A mediados del siglo pasado se encendió
una polémica en la historiografía acerca de si en España había habido
revolución burguesa en el XIX, como en otros países. La abría Jordi
Nadal con su tesis del fracaso de la revolución industrial en España; la
polémica llenaría lo que quedaba del siglo XX y por aquí sigue, más o
menos como siempre. Hay razones a favor y en contra. Y hay datos, aunque
también la tendencia a interpretarlos según las previas razones. Será
la conclusión que se quiera pues, al fin y al cabo, las interpretaciones
son libres, pero hay algún hecho que merece cierta consideración.
La
Revolución francesa se ha alzado como símbolo universal de la
revolución burguesa sin serlo en absoluto pues son previas la
independencia de Holanda, la revolución inglesa del XVII y la
independencia de los Estados Unidos. Con todo, son los franceses quienes
universalizan el mandato de abolir el antiguo régimen en favor de la
nación. El antiguo régimen se caracterizaba por ser un Estado en el que
el clero y la nobleza no pagaban impuestos que recaían todos en las
clases burguesas y con rasgos de exacción en las campesinas. Las clases
dominantes vivían en el privilegio y a costa de una población
trabajadora que no solo no tenía privilegios sino que no tenía derechos.
Los súbditos estaban expuestos a la arbitrariedad de los señores.
Más
o menos, la situación actual en España. La Iglesia no solamente no paga
ningún gravamen sino que recibe una elevada asignación de los
presupuestos generales del Estado y, además, realiza numerosas
actividades mercantiles por cuyos beneficios tampoco paga impuestos.
Ello le permite financiar unos medios audiovisuales de propaganda, que
son deficitarios, pero cumplen su función. Sin contar con el negocio de
la enseñanza concertada, también a costa de los dineros públicos y,
sobre todo, de la educación pública. La Iglesia en España es un Estado
dentro del Estado, en una actitud de permanente beligerancia contra la
ampliación de los derechos civiles de la gente y el avance en todos los
terrenos de la actividad científica. Y siempre a cuenta del erario. La
liberal Aguirre financió la fundación ultrarreaccionaria Hazte Oír con los fondos de la Agencia de Cooperación e Inmigración. Este es el problema: el Estado dentro del Estado vive de parasitar el Estado.
Junto
a la Iglesia, los nobles y los ricos en general tienen un tratamiento
fiscal cercano a la gratuidad. Solo con recordar que las rentas del
capital tributan menos que las del trabajo está dicho todo. Y eso cuando
tributan, que también suelen tener sus dineros en los paraísos fiscales
o en alguna SICAV, de esas que permiten pagar a Hacienda el 1% que es
como no pagar nada. Y la oligarquía española, siempre nacionalcatólica,
hace lo que le da la gana con el Estado. Lo esquilma, lo pone a su
servicio y el de sus allegados y clientes en general. Para el personal a
sus órdenes, el servicio al Estado es una forma de enriquecimiento
personal, licito o ilícito.
Es
decir, el país lo mantienen los trabajadores, los únicos que pagan
impuestos y lo bendicen y gobiernan los que no los pagan. Y no solamente
eso sino también los que, mientras bendicen y gobiernan, roban a manos
llenas. Y lo hacen sabedores de que después hay un generoso régimen de
privilegios y hasta hace nada de indultos a los correligionarios que
hubieran sido pillados y condenados. En cuanto a los privilegios, que
son como marcas de fuego de la desigualdad incrustadas en la dignidad de
la ciudadanía, abundantes casos: la infanta Cristina absuelta no
porque sea inocente en el sentido penal sino porque lo es en el del 28
de diciembre, cosa que no debiera constituir eximente; su marido,
condenado a seis años no ingresa de momento en prisión y puede ir a
vivir a Suiza; Blesa y Rato, condenados en principio por estafadores,
tampoco entrarán de momento en la cárcel porque ambos son personas
cabales, unos caballeros que afrontarán sus responsabilidades, si
llegan, y no unos vulgares rateros capaces de poner pies en polvorosa,
quién sabe, quizá a Suiza.
Exención
fiscal, impunidad, desigualdad, privilegio, latrocinio. Y todo
consentido porque la gente vota mayoritariamente al partido más típico
del antiguo régimen.
El misterio del Discurso de la servidumbre voluntaria.
El misterio del Discurso de la servidumbre voluntaria.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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