sábado, 25 de marzo de 2017

Perdóname minino mío / Guillermo Herrera *

¡Perdóname por mis fallos, minino mío!
¡Me has dado mucho más amor del que yo te he dado a tí!
¡Te amaré toda la eternidad!


El pasado jueves 23 de marzo a las seis de la tarde murió mi gatito en una clínica veterinaria cuando intentaban salvarle la vida, en un estado de agonía, a causa de una enfermedad no diagnosticada. Tres días antes el veterinario le recetó un analgésico antiinflamatorio que le mejoró temporalmente, pero su suerte estaba echada. 

Desde entonces vivo en un estado de duelo, que no se va ni con
Lexatín. Si alguien quería hacerme daño, dio en la diana, porque estoy destrozado. Me remuerde la conciencia por no haberlo llevado antes al veterinario, pero me pilló a fin de mes, me daba vergüenza pedir prestado y creí que podía aguantar un poco más.

Lo encontré hace años abandonado y sucio de la grasa de un garaje en un estado raquítico, y cojeando en sus patitas traseras por falta de vitaminas. No quería tener más gatos, pero su estado me partió el corazón, lo adopté y consiguió recuperarse. Era de color blanco con manchitas de romano porque no tenía pedigrí. Mi gato anterior, un persa de color ceniza, murió de pena por mi ausencia durante un viaje de dos semanas, a pesar de que lo dejé en un hotel de animales, y aquello también me destrozó el corazón.

Los gatos no han sido creados para vivir encerrados en un apartamento pequeño pero no quería dejarlo suelto por temor a que lo atropellaran en la carretera o se contagiara de alguna enfermedad. Cuando se le despertaron las hormonas de macho, daba muchos brincos por la casa y marcaba su territorio con olor fuerte, pero me daba pena castrarlo.

Cuando se sentaba en mi regazo sobre el sillón, era tan cariñoso que no me dejaba ver la tele con sus restregones en mi nariz… no puedo seguir escribiendo. Trato de compartir la emoción para liberarme de ella.

Los gatos y los perros son maestros espirituales peludos de amor incondicional y tienen más derecho a la vida como nosotros, porque habitaban este planeta millones de años antes que nosotros. Son las mejores personas que he conocido. Y no vale el dilema de enfrentar las personas con los animales porque de lo que se trata es de amar incondicionalmente a todos los seres vivos y sintientes, personas y animales. Los que no aman a los animales difícilmente pueden amar a las personas porque carecen de corazón.

Aunque me he marcado el propósito de no tener más animales, no me he atrevido a tirar su ajuar para alejar las penas, porque jamás le negaré el refugio a un animalito abandonado, aunque me complique la vida. He aprendido una dura lección de luz divina, amor incondicional y compasión universal.



(*) Periodista

No hay comentarios: