La realidad supera la ficción, dice el
saber convencional, ignorando, por ejemplo, que gran parte de la
realidad procede de la fición. Si se duda, léase la Biblia. Pero,
aceptado, la realidad nunca defrauda. Llega a desbordar la capacidad de
los más sesudos analistas y hace desfallecer a los más audaces
cronistas.
Nadie
puede aspirar ya a confeccionar un cuadro único del desbarajuste que ha
organizado en Madrid esta pandilla de mangantes desde que abrió fuego
con el famoso Tamayazo. Mejor dicho, desde antes, porque el Tamayazo se dio para evitar que la oposición llegara a gobernar la CA de Madrid y sacara los trapos sucios. Pero el Tamayazo es un buen comienzo, por lo vistoso del inenarrable gobierno de La dama del cinturón castizo, famosa comedia de la picaresca española en donde, a diferencia de otros espectáculos, todo es exactamente como parece.
Una
orgía de elecciones ganadas de modo aplastante con dineros
presuntamente ilegales, docenas, centenares de actos públicos de
exaltación, con otras tantas inauguraciones de lo que fuera, kms de
autopistas, hospitales, ambulatorios, canchas de golf, todo con dineros
del proveedor del catering, Mr. Gürtel, un Mefistófeles de pacotilla,
que tanto proveía altavoces como confetti o viajes de ensueño.
Actos
patrióticos por el bicentenario de la guerra de la Independencia y
nacimiento de la nación española de majas y manolos y la verbena de la
Paloma. Un torbellino de activismo según doctrina de su guía espiritual,
Thatcher. Ella misma se veía como Thatcher entre su equipo y ante pías
colaboradoras suyas, como la mínima consejera de Educación, Lucía Figar,
verdadera pastorcilla que arrimaba las ovejas a los colegios de curas y
dejaba los públicos a la intemperie. Necesitaba además el dinero para
pagar campañas en las redes de ensalzamiento de su persona y obra.
Y,
más que Thatcher, allá iba la dama en pos de la privatización del
servicio público sanitario de la mano de otros colaboradores tan
íntegros y bien elegidos como los demás, como aquel Lamela, empeñado en
encarcelar a un probo funcionario o un jovencito de brillante tupé que
privatizaba los servicios en los que luego se colocaba o al revés, que
tanto da.
Pero
los más simpáticos son los dos malandrines que durante años fueron la
mano derecha y la izquierda de la Dama del Cinturón Castizo, Púnico
Granado y el señor del Ático. Atendidas las explicaciones ofrecidas por
la dama a lo largo de los años sobre sus peripecias, asalta la duda de
si ese gracioso atolondramiento de que hace gala no es una afectación
sino que la señora tiene efectivamente la cabeza a pájaros y lo que sus
dos manos, Púnico Granado y el señor del Ático, han hecho ha sido
aprovecharse de la circunstancia de que, a fuer de católica, cada mano
de la dama ignoraba lo que hacía la otra. La mano, la pierna y la cabeza
misma. Lo más verosímil es que, endiosada por los halagos más sobados,
la dama no se enterara de lo que sucedía o no quisiera enterarse.
Es
más difícil de creer que la sospecha de que estuviera en el ajo y se
beneficiara de él. Pero, precisamente porque es más difícil de creer
puede ser real pues, lo dicho, la realidad supera la ficción. El corral de pícaros está
lejos de echar el telón. De momento, González se ha negado a declarar. Y
la irrupción del refinado Marhuenda ("zorra", "puta") lleva la
representación más ya al género apache.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política de la UNED
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