miércoles, 29 de marzo de 2017

Mahagonny / Ramón Cotarelo *

La trifulca interna del PSOE está tan animada que monopoliza la atención pública en detrimento de otras noticias no menos interesantes y hasta más significativas. Además, hay que dar tiempo a los socialistas a comenzar alguna otra querella formal que, en el fondo, solo oculta la inquina del aparato y sus excrecencias a la candidatura del aguafiestas que, no contento con no morirse, regresa a la cabeza de una oleada democrática de regeneración. 

Así que, por esta vez, no hablaremos del PSOE. Aunque hay algo, una intuición, que puede salir aquí: viendo el vídeo de la exaltación de la caudilla en el Ifema, ¿me lo parece a mí o los rostros de la vieja guardia -González, Guerra, Rubalcaba- más apropiados eran para un funeral? Allí solo se reía y batía palmas contentísimo Zapatero.

Tanto hablar del PSOE en realidad escamotea a la opinión pública el espectáculo del PP y sus líderes y lideresas chapoteando en el cieno de la corrupción de tribunal en tribunal. Lo que la tupida red de procesos en marcha revela es una estructura de gobierno a todos sus niveles, estatal, autonómico y local basada en la corrupción. Un compadreo frenético de empresarios sin escrúpulos, políticos venales y funcionarios corruptos (siempre y en todos los casos con las correspondientes excepciones) ha dado lugar a una situación que parece calcada de la ciudad de Mahagonny, de la ópera de Brecht/Weil. El gobierno de la derecha, especialmente en Madrid y Valencia y, por supuesto, por doquier, ha aplicado una filosofía neoliberal de privatizaciones y mercado libre. El reinado del capitalismo sin obstáculos, que es más eficaz y en donde, a la larga se está mejor, porque el capitalismo es un sistema que vive de satisfacer las necesidades de la gente.

Es exactamente lo mismo que dicen los criminales que montan la ciudad de Mahagonny y acaba convertida en la ciudad del robo, el crimen y el pillaje. La justicia la administran los criminales y el peor delito, castigado con la muerte, es ser pobre. Capitalismo en estado puro que la obra de los alemanes sitúa en algún lugar de los Estados Unidos (la increíble Canción de Alabama quizá sea un indicativo, aunque no estoy seguro) y retrataba la época de la República de Weimar. Y cualquier otro tiempo y lugar en el que el capital captura el Estado. Se predica libre mercado, juego limpio, competencia, abstención del Estado y se tiene corrupción, compadreo, capitalismo de amiguetes, saqueo de los bienes públicos, expolio del erario y, por supuesto, explotación feroz del trabajo.

Mahagonny, o sea, Madrid. Un lugar en el que, al parecer, todos los actos públicos del tipo que fueran se tramitaban por circuitos mafiosos de unas u otras mafias, apaños o tramas. Con un montón de empresarios en el ajo del enriquecimiento ilícito y la financiación ilegal. Y con un partido que parece haber ido consiguiendo sus apabullantes victorias electorales a base de financiación de este tipo. Con este modus operandi de las administraciones públicas es fácil imaginar qué hubiera pasado si sale adelante el proyecto Eurovegas. Mahagonny.

Y luego vienen las peripecias personales de quienes están inmersos en este increíble episodio que sin duda recibirá un nombre en la historia, algo así como los años del saqueo o el país de la mamandurria. Son las que los medios más señalan y los menos interesantes. Aunque hay que reconocer a Aguirre un plus de sandunguera personalidad con tronío de alta cuna que la hace sobresalir por encima de esa recua de implicados, imputados, salpicados o concernidos por su desparpajo. Aunque últimamente está perdiendo brillo y nervio. Desde aquellos felices tiempos en que presumía de haber sido ella quien destapó la Gürtel hasta el día de hoy, en que no quiere que le hagan preguntas los periodistas sobre ciertos temas que pudieran relacionarla, si no con la Gürtel, sí con la Púnica, que es su franquicia, ha habido muchas ruedas de prensa, muchas televisiones, radios, entrevistas. Es para agotar a cualquiera. Igual que sucede con los periodistas, cuando la noticia es el propio político, malo.
Pase lo que pase

