sábado, 25 de marzo de 2017

Los crucificados y los crucificadores / Joaquín Sánchez *

Viene la Semana Santa de lleno, con sus procesiones, sus pregones, su bullicio, con el boom turístico, con la exaltación de imágenes y de los trajes, con sus tronos adornados de flores, una Semana Santa bañada de ruido, de música, de caramelos, que provoca admiración y evasión. 

En este escenario estético, no ético, se oculta y, en cierta manera, se secuestra ese sentido profundo de hacer presente a los crucificados de nuestro mundo actual, que se suma a los crucificados de la historia, y cuando hablamos de crucificados, de víctimas, hablamos de crucificadores, de verdugos y mucho de ellos se enorgullecen de ser semananteros o gente de mucha fe. Y que le gusta la misa. Voy a expresar en este artículo esas realidades de los crucificados, de quienes son, y señalar a los crucificadores, no con el ánimo de condenar, sino de que su corazón cambie y se transforme, no pierdo la esperanza, porque el odio y el rencor no es el camino.

Los crucificados, los que huyen de la guerra y del hambre, de la violencia, de la hambruna y de la sed, los que las bombas destrozan sus vidas, los que tienen en sus brazos a sus hijos heridos por la metralla y gritan con el corazón desgarrado impotentes ante el grito de dolor de su hijo hasta que su vida se apaga. Unos de los lugares que se podría celebrar el Viernes Santo es sin duda el Mediterráneo, en todos los países que están sufriendo la guerra, esas guerras por el control de los recursos naturales o el dominio de zonas geoestratégicas. Los cruficicadores los que planifican las guerras, la organizan y la ejecutan y siempre en el nombre de la libertad, de la democracia, de la justicia, de derrocar los gobiernos porque son una amenaza para la paz mundial. 

En estos tiempos, han sido Obama, Putin, Hollande, David Cameron, Netanyahu, Salmán Bin Abdulaziz, Rey de Arabia Saudí y creadores del Estado Islámico, Erdogan, Al-Asad, presidente de Siria, Xi Jinping, presidente de la República Popular China, y de todos aquellos Gobiernos, incluido el nuestro, que se alían con un bando y venden armas a los dos bandos. La sangre de los inocentes se convierten en negocio, os acordáis en la guerra de Irak, que se decía desde el Gobierno de Aznar, más concretamente Ana Palacio, que gracias a esta guerra el petróleo iba a bajar, que no nos quejáramos, y se acuñó el término de 'sangre por petróleo' como denuncia de los foros sociales. Ahora se ha unido a este grupo de crucificadores el nuevo presidente norteamericano Donald Trump.

Los crucificados, los que mueren en estados dictatoriales, los que defienden la libertad, los que mueren por expresar su opinión, los represaliados por conseguir un mundo más humano, justo y libre, por manifestar su credo religioso. Los crucificadores que atentan contra los Derechos Humanos, como es el presidente de Corea del Norte, Kim Jong-Un, entre otros, sería incontable el número de dictadores en África, Asia? por no repetir otros personajes ya nombrados. Son los crucificadores de su pueblo, que detienen a esos defensores de los Derechos humanos, los detienen, los encarcelan, los torturan y los ejecutan. Los que condenan a pena de muerte, como en Estados Unidos, China, Arabía Saudí?

Los crucificados, los millones de personas que viven bajo la miseria, la pobreza, la exclusión, la marginación, el racismo y el clasismo, los que se quedan en las periferias de la sociedad, los apartados y desechados por la globalización económica neoliberal. Los crucificadores, la presidenta del Fondo Monetario Internacional, Christine Lagarde, que afirmó hace un tiempo que la gente mayor era una amenaza para el sistema financiero y había que bajar las pensiones, eso sí, lo primero que hizo cuando llegó a este organismo internacional fue subirse el sueldo considerablemente, Jim Yong Kim, presidente del Banco Mundial, Angela Merkel, Dijsselbloem, presidente del Eurogrupo, Draghi, presidente del Banco Central Europeo, Luis María Linde, gobernador del Banco de España.

Los crucificados, los que se encuentran en el colectivo, no lo digo como organización, de lesbianas, gais, transexuales y bisexuales. Desde diversos ámbitos religiosos se les ataca, se les condena, incluso a muerte en muchos países, se les margina, se les agrede y se les aísla. Aún en nuestra sociedad española existen muchos reparos y recelos, que tienen miedo a expresar lo que son y sufren en soledad en sus entornos familiares, sociales y religiosos. Los crucificadores, los que los consideran como una enfermedad que hay que atajar, en cierta ocasión, el obispo Fernando Sebastián afirmó que eran una 'pandemia', los que le dan las espaldas y no les dirigen la palabra, los del colectivo HazteOír, Rouco Varela con su tremenda campaña contra los gais, por cierto, es un máximo oponente al Papa Francisco y nunca dará la cara.

Muchos crucificados, y muchos con el rostro de mujer, es la feminización de la pobreza, de la violencia machista, de las humillaciones y las violaciones en los conflictos bélicos, en la brecha salarial, en la discriminación en muchos lugares del mundo. Muchos crucificados despojados de sus tierras, hay que hacer una mención a los indígenas, a los campesinos, los crucificados por despojarles de su derecho a un trabajo digno, los crucificados por no tener un techo, una vivienda, los crucificados por tener una enfermedad mental, por ser mayor, por tener una discapacidad. Nuestra naturaleza crucificada cada día, a pesar de la amenaza real del colapso terminal, como diría Carlos Taibo. Los crucificadores, los presidentes de las multinacionales, de los bancos, de las grandes fortunas, los que utilizan las armas vayan vestidos de militar o no, para imponer su tiranía.

Podemos decir que nosotros somos personas normales, que no somos crucificadores, pero, en infinidad de ocasiones, sentimos lastima ante los crucificados, y hasta Colaboramos ante alguna campaña de solidaridad, y a la misma vez justificamos y legitimamos a los crucificadores ¿cómo es posible esto?

Ante esta situación, nos queda comunicar nuestras esperanzas, nuestra confianza en el ser humano, en que posiblemente llegará algún día que la cruz formada por el madero de la avaricia y la violencia, con el letrero que pone «sumisión, resignación y obediencia» quede vacío. Nos queda seguir dando vida, es decir, comunicando con nuestras actitudes, valores, comportamientos y pensamientos que creemos en el abrazo, en la ternura, en la dignidad, en la sensibilidad y en la conciencia. No perdemos la esperanza, porque la tenemos y no ponemos el énfasis en los resultados, como le gusta a los capitalistas, sino en el caminar, aunque no veamos el final.



(*) Sacerdote y activista social



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