Las relaciones entre el nacionalismo
vasco y el catalán han sido siempre complicadas. Y, como se ve, seguirán
siéndolo. Su sistema de alianzas es muy variable, según de qué asuntos
se trate. Pero en el fondo de la cuestión se encuentra siempre la de la
independencia. A pesar de los "años de plomo", el País Vasco no tiene
una vocación tan independentista como Cataluña. En realidad es legítimo
pensar que precisamente esos "años de plomo" fueron rémoras en las alas
independentistas.
Ahora
Urkullu sostiene que la independencia es imposible. En un mundo
globalizado. Dicho así, en términos filosóficos, solo cabe asentir. En
la globalización somos todos interdependientes y nadie puede ser
independiente. Si, es una verdad general; tan general que no significa
nada. El significado está en el contexto: Urkullu avisa a los
independentistas catalanes de que la independencia es una quimera y se
ofrece como mediador entre las dos partes, el Estado -de quien espera
una reconsideración drástica de su negatisvismo- y Cataluña -de la que
espera acepte una solución no independentista.
La
cuestión aquí es la de la propia autoridad de Urkullu para postularse
como mediador. En realidad, a todos los efectos prácticos, el País Vasco
y Navarra son independientes pues se autofinancian mediante el
concierto y el convenio económico respectivos. Regímenes de privilegio
que todo el mundo evita mencionar como tal. Pero lo son y la prueba es
que, si el concierto/convenio se generalizara a todas las CCAA, el país
no podría financiarse.
Así
que bienvenida sea la invitación al diálogo de Urkullu y ojalá convenza
al gobierno de Rajoy de adoptar una actitud dialogante, pero no es
realista que pida a los independentistas que renuncien a su objetivo en
función de un criterio filosófico. Sobre todo porque él está instalado
en una cómoda independencia de facto a la que otros han aspirado sin que se les haya permitido.
Aires de España
Tengo entendido que sobre esta película
pesa un amago de boicoteo del público "nacional" a causa de unas
declaraciones del director, Fernando Trueba, al recoger el premio
nacional de cinematografía 2015: "Nunca me he sentido español".
El dicho público "nacional" lleva esto siempre por la tremenda y las
redes se llenaron de insultos, peticiones de boicoteo y recordatorios de
que Trueba es un cineasta tan subvencionado por los organismos públicos
como los demás. Es lo malo que tiene aceptar premios. Los artistas, los
creadores no deben tener mecenas porque pierden libertad y, sin
libertad, no hay creación. La cuestión de si el Estado debe tener un
"ministerio" de cultura es una polémica abierta.
En todo caso, no debe
olvidarse que mientras los escritores o los pintores pueden realizar sus
obras con escasos medios, los dramaturgos y, sobre todo los cineastas,
requieren capital, una estructura empresarial, producción industrial.
Los músicos están en las dos condiciones. En estos casos, los
patronazgos estatales tienen un interés económico nada desdeñable. El
propio Trueba dice estar encantado con el premio porque viene acompañado
de apreciable dotación económica. El hombre es sincero: no se siente
español y le viene bien la pasta. Eso pone a cien a la brigada
"nacional".
No
seré yo quien opine sobre la "españolidad" de Trueba pero sí afirmo que
quien ha hecho esta película conoce perfectamente España. O, si se
quiere, una de las dos Españas. Y con eso, ya podemos hablar de
la peli, de la que, por cierto, he leído críticas generalmente
desfavorables ya en aspectos puramente cinematográficos. Pero me da la
impresión de que ese rechazo oculta el desconcierto e la irritación de
quien no acaba de entender lo que ha visto y le han contado. Porque la
película es redonda, rapidísima, bien ensamblada, bien contada,
trepidante, llena de ingenio (a veces algo basto), jugando
magistralmente con la superposición de planos narrativos distintos del
rodaje del film sobre Isabel I ("Reina de España") en la realidad de la
España de los años 50.
