Esperanza Aguirre ha sido casi todo en
política: concejal, ministra, presidenta del Senado y presidenta de la
Comunidad de Madrid entre 2003 y 2012. Lleva unos 35 años en política.
Es, evidentemente, una profesional. Y el puesto en que más ha destacado
ha sido el de presidenta de la CA de Madrid porque es donde de forma más
libre y condescendiente ha manifestado su castizo talante y natural
retrechero. Una grande de España con amagos de chulapa.
Su gobierno,
originado en un tejemaneje perfectamente canalla, llamado Tamayazo,
fue una especie de frenesí de corrupción, especulación, negocios
turbios de todo tipo y episodios inenarrables por su carácter
esperpéntico. Por no citar más que dos: la persecución al doctor Montes
(al que algún periodista llegó a llamar "nazi", es de suponer que
refiriéndose al conocido doctor Mengele) o el episodio del espionaje de
unos miembros de gobierno y del partido a otros, al que uno de ellos
bautizó con bastante ingenio como la Gestapillo.
Gestapillo. Es
el amor madrileño al género chico. El gobierno de Aguirre fue una
verbena. La de la Paloma, ¿por qué no? Aguirre es más plantá que la
Susana de la zarzuela y tiene más recursos. Había que verla a lo largo
de lo años, sonriente y altanera, inaugurando hospitales, campos de
golf, más hospitales, metro ligero, más hospitales. El gobierno de
Aguirre tuvo vocación hospitalaria. Y no por espíritu cruzado, sino
estrictamente mercantil. Su gobierno construyó y entregó hospitales en
condiciones ruinosas para la comunidad a largo plazo. Pero ya se sabe
que en esto del largo plazo, todos los economistas, neoliberales o
keynesianos, coinciden: todos calvos. Mientras tanto, había empresas
privadas, con las que sus consejeros de sanidad tenían relaciones
directas o indirectas, haciendo los negocios del siglo
El
mercado libre también progresó a lo loco en la educación de Madrid,
gracias al espíritu neoliberal de Aguirre, debidamente moderado por el
piadoso nacionalcatolicismo de su consejera de Educación Lucía Figar,
que se encargó de desmantelar la diabólica escuela pública a favor de la
privada, especialmente la religiosa. Y mercado libre también en la
especulación del suelo en los pueblos de la comunidad, debidamente
encauzada por las leyes del hampa, parte de cuyos miembros está ya entre
rejas y otra parte espera estarlo pronto.
En
la verbena de la Paloma se baila el chotis, una danza tan castiza que
es bohemia, y muy agarrao. Imposible dar un paso en falso: tres a la
izquierda, tres a la derecha y vuelta. Así está todo bien segurito. Como
le gustaba a Aguirre ganar las elecciones: con resultados apabullantes:
en 2007 sacó 20 diputados de ventaja al PSOE y en 2011 obtuvo una tercera mayoría absoluta, con 72 diputados. Elecciones tan amarradas como el chotis.
Pero
ganadas con trampas. Con un tongo monstruoso. Algo que mueve a risa
sardónica. De los dos elementos que, al parecer, más financiaban el PP
ilegalmente, Díaz Ferrán y Arturo Fernández, el primero está en el
talego y el otro lo ignoro, pero los dos son amigos íntimos de Aguirre a
quien el primero consideraba cojonuda (sic). Financiación
ilegal, caja B, dinero negro y un maremágnum de tropelías
administrativas, chanchullos contables de todo tipo, trampas,
falsificaciones, malversaciones, cohechos. El gobierno de la CA de
Madrid fue en aquellos felices años aguirrescos una verdadera cueva de
ladrones.
Pero ella no sabía nada.
¿Tampoco
de la financiación de sus dopadas campañas electorales? Y ¿de qué sabía
esta señora? Todo lo que ha hecho desde el primer momento es, en el
fondo, ilegal y todo también, en el fondo y en la superficie, inmoral. Y
lo que demuestra el delirio en que vive el país es que este prodigio de
corrupción o de inepcia ande dando lecciones de nada a nadie y menos a
la actual alcaldesa de Madrid, con quien jamás podrá compararse.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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