Aquello de los casos aislados de corrupción fue una socorrida excusa
para quitar hierro al problema y, quizá también, para eludir
responsabilidades en las alturas del correspondiente partido político,
sea por no prevenirlos a tiempo, sea por no trasladar a los fiscales o
jueces los hechos indiciariamente delictivos. Las solemnes peticiones de
que se haga justicia con los corruptos ya sujetos públicamente a
investigación suelen retrasarse hasta que no queda otro remedio. Raro es
el día en que algún conmilitón no entra en la cárcel o evita el trance
mediante el pago de una fianza. Los informes policiales se airean y los
medios de comunicación abren y cierran sus ediciones con el nuevo
escándalo.
Recuerdo haber escrito meses atrás que los muchos pocos hacen un
mucho y que los cada vez más abundantes casos conocidos apuntaban hacia
una corrupción generalizada, transversal, vertical y horizontal. Ocurre
como con aquellos pasatiempos en los que al lector de la revista o
periódico sólo se le ofrecía una sucesión de puntos numerados que, una
vez unidos a pluma, lápiz o bolígrafo, mostraba la imagen de una
persona, animal o cosa. Hoy, en España, nos sale el rostro rubicundo y
autocomplaciente de la Corrupción, con mayúscula.
Por de pronto, la manoseada invocación de casos aislados o manzanas
podridas en una cesta de frutas de primera calidad no se ajusta a la
realidad presente. De otro lado, la pretendida singularidad de los malos
ejemplos habría de referirse a supuestos de corrupción organizada y,
frecuentemente, con ribetes mafiosos, en los que se integran parientes,
amiguetes, correligionarios, colegas de diferentes pelajes y, como
núcleo indispensable, algunos consejeros, concejales, delegados u otros
dignatarios próximos al urbanismo y la contratación pública. Sin olvidar
la putrefacción, política, sindical y patronal de las Cajas de Ahorro.
Hablamos de cifras astronómicas que superan con mucho el coste del muro
entre Estados Unidos y México, las ayudas de la Unión Europea a Ucrania
y, probablemente, los costes del AVE.
La generalización de la corrupción en nuestros partidos tradicionales
explica que muchos electores hayan optado por confiar su voto a
partidos nuevos o de escasa importancia en el pasado. Si los ciudadanos
piensan que la corrupción es la misma a derecha que a izquierda, la
decisión final puede ser la de taparse las narices y seguir votando
conforme al ideario de su partido de siempre. La política no lo es todo.
También hay que preocuparse del trabajo, la familia, los amigos, el
pago de la hipoteca y la compra del coche. Además, nos queda el consuelo
de que de otras peores hemos salido.
Los escándalos de las últimas semanas sirven también para olvidarnos
de otros problemas. ¿Quién se acuerda ya de los estibadores y de la
multa diaria que pagamos por no cumplir con la legislación europea? ¿A
quién le interesa saber con qué dineros se pagan sus viajes
propagandísticos los altos dignatarios que propugnan la independencia de
Cataluña a cualquier precio? ¿Serán los dineros de los partidos
secesionistas o los del presupuesto de la Generalidad? ¿Se estará
cometiendo un delito continuado de malversación? ¿Es acertada nuestra
oferta a los gibraltareños, la doble nacionalidad incluida?
Y puestos a preguntar ¿por qué la corrupción es mayor en las riberas
del Mediterráneo que en las del Mar Cantábrico? Madrid no cuenta por ser
un compendio o rompeolas de todas las Españas. ¿Y por qué las
fundaciones sin ánimo de lucro parecen ser terreno abonado para el
chanchullo? ¿La controla alguien o se repite la historia de nuestro
desastre financiero con el Banco de España y la Comisión Nacional de
Mercado de Valores como simples espectadores sin competencias ni
responsabilidades?
La corrupción en España podría hacer suyos algunos versos del Don
Juan Tenorio de Zorrilla: “yo a las cabañas bajé”, “yo a los palacios
subí”, “y en todas partes dejé memoria amarga de mí”.
(*) Consejero Permanente de Estado, Magistrado del Tribunal Supremo (J), Abogado del Estado (J) y Profesor Titular de Derecho Penal
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