A más de esta complicada estructura, la película
está plagada de claves de una España (la franquista), vista por la otra
(los derrotados de la guerra y los clandestinos), de símbolos
fuertemente anclados en las culturas de sus respectivas patrias. Ya solo
la reproducción de la portada del NO&DO, el "noticiero"-parte
semanal que todas las salas de cine tenían que proyectar- junto con
otros documentales extranjeros requiere descodificacion. Y, por útimo,
lo más complicado es que otras claves están fuera de la película. Una de
ellas es el film "padre" de este, La niña de tus ojos (1998),
también de Trueba, con algunas de las actrices, actores de este. La
otra, el nudo mismo del argumento, la evasión de dos presos
izquierdistas en trabajos forzados en Cuelgamuros, que reproduce la
histórica real de la fuga de Nicolás Sánchez Albornoz y Manuel Lamana en
1948.
Empezando
por la segunda. Fue un golpe de mano producto de la audacia, la
juventud, la rebeldía de un grupo de jóvenes: Barbara Probst-Solomon y
Barbara Mailer (ambas, por entonces de unos 18 años), la hermana de
Norman, quien puso el dinero para comprar el coche, de acuerdo con
Francisco Benet, hermano a su vez de Juan Benet. Lo planearon y lo
ejecutaron. Cruzaron el país con los dos fugados. El coche se averió y
tuvieron por mil aventuras, pero llegaron a la frontera y pasaron ambos a
Francia. Lo contó luego años después Lamana en su novela Otros hombres y también lo ha contado muchas veces Probst-Solomon, que sigue activa al día de hoy.
Y lo hizo en una película, Los años bárbaros Fernando Colomo en 1998, el año de La niña de tus ojos.
De la película de Colomo, concebida como una comedia, arranca la
polémica de si este episodio puede narrarse o no en clave burlesca.
Probst-Solomon está en contra por parecerle falta de respeto. Pero la
verdad es que esa visión cómica en los dos films, el de Colomo y el de
Trueba es, en realidad, tragicómica. Por debajo de las chanzas y las
burlas hay un fondo de crítica y amargura muy fuerte. La personificación
final de Franco y el diálogo con Macarena Granada es la sublimación de
los más ocultos deseos de una o varias generaciones de españoles.
Otro
asunto merece la pena mencionar. Trueba atribuye al partido comunista
la hazaña de la fuga de Cuelgamuros. Es muy libre puesto que narra un
hecho inventado. Pero suena a propaganda y, lo que es peor, apoyada en
hechos reales que aparecen así acreditados a quienes no corresponden. No
consta que entre aquellos jóvenes intelectuales que realizaron el golpe
hubiera comunistas. Los dos penados, Sánchez-Alboronoz (hijo del
presidente de la República) y Lamana, habían sido condenados a ocho años
por reconstruir la FUE. A lo mejor tuvieron algo que ver con los
comunistas, aunque ninguno lo ha dicho y, desde luego, su fuga la
organizaron las dos norteameamericanas y el español Benet por su cuenta.
Las
otras claves externas son las de la peli anterior, de la que, por así
decir, se "escapa" un personaje, Blas Fontiveros, que presta aventura a
esta otra tras haber pasado por Mauthausen: una superproducción estilo
Samuel Bronston en los años cincuenta, en puro clima de bienvenido Mr. Marshall sobre la Reina Católica. Pura propaganda del régimen. La niña de tus ojos hacía burla de una película que rodaron los franquistas en la Alemania nazi, Carmen la de Triana
de Florián Rey. Se decía entonces (1937) que para conseguir los extras
había que echar mano de los gitanos. Lo que no se decía era que esos
gitanos los sacaban de los campos de concentración.
En
cualquier caso, la historia es estupenda y a ratos desternillante. Todo
pasado por el tamiz de la burla de un director que junta un espíritu
woodyallenesco con toques berlanguianos y, por supuesto almodovarianos.
Aparte de ser él mismo de modo apabullante. Burla de los rodajes de las
películas, burla de la cultura izquierdista de brigadistas
internacionales y víctimas del macartismo, burla de los modos y usos de
las gentes del cines mezcladas con las de la farándula. Burla de
Hollywood, de España, de todo. El trasunto de John Ford que presenta
roncando todo el rato con el parche en el ojo es divertido. Y burla sin
límite de la España de Franco y, desde luego, del propio Franco.
Quien
se quede sin ver la película por seguir el boicoteo se pierde una
visión de España de ayer, de hoy y de mañana que mueve a risa y a llanto
al mismo tiempo. Como siempre.
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
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