Al final tendrá razón el procesado Homs
en su vaticinio del fin del Estado español. A estas alturas, las mentes
más lúcidas dan el referéndum por inevitable y, con ellas, mucha otra
gente, aunque no lo diga. No está mal para un problema que hace dos o
tres años no existía o era una mera algarabía, según el muy
previsible Rajoy. Pero ya es poco. La cuestión es si, a fuerza de no
transigir, no negociar, no dialogar, no proponer nada, el nacionalismo
español, carente de toda iniciativa, ha hecho inevitable también la
independencia de Cataluña.
Voluntad
catalana no falta y la hoja de ruta de JxS con el apoyo de la CUP
propone un escenario de confrontación total de aquí a breves meses. Se
asume que el Estado intervendrá la autonomía catalana y que en Cataluña
habrá una reacción. A partir de aquí, el territorio no está
cartografiado.
El
problema de fondo es la falta de proyecto del nacionalismo español,
incapaz de proponer nada salvo la continuidad de una situación que
disgusta a todos. Falta el proyecto porque falta el nacionalismo que ha
de empujarlo. El franquismo, al apropiarse durante 40 años de dictadura
los significados nacionales, deslegitimó de tal modo el nacionalismo
español que este debe de ser el único en el mundo cuyos seguidores
afirman siempre no ser nacionalistas de nada.
Franco
murió, cierto. Pero el franquismo sigue, los franquistas siguen. Los
gobernantes del PP, un partido fundado por seis ministros de Franco,
nunca han repudiado de modo solemne y convincente la dictadura de la que
provienen. Les van en ello intereses ideológicos y materiales
considerables. Los últimos, sobre todo, unen mucho. Para formar esta
clase gobernante que, como dice García Montero tiene como único negocio el Estado.
Así ha sido siempre con la oligarquía española ya desde el Siglo de
Oro, una clase de parásitos que vive a costa del Estado hasta que lo
arruina.
No
solamente no condenan el franquismo sino que lo conservan, amparan y
protegen. El Tribunal Supremo acaba de rechazar la petición del juez
Garzón y otros de remover los huesos del tirano del Valle de los Caídos.
Léase el atinado artículo de Carlos Hernández ¿Democracia franquista? El
franquismo sigue vivo. Entre nosotros. A tiro de piedra del otro
monumento imperial español, el Escorial, este innoble memorial fascista
es una especie de símbolo del arco vital español, el alfa y el omega de
España: del Escorial al Valle de los Caídos, construido con mano de obra
esclava de presos políticos.
Es
poca la legitimidad de que puede tirar el nacionalismo español a la
hora de proponerse frente al catalán. Y queda reducida a la nada cuando
coincide con las peripecias procesales de un verdadero laberinto
judicial de casos de corrupción que muestran cómo los franquistas
herederos de los franquistas siguen considerando que el Estado es suyo y
sirve para enriquecerse por todas las vías, legales e ilegales. Y, con
la corrupción, los privilegios de los corruptos que todavía hieren más a
la opinión pública. La sentencia del caso Noos muestra una justicia
sometida al poder político.
Los
privilegios de la Casa Real escandalizan (seguimos sin saber nada del
origen de la fortuna de Juan Carlos, de 2.000 millones de dólares) en
verdad porque es la Casa Real. Pero privilegios hay continuamente a lo
largo de esta aventura. El mismo presidente que está hablando siempre
del cumplimiento de la ley tiene el privilegio de haber estado cobrando
presuntamente jugosos sobresueldos de un caja B; el mismo que habla de
la igualdad de todos los españoles tiene a su padre gran dependiente a
cuenta de los dineros públicos, esos que dice el hijo que no dan para
los demás dependientes.
Y
de privilegios va la Iglesia católica, verdadero Estado dentro del
Estado, infiltrada en todos los poderes públicos, especialmente el
judicial, así como en una densa red de instituciones sociales de todo
tipo. Además de franquista y, por ende, corrupto, el gobierno es también
clerical con puntos de nacionalcatolicismo
Añádase a todo ello el aparente recurso del Estado a la guerra sucia, que se evidencia en la Operación Cataluña
y ya se habrá llegado a la conclusión de por qué el marasmo actual de
España propicia la independencia del Principado. En ese marasmo, nadie
se atreve a poner coto a los desmanes de esta oligarquía corrupta,
expoliadora, clerical y franquista excepto el independentismo catalán.
Casi como si la oposición a la oligarquía se hubiera territorializado en
Cataluña. Y como la reacción acabará siendo la fuerza bruta, terminarán
votando por la independencia hasta los catalanes no independentistas.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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