Con Cassandra Vera, esa joven murciana que no se aclara cuando habla y que ha sido condenada por tuitear chistes sobre la muerte de Carrero Blanco, se ha montado un auténtico show político. Muchos creen, yo incluido, que Cassandra tiene algún desajuste mental, no sólo por reírse y burlarse de una víctima del terrorismo, sino por la cantidad de tuits estúpidos y descerebrados que lleva escribiendo desde hace años, todos ellos cargados de odio y desprecio humano.
Cassandra ha sido condenada a un año de prisión
por sus comentarios sobre Carrero Blanco, asesinado por ETA en 1973.
¿Es mucha condena? ¿Es poca? Podemos discutir si un comentario en las
redes sociales, aunque sea denigrante, merece o no pena de cárcel, pero
sin duda merece algún tipo de sanción.
Pero claro, Cassandra pertenece al grupo de los políticamente correctos,
en este caso de los transexuales, que siempre están en posesión de la
verdad digan lo que digan, y más si lo que dicen y hacen va en contra de
los políticamente incorrectos, esos malvados fachas bastardos, racistas
o como se les quiera calificar, pero que siempre hay que denigrar para
menoscabar sus opiniones.
Pablo Iglesias, que es el gran gurú y muñidor de los políticamente correctos, no pierde ocasión para hacerse fotos con todo aquel que se convierte en una pobre víctima estrafalaria
de este “sistema opresor” -se las hizo hace unos días también con los
agresores de los guardias civiles de Alsasua-, y se la acaba de hacer
con Cassandra a las puertas del Congreso. Iglesias simpatiza con la joven transexual de Murcia
(Ramón antes de su alumbramiento en Cassandra) porque cree que el humor
–a cualquier cosa se le llama humor, maldita la gracia- contra alguien
políticamente incorrecto es justo y no puede ser reprimido ni castigado.
Pero Cassandra no fue castigada por hacer un chiste sino por menospreciar a un víctima del terrorismo.
Si la joven Vera hubiera hecho un chiste sobre, por ejemplo, la muerte
de Franco en la cama, nadie le hubiera impuesto una sanción. El problema
es que la audiencia Nacional cree que en los chistes de la tuitera
Cassandra hay “desprecio”, “burla”, “deshonra” y “afrenta” a una persona
que ha sufrido el zarpazo del terrorismo, una actitud degradante que
encaja en el delito de humillación a las víctimas recogido en el Código
Penal.
Pero el lío se ha ido calentando estos días cuando Pablo Iglesias y otros seres políticamente correctos de extrema izquierda han sacado a pasear su sectarismo para defender a Cassandra
y su presunto sentido del “humor”, acusando al Gobierno y a la
Audiencia Nacional de cercenar y secuestrar la libertad de expresión. No
tendría nada que decir, es más, aplaudiría, si Iglesias y compañía
actuaran con la misma firmeza para defender a todos los tuiteros que
practican el humor en las redes, aunque sus “chistes” sean tan pésimos o
vejatorios como los de Cassandra. Pero no nos engañemos , Iglesias defiende a Cassandra porque ya no es Ramón.
Me refiero, por ejemplo, a que Iglesias tendría que defender también la libertad de expresión y de humor incluso de un tuitero descerebrado de 21 años condenado a dos por decir que las muertas por violencia machista le parecen pocas:
"53 asesinadas por violencia de género machista en lo que va de año,
pocas me parecen con la de putas que hay sueltas". Sobran los
comentarios, al igual que sobran con las víctimas del terrorismo.
No
se deben hacer bromas con los muertos, ni con unos ni con otros. He
aquí la injusticia y el sectarismo de la corrección política, de esos
grupos que se “sienten” menospreciados por el sistema pero que no hacen
otra cosa que hostigar y denostar a todos los que no piensan como ellos,
que son los únicos que poseen la verdad. Esto sí que suena a broma.
(*) Periodista
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