jueves, 10 de noviembre de 2016

Trump deberá desprenderse pronto de su populismo / Antonio Sánchez-Gijón *

Los mercados recibieron de uñas la noticia de que Donald Trump había ganado la carrera a la Casa Blanca. Pocas horas después se recobraron parcialmente, sobre todo tras su discurso convocando a demócratas y republicanos a seguir trabajando unidos por el país. A muchos les sonó bien, quizás porque no lo esperaban del abrupto personaje. Pero en el fondo, ¿cómo podía comportarse de otra manera? Pronto tendrá los resortes del poder en sus manos. Pero los dedos del poder le tienen a él. En cierta forma él es un huésped del poder.

El Poder con ma­yús­cula, para que se en­tienda. Y ese poder tiene una agenda de tra­bajo tan vo­lu­mi­nosa que cuando Trump se vaya fa­mi­lia­ri­zando con ella, le irá con­vir­tiendo en otra per­sona. Esta per­sona es­tará más in­for­mada (los dos­sieres son in­fi­nitos y com­ple­jos), más rea­lista (muchos de esos ex­pe­dientes con­tienen las claves que pueden des­en­lazar la des­truc­ción o la sal­va­ción de pue­blos y na­cio­nes, entre ellos los su­yos); y más pru­dente (el sis­tema de­mo­crá­tico tiene ‘checks and ba­lan­ces’ pero tam­bién aris­tas, afi­ladas y ocul­tas). El po­der, ade­más, obliga a re­finar las for­mas.

Toda esa in­tro­duc­ción es para decir que la pre­si­dencia de Trump es­tará más res­trin­gida por las reali­dades del poder de­ten­tado por los Estados Unidos, que por mu­chos de los in­creí­bles com­pro­misos que ha con­traído, y que le han ga­nado el mar­bete de po­pu­lista entre las opi­niones de mu­chas otras na­cio­nes...

Empecemos por la prio­ridad que, dentro de su pro­grama, apa­ren­te­mente ha sido el factor de­ci­sivo de su vic­to­ria: de­volver a su país los puestos de tra­bajo que fueron ex­por­tados a ter­ceros países por la glo­ba­li­za­ción, y cuyos pro­ductos com­piten con el ‘made in USA’. ¿Está Trump en con­di­ciones de des­viar unas co­rrientes de ne­go­cios que obe­decen a la ra­cio­na­lidad del ca­pi­ta­lismo, fa­vo­re­cidas además por los po­de­rosos sec­tores fi­nan­ciero e in­dus­trial de la eco­nomía nor­te­ame­ri­cana? El coche aca­bado en una ma­qui­la­dora me­xi­cana, ¿no re­cibe gran parte de sus piezas de un fa­bri­cante de los Estados Unidos? Ese co­che, ¿no le sale más ba­rato al com­prador nor­te­ame­ri­cano que el fa­bri­cado en los pro­pios Estados Unidos?

Esta cues­tión se halla es­tre­cha­mente vin­cu­lada con la de la emi­gra­ción. La pre­sión de­mo­grá­fica y la­boral de México sobre Estados Unidos es re­sul­tado de su nivel in­fe­rior de desa­rro­llo. Ya es sa­bido: a más desa­rro­llo, más re­ten­ción na­cional de la mano de obra, y en con­se­cuencia menos pre­sión mi­gra­toria hacia el norte. Es más, el mer­cado me­xi­cano ofrece una opor­tu­nidad de am­pliar, de forma rea­lista, el al­cance de la glo­ba­li­za­ción, pero li­mi­tán­dolo dentro de un es­pacio de­ter­mi­nado por sus pro­pios e in­va­ria­bles im­pe­ra­tivos geo­po­lí­ti­cos. No es lo mismo ‘globalizarse’ de cara a re­motos países bañados por el Pacífico o ante una na­ción con­ti­nente como China, que abrirse hacia un país de me­diano ta­maño con el que se com­parten ríos, sie­rras y vastas con­fi­gu­ra­ciones ma­rí­ti­mas, aparte de mu­chos rasgos cul­tu­ra­les.

Pero in­cluso aban­donar el im­pulso hacia la Asociación Transpacífica (TPP) obliga a re­visar uno de los pi­lares de la se­gu­ridad de los Estados Unidos en el Pacífico oc­ci­den­tal. Japón y Corea del Sur con­si­deran ese tra­tado como esen­cial para ase­gurar el fu­turo de sus eco­no­mías y for­ta­le­cerse ante China. Este tra­tado no se lle­vará al se­nado hasta que el nuevo pre­si­dente asuma el po­der, y lo que quiere Trump a lo mejor no cuadra con lo que desean mu­chos se­na­do­res, que re­pre­sentan in­tereses eco­nó­micos muy fuertes de sus es­ta­dos, y com­pro­misos firmes con los que se han ju­gado su ca­rrera po­lí­tica.

