miércoles, 8 de marzo de 2017

Compañeros socialistas / Ramón Cotarelo *

Las vicisitudes de las aun no convocadas primarias del PSOE son un rico filón para el pobre analista, siempre a la caza de algún temilla que no sea hablar de la Gürtel o de lo bien que se llevan en Podemos. Solo con seguir los pasos de los dos candidatos y el ectoplasma de Susana Díaz hay materia para reflexionar sobre la vanidad de las cosas del mundo y los derroteros que puede llevar un venerable partido centenario.

La incursión de Patxi López en Cataluña ha sido una lección de recio españolismo. Tras aventurar la posibilidad de otorgar a los catalanes el codiciado estatus de "nación cultural", ha propuesto a ambas partes (el Estado inmovilista y el fervoroso independentismo) "parar máquinas" a fin de darnos todos un tiempo para reflexionar e intentar llegar a una solución pactada, o sea, civilizada. Justo lo que llevan años pidiendo los independentistas catalanes sin que nadie les hiciera caso, incluido Patxi López que, en lo referente a Cataluña, era y, por lo que sé, es, partidario de aplicar y acatar la ley. 
 
Lo mismo que dice Rajoy. Tras los desvaríos catalanes, López ha bajado de los cielos, como Moisés del Sinaí, con un decálogo de recomendaciones para un debate limpio en las redes sociales. Da la impresión de que, como le sucede en Cataluña, es el último en enterarse del busilis del asunto. Se le ha olvidado el debate fuera de los redes sociales. Para ese no hay decálogo. La junta gestora puede hacer lo que quiera, por ejemplo, mandar representantes del PSOE a reuniones internacionales a explicar que Sánchez no tiene nada que hacer, que está muerto (pues así lo quiso la caudilla el 1º de octubre) y ahora está enterrado.

En el campo de doña Susana, todo agitación, se abre paso el temor de que la imagen de héroe justiciero, la leyenda del príncipe destronado por algunos felones y villanos, haya prendido en la militancia hasta el extremo de augurar un triunfo en las primarias. Tampoco son despiertos los asesores. Eso se vio venir desde el primer momento: un plante de las bases que ha corrido como la pólvora gracias a las redes sociales, despertando un orgullo socialista que parecía aletargado hacía muchos años. 
 
Sí señor, una rebelión de las bases frente a las maniobras del aparato. Y frente a ello, la competencia institucional, lastrada por una mala imagen de conspiradora, cacique y victimaria del joven líder. Si a ello se añade que es la opción preferida por los votantes del PP y el más amplio frente mediático, es fácil perfilar un escenario de enfrentamiento entre dos concepciones del PSOE y, por ende, dos de España. La de Susana Díaz está a la vista en la realidad de Andalucía, mientras que la de Pedro Sánchez aun no ha podido manifestarse ni mucho menos llevarse a la práctica. Eso le da ventaja.

De momento, sigue pendiente la formalización de la candidatura de Susana Díaz, a la que no llaman "la deseada" en similitud con Fernando VII, por no prestarse a equívocos.
 
Hablar por hablar

En su precampaña a las primarias del PSOE, Patxi López ha hecho escala en Cataluña y ha hablado de la “cuestión catalana”. Muy típico de los políticos españoles: hablar de Cataluña cuando están en ella, pero nada más. El resto del tiempo, cuando están en España, es como si Cataluña no existiera. Creen que pueden proponer un futuro para el conjunto del país sin contar con los catalanes. Grave error.

En Cataluña se hacen las propuestas y en Cataluña se quedan sin que nadie las recoja o actúe en consecuencia. López vino a Cataluña a decir que es preciso parar las máquinas para evitar el choque que muchos vaticinan y darse tiempo para buscar una solución. Parece una actitud equidistante, arbitral, prudente, respecto a dos partes en igualdad de condiciones. Solo que no están en igualdad de condiciones. La hoja de ruta, las máquinas son la única garantía con que cuenta el independentismo, su única posibilidad de imponerse. Si las para, desaparece.

En el gobierno central hay más opciones. Además de las máquinas que puede parar (los procesos judiciales, por ejemplo) puede poner en práctica medidas políticas y abrir vías de negociación, cosa que no ha hecho hasta ahora. Pero eso es asunto suyo.

El alcance de la petición de López de “parar máquinas” se observa en su propuesta de reconocer a Cataluña como nación “cultural”. Un verdadero anacronismo, poco atento al estado de las posiciones hoy día en un proceso de crisis constitucional. Reconocer una evidencia para no reconocer una necesidad: que Cataluña es una nación política y que la famosa sentencia del Tribunal Constitucional de mayo de 2010 es un disparate jurídico y un abuso político.

Parar las máquinas para negociar es algo que el nacionalismo español debió hacer mucho antes de la actual hoja de ruta, quizá a raíz de aquella sentencia o de las reacciones posteriores. Pero, para eso, se hubieran necesitado dirigentes capaces de comprender lo que estaba pasando.

Sin duda, el gobierno central tiene muchas máquinas para parar. Los procesos judiciales los primeros, sobre todo porque no son tales, sino puros juicios políticos disfrazados de actos jurídicos. Las presuntas actividades de guerra sucia del Estado contra el independentismo y contra personas en concreto. La política de recentralización del Estado y estrangulamiento de la autonomía catalana.
 
La cuestión es qué implica el “parar máquinas”. No puede ser aplazar el referéndum porque es el compromiso de la mayoría parlamentaria catalana. En el nacionalismo español se argumenta que no es posible negociar nada cuando una condición inexcusable es la realización del referéndum o referéndum “sí o sí”. Pero no se ve por qué esta posición ha de ser más inadmisible que la contraria, la que pone como condición inexcusable la no realización del referéndum o referéndum “no o no”. De no darse esta negativa cerrada, bien podrían pararse las máquinas siempre y cuando fuera para establecer la fórmula de un referéndum pactado.

De no ser así, la petición de “parar las máquinas” es completamente irrealizable. Una de las partes, la catalana, no puede y la otra no quiere. Al carecer de toda voluntad de entendimiento con Cataluña, se cierra en una actitud intransigente, avisando de que, según se desarrollen los acontecimientos, se aplicará la legislación vigente. No hay un problema político; hay un problema judicial y de orden público. La parsimonia del gobierno central en todo lo referente a Cataluña apunta a la voluntad deliberada de dejar que los acontecimientos lleguen a la confrontación institucional y ver a continuación, que vía represiva resulte la más adecuada según sea la reacción.

Ante la parálisis del nacionalismo español, la iniciativa cae de nuevo del lado del independentismo. La mesa del Parlament da vía libre a la tramitación de urgencia de la ley de desconexión. La vía está abierta, el referéndum espera. El Estado solo puede prohibirlo y la cuestión será qué reacción tendrá la sociedad catalana ante la enésima prohibición arbitraria y despótica.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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