El hecho de que las claves de la comunicación a través de internet y
de las redes sociales sea todavía un misterio para políticos que no se
manejan personalmente en estos medios permite la afloración de una casta
de supuestos expertos capaces de vender humo como si fuera el elixir de
la eterna juventud. El trasfondo de la Púnica, en lo que se refiere a
la venta del producto que supuestamente compraban algunos políticos, en
Murcia y en otras provincias, convoca a la sonrisa, pues antes que nada
se percibe un intento, consumado o no, de estafa, pero de estafa en
primer lugar a esos políticos.
Pongamos el caso de Juan Carlos
Ruiz, quien según la instrucción judicial contrató subrepticiamente los
servicios de una empresa especializada en imagen reputacional para
promover su imagen personal como pretendiente a la candidatura del PP a
la presidencia de la Comunidad autónoma, intentando camuflar ese trabajo
como si estuviera destinado a potenciar la gestión pública en el área
que en ese momento tenía encomendada en el Gobierno regional, la
consejería de Turismo.
Aceptemos por un momento que la acusación por la
que Ruiz está imputado fuera cierta. La pregunta, en tal caso, sería:
¿cómo se pudo dejar embaucar tan tontamente? El que fue consejero de
Industria y Turismo en el Gobierno de Garre no tenía en internet una
imagen ni buena ni mala, pues toda su trayectoria política anterior,
desde que se integró en las Nuevas Generaciones, discurrió en la
monotonía parlamentaria, tanto en el Congreso como en la Asamblea
Regional, siempre en labores representativas, sin capacidad de decisión,
y sin salirse nunca de la disciplina y el argumentario oficial de cada
momento, repitiendo sin concesiones a la brillantez, el catón
preestablecido por el aparato gubernamental de turno.
En su vida
política no había nada que borrar, pues todos los renglones eran
previsibles, insustanciales. Si quería progresar y convertirse en líder
ya disponía de un instrumento con el que manejarse, su gran oportunidad:
ser consejero de una cartera fundamental, con la cual mostrar sus
capacidades como gestor y sus habilidades políticas ante los sectores
fundamentales a los que tenía que responder: industria, innovación,
turismo, el Info... Casi nada. ¿Para qué necesitaba que un tío rellenara
las dos o tres primeras páginas de Google con noticias y fotos que
exaltaran su gestión a la manera con que suelen hacerlo los publicistas
políticos, es decir, con esa banalidad inexpresiva que, cuando es
excesiva, repele y espanta, y que, aun siendo moderada no interesa a
nadie?
En el caso de la que fuera alcaldesa de Cartagena, Pilar
Barreiro, siempre según la instrucción judicial, todavía podemos
entender que, al estar imputada en un caso de corrupción, Novo Carthago,
tuviera interés en ´limpiar´ su imagen en las redes, pero es dudoso que
pudiera resolver su problema mediante una web que producía noticias
positivas para ella, pues cualquier búsqueda en internet, sumando los
conceptos necesarios, extrae de inmediato las informaciones inevitables
de los medios independientes. Es verdad que su sucesor, José López, ha
hecho lo mismo, y con más descaro: ha creado una página municipal para
darse bombo, en la que también emplea recursos públicos, pero el lector
sabe de antemano que se trata de pura publicidad institucional, de modo
que no engaña a nadie.
En el fondo, esta práctica de crear medios
online financiados oblicua o directamente con recursos públicos, denota
la mentalidad que ciertos políticos tienen sobre la libertad de
información, que no difiere demasiado en este terruño de lo que expresa
Trump de manera descarnada y que tanto aparente escándalo provoca:
prefieren una información teledirigida que se dedica en exclusiva a
fotografiar sus inauguraciones de rotondas. El problema para ellos es
que esto carece, no sólo de credibilidad, sino de interés.
Pero
la tentación del autobombo y de la ocultación mágica de aquello que no
les complace es tan potente que, en algunos casos, supuestamente, de tan
listos que se creían, acababan siendo estafados por los ´expertos en
red´, a la misma vez que ellos estafaban inescrupulosamente a los
ciudadanos. ¿No querían imagen reputacional? Pues ahí la tienen.
(*) Columnista
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