Unas pro­puestas de se­gu­ridad lan­zadas a la li­gera
Está tam­bién el im­pacto in­ter­na­cional de can­celar el TTP. Ésa sería una mala no­ticia para Shinzo Abe, el primer mi­nistro ja­po­nés. En su caso, y en el de Corea del Sur, la eco­nomía se cruza in­se­pa­ra­ble­mente con la se­gu­ri­dad. Frustrar a los amigos y aliados en lo co­mer­cial, y ani­marles a con­ti­nua­ción a ha­cerse con el arma ató­mica, como ha pro­puesto Trump a Tokio y Seúl, no pa­rece muy prac­ti­ca­ble, si­quiera sea por la di­fi­cultad de dis­poner de ella en el re­la­ti­va­mente corto plazo de una pre­si­dencia de cuatro años, ya que re­quiere una re­es­truc­tu­ra­ción geo­po­lí­tica fe­no­me­nal, que con­su­miría re­cursos in­te­lec­tuales y po­lí­ti­cos, aparte de fi­nan­cieros y mi­li­ta­res, de los que ni Japón ni Corea del Sur dis­ponen de mo­mento porque hasta ahora no lo ha­bían ne­ce­si­tado.

A la misma clase de ex­pe­dientes im­po­si­bles per­te­nece el su­puesto acer­ca­miento entre Trump y Putin. En este caso la alarma ha so­nado en Europa. Y sólo por una cosa tan su­per­fi­cial como que ambos hayan in­si­nuado que pueden en­ten­derse. Trump ten­dría que ig­norar la in­dig­na­ción y preo­cu­pa­ción que han cau­sado al pú­blico y a las élites po­lí­ticas nor­te­ame­ri­canas el des­precio mos­trado hacia el pro­ceso elec­toral en ór­ganos de pro­pa­ganda ofi­ciales ru­sos, o el es­pio­naje de Moscú sobre las redes in­for­má­ticas de los Estados Unidos. 

Trump sólo ha pro­me­tido re­parar las re­la­ciones con Rusia, lo que ha sido sa­lu­dado por Putin como una vic­toria per­so­nal, de­bida a su fir­meza y a su rec­ti­línea tra­yec­toria na­cio­na­lista, pero sus es­tre­chos lí­mites son per­fec­ta­mente le­gi­bles por las ca­bezas frías que sin duda se­guirá ha­biendo en la ad­mi­nis­tra­ción nor­te­ame­ri­cana.

Putin quiere ser un in­ter­lo­cutor fiable de Washington, al que quiere ver más des­pe­gado de esos que­jum­brosos eu­ro­peos que piden a Washington des­plazar fuerzas mi­li­tares a las fron­teras con Rusia. Moscú está ur­gido por dos im­pe­ra­tivos cir­cuns­tan­cia­les: que Occidente le­vante las san­ciones eco­nó­micas y las per­so­nales contra al­gunos de sus lí­de­res, y re­trasar o parar la pre­pa­ra­ción mi­litar de la OTAN, que se lleva a cabo de­man­dada por los países bál­ti­cos, Bulgaria, etc. Moscú, sin em­bargo, tiene poco que ofrecer a cam­bio, en tér­minos de dis­po­si­ción a la co­la­bo­ra­ción en la se­gu­ridad co­mún.

Trump ha de­man­dado a los aliados eu­ro­peos un in­cre­mento de su es­fuerzo mi­li­tar. Hace bien. Este es un ex­pe­diente en que el pre­si­dente Obama ha sido be­nigno, si no ne­gli­gente. Los cam­bios ha­bidos du­rante sus man­datos en el es­pacio geo­po­lí­tico de Europa no han re­ci­bido res­puesta, ni con­vin­cente ni su­fi­ciente por parte de los alia­dos, es­pe­cial­mente en casos como los de Alemania y España. 

Las de­fensas de los países eu­ro­peos no se mueven si no es de la mano de los Estados Unidos, en un tiempo en que se ha pro­du­cido la anexión de Crimea por Rusia, la guerra clan­des­tina contra Ucrania, el aban­dono por Moscú de las ne­go­cia­ciones sobre ar­ma­mento nu­clear, su des­pliegue mi­litar en Siria y un largo etc., en un es­fuerzo po­lí­tico de Putin que, en opi­nión del pre­si­dente búl­garo, Rosen Plevneliev, tiene por fin “hacer que Europa de­penda de Rusia”.

El examen de lo que sig­ni­fi­cará la pre­si­dencia de Trump pide mu­chos ca­pí­tu­los: queda por ana­lizar la po­si­ción que to­mará Washington sobre las gue­rras ci­viles de Oriente Medio, o el tra­tado de des­nu­clea­ri­za­ción con Irán, o la po­lí­tica ex­pan­sio­nista de China en mares que com­parte con aliados de los Estados Unidos; o la ca­rrera es­pa­cial de ambas po­ten­cias; o su ci­ber­se­gu­ri­dad, etc.

Los pro­nun­cia­mientos de Trump, du­rante su ca­rrera pre­si­den­cial, unos im­per­ti­nen­tes, otros me­ra­mente pro­vo­ca­ti­vos, en torno a los pro­blemas geo­po­lí­ticos más cru­ciales de nuestro tiempo, no tienen mucho sig­ni­fi­cado ni sen­tido en un mundo tan com­plejo, cuyos re­sortes y se­cretos han ido en­gro­sán­dose a lo largo de se­senta años o más. Esos son los dos­sieres del poder con los que Trump debe fa­mi­lia­ri­zarse y do­mi­nar. Y se dará cuenta de que el po­pu­lismo con que ha que­rido mu­chas veces ca­rac­te­ri­zarse tiene poca ca­bida en ese apren­di­zaje.


(*) Periodista


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