45 en el Parlamento regional, quedó desbordado por la irrupción de la crisis, que contribuyó a acrecentar en la Región con el desplome de sus políticas de ´grandes proyectos´, que en su concepción iban a ser enormemente beneficiosos para la Región, tanto que la iban a sacar de su postración histórica, y finalmente se revelaron como un nuevo baldón añadido a los tradicionales. Todavía, y lo que te rondaré, estamos pagando en billetes de nuestros impuestos las consecuencias de aquel delirio.

A la vista de que el kiosko se hundía, Valcárcel decidió poner pies en polvorosa, eso sí, buscándose un buen plan de vida y cobrándole al PP como pensión los éxitos electorales para sus siglas. Esto significó que en la fase en que la Región habría requerido de un presidente más reivindicativo, éste empleó su influencia en buscarse para él un acomodo en las listas electorales al Parlamento Europeo, donde disfrutar del sueldo de veinte obreros, según la medida espinosiana. Puso todo el cheque de los méritos electores en su billetera, pues importunar al Gobierno central con los problemas de la Región habría sido inconveniente para obtener del PP el plácet hacia la dorada jubilación lejos de la Murcia derruida por su gestión.

Pero en el momento de escapar, apareció una avería en el proyecto sucesorio: el delfín, Pedro Antonio Sánchez, estaba imputado en un caso de presunta corrupción, y debió recurrir, de prisa y corriendo, a Alberto Garre, quien se prestó inicialmente a hacer de puente para más tarde, atacado su pundonor por la presión de un tutelaje que lo desconsideraba, rebelarse para no ser cómplice de unas herencias inmanejables que podían arrastrarle a él mismo hacia situaciones no deseadas. La desconsideración a Garre entrañaba, además, un desprecio a la Región, pues quedaba claro que Valcárcel no confiaba en las capacidades autónomas de quien él mismo había puesto para que esta Comunidad, un plena crisis y en situación de derrumbe social, atacara los problemas. La crisis política se sumó, pues, a la económica y social, y esto sin necesidad que el PP resultara atacado desde el exterior, sino sumido en sus propias miserias.

Relevado Garre, llegó el turno de PAS, con plena conciencia de que en algún momento de su mandato debería atravesar un turbión judicial del que podría salir políticamente vivo o muerto. Valcárcel decidió jugar esa carta de alto riesgo, y las consecuencias las acabamos de constatar. Ahora, a mediados de la legislatura, se propone un nuevo presidente que responde, con otros mimbres, al mismo modelo de Garre: el presidente paréntesis, alguien dispuesto a hacer un papel de transición hasta que se reponga el legítimo. Otra experiencia encomendada a la provisionalidad y a la suerte.

Llevamos demasiados años asistiendo a juegos malabares en el interior del partido al que le ha sido entregada la confianza mayoritaria de la sociedad murciana con el resultado cada vez más evidente de que, aparte de la palabrería y los enunciados retóricos, cada vez menos originales, están dilapidando el tiempo y los recursos que debieran aplicar a la buena política, y tienden a entregarse a sus intrigas y acomodos.

Nada de lo que les ocurre es achacable a un TriParty exterior a ellos mismos. El mayor peligro para el PP es el propio PP a la vista de cómo se organizan y desorganizan a lo largo de los últimos cinco años. Son expertos en construcciones imaginarias acerca de su papel, de su voluntad y de sus intenciones, pero el problema es que se acaban creyendo las fruslerías que sacan de sus propios laboratorios, encantados de recogerse en una burbuja que les estalla cada dos años a ellos solitos.

El PP es un partido fuerte, sólido, muy bien insertado en la sociedad, y sin embargo se estropea con periódica frecuencia, pues no mantiene el resuello para interiorizar sus propias contradicciones. Y como consecuencia de tamaño poderío, la Región de Murcia se ve constantemente importunada por el efecto freno y marcha atrás, a la espera de que la provisionalidad política deje algún día de ser la constante.

Pero a la vista está que con el PP lo provisional es lo único estable. Como si en realidad nos gobernara un temible tripartito.

Que repongan 'Barrio Sésamo'
En los tiempos de Barrio Sésamo aprendimos con aquel entrañable Coco a diferenciar conceptos tales como arriba y abajo, cerca y lejos, dentro y fuera. Pero la nueva generación del PP murciano no llegó a tiempo de ver aquellos programas y se quedó en los de Leticia Sabater, en que todo era chanchipiruli.

Si hubieran aprendido que si estás fuera no es posible estar dentro y que si te echas a un lado no puedes estar en el centro, el ingenio de poner a un presidente (dentro) para que haga de mecano de otro presidente (que está fuera) no es un buen invento.

Sobre todo porque el truco queda a la vista, y las fórmulas políticas que se elaboran sobre simulaciones no suelen funcionar. Una cosa u otra. Si estás, estás, y si no, hay que dejar el mundo correr.

Claro que el presidente saliente, PAS, tiene derecho a poner en su lugar a una persona de su confianza. Eso no se discute. Pero con quien más confianza se tiene es con el mayordomo, que dispone de las llaves de tu casa, lo cual no significa que deba sustituir al señorito ante las visitas y que vista la bata de éste aunque no sea de su talla ni le quede con un vuelo tan aristocrático.

La idea de gobernar desde la calle Trapería cuando la sede del Gobierno está en San Esteban no es una buena idea, y no va a dar resultado. Bien porque más pronto que tarde el mayordomo se acabará creyendo, de tanto vestir la bata, que el verdadero señorito es él, o bien porque nadie le haga caso, pues todo el mundo sabe que no es el verdadero señorito, aunque vista como él.

Dentro y fuera, cerca y lejos, arriba y abajo. Hay que reponer en La 7 las lecciones de Coco extraídas de los episodios de Barrio Sésamo a esta generación del PP que no ha llegado a educarse en la claridad de los conceptos básicos espaciales.

Dentro o fuera. Ser o no ser... presidente. Esa es la cuestión.


(*) Columnista

http://www.laopiniondemurcia.es/opinion/2017/04/06/estabilidad-provisional/819836.html 

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