A veces, los diálogos son esquinados, no directos y muy poco platónicos. Han sido años de desencuentros, de enfrentamientos entre un gobierno anticatalán en España y uno independentista en Cataluña que han llevado al conjunto del Estado a una situación límite. Ahora, cuando las famosas 46 reclamaciones de Puigdemont fueron rechazadas por Rajoy y la hoja de ruta lleva 2/3 de andadura hacia el referéndum y la posible independencia, una carta conjunta de Puigdemont y Junqueras en El País, que gane el diálogo, que las urnas decidan, con apariencia de ultimátum, pide al gobierno central un referéndum pactado como el escocés y avisa de que, en cualquier caso, el referéndum se celebrará, sí o sí. 
El gobierno español no respondió, aunque su vicepresidenta reiteró que no habría referéndum de modo alguno y, para lo demás, disposición al diálogo. El principal partido de la oposición, PSOE, por boca de su comisión gestora provisional pide a La Moncloa que se negocien 45 de las 46 reclamaciones y el referéndum quede fuera. Ese parece, pues, ser el punto de encuentro del nacionalismo español frente al catalán, presidido por un saber convencional mesetario muy arraigado: los catalanes amenazan, pero, si se les ofrecen unas cuantas inversiones –de esas que el Estado lleva negándoles sistemáticamente desde hace años o incumpliendo en sus promesas (que es lo mismo)- se apaciguan y se avienen a razones.
Avenirse a razones, en Román paladino es que se olviden del referéndum y la independencia y que acepten los abalorios que la autoridad central aporta.
Con ese espíritu se persona Rajoy en Barcelona. El mismo Rajoy que pidió –y consiguió- cuatro millones de firmas “contra Cataluña”, el que se negó a todo diálogo con el independentismo, el que reformó el Tribunal Constitucional para usarlo como una porra contra el proceso, el que azuzó a la fiscalía para procesar a los dirigentes y representantes populares catalanes. Nada de eso importa, piensa el hombre, porque trae un cesto cargado de millones para invertir en infraestructuras negados durante años y los catalanes, como siempre, volverán a aceptar vagas promesas a cambio de abandonar la vía independentista.
Complementariamente, la vicepresidenta del gobierno y el aparato mediático de propaganda a sus órdenes trata de dividir el bloque independentista. Su idea es contentar a los sectores moderados (identificados con el PdCat y el empresariado catalán) con sus sempiternas promesas y enfrentarlos con el ala más radical del independentismo, la CUP. Argumenta que es una minoría radical perjudicial para Cataluña y no menciona que, radical o no radical, sin el apoyo de la CUP, el gobierno independentista tiene las horas contadas. Y de eso se trata: de derribar ese gobierno y forzar unas nuevas elecciones que terminarían con la hoja de ruta.

Es una operación de compraventa en la que, como siempre, la compra será todo y la venta, nada.

Rajoy ha declamado su política de aparente generosidad ante un auditorio bastante entregado, aunque semivacío, sin asistencia de ningún miembro del gobierno catalán, en justa correspondencia a los desaires que los catalanes reciben cuando van a Madrid. Varios empresarios y correligionarios ideológicos y algunos curiosos interesados del ámbito municipal. Los independentistas le han dejado tiempo para leer un artículo publicado en El Periódico, Catalunya, Estado por el progreso, en el que aclaran la ambigüedad del título. Su punto central, sostenido luego por Neus Munté, portavoz del govern, es que las promesas de inversiones ya no engañan a nadie, que carecen de credibilidad y, por tanto, ya no son suficientes para detener la hoja de ruta, que es su único objetivo. 

Añaden los autores que, en tanto la situación siga siendo la que es, atenderán a las promesas de inversiones del gobierno español, siempre injustamente postergadas o negadas. Reiteran que pase lo que pase (una nueva ambigüedad que enlaza con el título), serán responsables en la administración de los recursos que reciban. Son consideraciones fundamentalmente dirigidas al empresariado catalán, inquieto por el efecto del choque de trenes en las cuentas de resultados. Pero dejan abierta una duda que puede tener consecuencias explosivas: ¿y si esta vez las promesas se cumplen y el gobierno central acepta la cláusula “anticumplimiento” que pide Munté? ¿Se desactiva el proceso? ¿Qué hay del referéndum?
Es cuestión que afecta directamente al apoyo de la CUP al gobierno de la Generalitat. A primera vista este tiene una difícil tarea: navegar un curso propio entre la Escila de vender el referéndum por un cesto de promesas de inversiones del gobierno central y la Caribdis de realizar el referéndum a toda costa que exige la CUP y abre un periodo de incertidumbre alimentado por las apenas veladas amenazas de Rajoy.
La CUP no es solamente un aliado incómodo. También es una buena ayuda para seguir negociando con el gobierno central el referéndum, al que no afectará en absoluto que, además, por fin, ese gobierno cumpla sus compromisos anteriores con Cataluña. 
Algo debe quedar claro: si el gobierno central consigue enfrentar a la CUP con JxS a cuenta de las promesas y el referéndum, no habrá referéndum, las promesas quedarán como siempre en nada y los procesados seguirán siendo procesados.
Y se cumplirá el vaticinio de Puigdemont de la venganza del Estado.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED

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