jueves, 12 de enero de 2017

Por favor, no digan que es murciano / Ángel Montiel *

Durante varias legislaturas fuimos sometidos a un extraño juego con el paracaidismo parlamentario de fondo. Parecía raro que Federico Trillo, cartagenero, se presentara a las elecciones encabezando la lista del PP por Alicante mientras el alicantino Luis Gámir lo hiciera por el PP de Murcia. Parecían ganas de rizar el rizo. Habría sido más fácil poner a cada uno en su sitio, más que nada para disimular que las circunscripciones electorales tenían algún sentido y no eran un saco de fondo para colocar a discreción a los sobrantes de los partidos.

Todavía hoy, en provincias como Murcia, se practica esa humillación a los electores, pues hace poco elegimos diputada a la mujer de Vicente Martínez Pujalte, mallorquina, en lugar de a su marido, una vez que éste quedó desactivado por su predisposición a cobrar el consumo de cafelitos con empresarios contratistas de la Administración a 5.000 euros la sentada.

En realidad, en la etapa en que el cartagenero iba por Alicante y el alicantino venía por Murcia lo que más nos irritaba, sobre todo a los periodistas, era que Trillo resultaba un cachondo y Gámir un paliza. El mundo estaba mal repartido. A ninguno de mis colegas jóvenes de hoy le desearía que tuviera que entrevistar a Gámir, penitencia que sufrí durante años. En el PP tuvieron incluso que sacarlo casi a gorrazos mediante insistentes señas, reiteradamente ignoradas por él, de algún mitin electoral en la plaza de toros cuando se torraba con discursos incomprensibles y peñazos.

Gámir era un coñazo, pero hasta lo que sabemos era también una persona decente. Vaya lo uno por lo otro. Y Trillo era, en verano, el señor de los michirones, y en Semana Santa, devoto de sí mismo, el penitente que ponía cara de contricción y sacrificio mientras se echaba al hombro su predilecta imagen religiosa, muy diferente esa expresión a los gestos de fastidio que no puede evitar ahora cuando los periodistas le preguntan por los muertos del Yack42, como si éstos no estuvieran en el cielo.

En los orígenes del PP murciano, AP y todo aquello, Trillo tuvo la tentación de apropiarse políticamente de este territorio, pues ya se sabe que para promocionarse en Madrid es preciso disponer de rodalito, pero no tuvo paciencia ni humildad para labrarse el liderazgo, pues ya por entonces exhibía esa actitud altanera, la nuez levantada y el ademán de la prisa, como si fuera por nacencia merecedor de la alfombra sin tener que hacer la mili comiendo migas y paellas por las pedanías y aguantando historias de abuelas. 

En esto le comió por la mano algún licenciado menos pretencioso de entrada, pero más hambriento y más listo, de modo que Trillo tuvo que retirarse al límite de la frontera y venir sólo de vez en cuando, ya ministro, para intentar joder la política del Gobierno regional metiendo baza en el aeropuerto de San Javier. Más de una vez, Valcárcel me dictó, off the record, las tres palabras que, según él, lo definían. Vayan suponiendo las que son. 

Trillo sustituyó la falta de territorio por la intriga y el buceo en las alcantarillas al servicio del amo, ahora preso de sus servicios, y así ha hecho una carrera. Pues bien, que lo disfrute, pero ya que no arraigó aquí, por favor, no digan que es murciano.

 

(*) Columnista



http://www.laopiniondemurcia.es/comunidad/2017/01/11/favor-digan-murciano/796855.html

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