Toda excepcionalidad, una vez asimilada, abre camino a una nueva
normalidad. Así, por ejemplo, en la Justicia. Una sentencia que
interpreta la ley de un modo que hasta ese momento no había sido
advertido, crea jurisprudencia, lo que significa que a partir de
entonces todos los casos que concurran en idénticas circunstancias deben
ser valorados con los criterios precedentes. Y cabe considerar que la
misma regla debiera adaptarse a la vida política.
Ayer vivimos un caso excepcional. Dimitió Esperanza Aguirre como portavoz municipal y concejal en el ayuntamiento de Madrid por la responsabilidad política de haber promovido, desde su anterior cargo de presidenta del PP madrileño, a Ignacio González para la presidencia de aquella Comunidad, a sabiendas de que sobre él incurrían públicas sospechas de actuaciones impropias que finalmente han sido causa de su imputación judicial, una vez que las investigaciones de la UCO y las diligencias del juez de la Audiencia Nacional Eloy Velasco han detectado indicios suficientes para establecer un relato coherente sobre supuestas actuaciones de criminalidad.
Se da la circunstancia de que ambas instancias, la UCO y el mismo juez, han presentado un rosario acusatorio en otro caso, el denominado Púnica, que afecta al ya expresidente de la Comunidad de Murcia, Pedro Antonio Sánchez. Aunque es obvio que la proporción de las acusaciones son distintas en favor del murciano, la tipificación de los posibles delitos es prácticamente calcada. Como calcada es la situación política de origen.
Si Espe (Esperanza Aguirre) hizo oídos sordos a los
indicios que pesaban sobre González y esto ha tenido las consecuencias
posteriores que conocemos, también Valqui (Ramón Luis Valcárcel) fue
consciente en su momento del riesgo que suponía avalar a PAS para la
presidencia de la Comunidad murciana. El resultado de su temeraria
apuesta es el que tenemos a la vista: una crisis política de primer
orden que ha desembocado en el ecuador de la legislatura en una
situación de provisionalidad mientras los problemas que el expresidente
popular dejó en herencia se pudren entre un halo de corrupción poco
disimulable.
Pues bien, mientras Espe ha tomado inevitablemente la decisión que le correspondía, Valqui sigue en el Parlamento Europeo, como si fuera ajeno a todo esto. Tal vez sea la hora de que Valqui imite a Espe como prueba de una nueva normalidad.
(*) Columnista
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