Ciudadanos es un partido joven sin experiencia y con poca historia.
Emergió en el panorama nacional por las fisuras que dejaron los partidos
centrales, para atraer votantes desengañados en los centros de los dos
partidos tradicionales; por eso se declaró liberal y socialdemócrata
simultáneamente, aunque tras la experiencia ha optado por la primera
línea, con objeto de morder en la tarta más centrista del PP. El gran
argumento de Ciudadanos tiene que ver con la limpieza, con esa escoba
que tratan de esgrimir e imponer en los pactos con PP o PSOE que permite
a estos superar sus posiciones minoritarias y gobernar.
Esa era la estrategia posible y razonable tras los últimos procesos
electorales, tanto municipales como locales y legislativo. Ciudadanos no
ha aspirado, hasta ahora, a gobernar, se conforma con influir, con
imponer condiciones que tienen que ver, casi siempre, con la limpieza y
la ejemplaridad.
Pactaron primero con los socialistas de Sánchez a los que impusieron
buena parte del programa de gobierno. No sirvió de nada. Luego pactaron
con el PP otro programa de gobierno semejante al anterior que no ha
quitado el suelo al pragmático Rajoy, que optó por no tomarse en serio a
Rivera, y cortejar a los socialistas para alcanzar mayorías.
Rivera
puede argumentar que el pacto con el PP apenas le ha restado intención
de voto, pero el objetivo era añadir y mejorar su posición para entrar
en un futuro gobierno e incluso aspirar a desplazar al PP como partido
de centro con creciente poder. Rajoy corteja a los socialistas, se
divierte con Podemos y trata a Ciudadanos con el desdén que se aplica a
los competidores. Rivera no ha conseguido nada de Rajoy por la lealtad
de sus votos. Ni respeto ni temor, lo cual equivale a indiferencia.
El pleito actual con el presidente Murcia y su imputación por un juez
ordinario pone a prueba la relación PP-Ciudadanos. El PP ha acreditado
una vez más que los pactos con Ciudadanos no le impresionan, que son
interpretables, siempre a su favor. Rivera ha pedido el relevo del
presiente murciano, pero no va a conseguirlo y si a cosechar más
calabazas del PP y, en concreto, de Rajoy que del asunto murciano ni
sabe ni contesta.
Rivera tiene que decidir si consiente esta relación secundaria o si pone pies en pared y reclama lo que estima que merece. Rivera espera de su socio (y competidor) respeto, por razones de equivalencia y porque si pierde el respeto no tendrá ningún futuro. En política el respeto se gana por prestigio y también por fuerza. Se gana por la admiración y la inteligencia, pero también por la firmeza.
Rajoy no tendrá respeto por Rivera en tanto no se sienta amenazado,
en tanto no vea que sin ese respeto perderá posibilidades y poder.
¿Tiene capacidad y habilidad el joven Albert Rivera para ganarse ese
respeto? Pues tendrá que acreditarlo, necesitará dar algún puñetazo en
la mesa para que le escuchen, le atiendan y le teman. Ahora tiene una
oportunidad para ese gesto que puede ser decisivo para su futuro
político y el de su partido. Por ética y por estética.
(*) Periodista y politólogo
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