martes, 10 de enero de 2017

Un ministro del Opus salvado por un juez gay / Ángel Montiel *

Tiene gracia que Federico Trillo, miembro del Opus Dei, una secta religiosa que se opone a los derechos cívicos de los gays, no esté en la cárcel porque lo salvara de ella un juez, Grande Marlaska, afín al PP, pero gay, una contradicción en términos, aunque no tanto cuando coinciden ciertos intereses. Mientras el PP recurría al Constitucional para tratar de impedir la legalización de los matrimonios entre homoxesuales, Marlaska salía del armario y se casaba con un señor a la vez que no alcanzaba a encontrar delito en la actuación del opudeista Trillo en el caso del Yak42.

Se entiende a la perfección que el ministro no fuera inculpado. Es fácil: los directamente implicados en las actuaciones relativas al Yak aceptaron su culpabilidad a sabiendas de que serían indultados de inmediato por el Gobierno al que pertenecía Trillo, y poco después serían gratificados con ascensos y destinos en embajadas que compensarían de manera espléndida el sacrificio de mantener ante el tribunal la boca cerrada.

Esta es la razón por la que resulta patético el argumento de que el caso Trillo ya fue resuelto ante la Justicia. Si quienes declararon ante los tribunales sabían que por salvaguardar la responsabilidad del entonces ministro del Defensa serían, no sólo indultados sino promocionados a escalas mejor remuneradas, es lógico que el caso se saldara con la impunidad del ministro. Por decirlo con toda claridad: las prebendas gubernamentales destinadas a los condenados en el caso Yak constituyen una declaración de culpabilidad a posteriori, o sea, el resultado de un chantaje saldado con dinero público que, con toda desvergüenza, se presenta ahora como una prueba de la inocencia política de Trillo. 

Dicen: «La Justicia ya resolvió». Pero hoy sabemos que quienes declararon en el caso conocían de antemano que su condena jurídica no tendría trascendencia negativa para ellos, pues el Gobierno vendría a rescatarlos e incluso a promocionarlos política y profesionalmente. 

A la vista de tanta desvergüenza, si algo queda a los ciudadanos por disfrutar es que Trillo tendrá que dejar constancia en sus memorias de que no fue a la cárcel porque un juez gay, aun en sintonía con su partido, no pudo condenarlo porque a los acusados directos del caso se les prometió impunidad y ascensos. Qué mayor humillación para un ministro del Opus que deber su libertad a un juez de cuyos derechos sexuales y sociales abomina. Tal vez esta sea, en el fondo y para su mentalidad, la más terrible condena. Ojalá así fuera, aunque su cinismo político no parece contemplar ni siquiera estos matices, pues el responsable político del Yak 42 no sufre ni padece. Es de mármol. 


(*) Columnista


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