miércoles, 7 de septiembre de 2016

El PSOE y España / Ramón Cotarelo *

Leo un artículo de Joan Tardá en El siglo titulado Otra oportunidad perdida para el PSOE. Es una pieza digna de comentario y reflexión. Este hombre no solamente es un brillante tribuno, con esa pinta mezcla de león desaforado y maestro de corazón de oro. También es un analista de calado. Su artículo no es una lluvia de consignas o interpretaciones partidistas sobre asuntos tácticos de poca monta, sino que tiene fondo y alcance e hila cuestiones graves, paradójicamente ausentes del debate público. En realidad, ni el mismo Tardá las hace explícitas. Pero permite que otro, por ejemplo Palinuro, lo haga. De esa forma ya se adelantan los acuerdos y desacuerdos con el autor.

A vista de pájaro, la visión de Tardá es correcta y se articula en tres momentos: 1) un primer entendimiento entre el PSOE y el nacionalismo de izquierda abrió paso a la renovación estatutaria y, quién sabe, una nueva articulación territorial del Estado; 2) el periodo intermedio en el que el PSOE viró, se entendió con el nacionalismo burgués, el estatuto sufrió el deterioro conocido, el PP sustituyó al PSOE y, literalmente, dinamitó los puentes con Cataluña; 3) la etapa final actual: en España no hay gobierno en medio de una crisis constitucional mientras que Cataluña dispone de él y de los medios para seguir con su hoja de ruta hacia la independencia republicana.

El relato es correcto, aunque yo no emplearía el término "oportunidad". No me parece que sea una cuestión de aprovechar o no las oportunidades, sino de atender a actitudes y asuntos de mayor envergadura. Ignorarlos no sirve de nada. El relato es correcto porque lo es de los hechos. Pero falta su interpretación, la respuesta a la pregunta del por qué de esos hechos. Por mencionar una que, estando muy presente, está en realidad oculta: la pregunta por la nación. Es obvio: la idea de nación catalana excluye la española; la española, a su vez, incluye a la catalana a base de negarle su condición nacional. El nacionalismo catalán es unitario; el español, no. El nacionalismo catalán lleva la iniciativa; el nacionalismo español trata de defenderse de modo pobre, desorientado, sin proyecto alguno, fuera de la continuación de un estado en el que hay mucha gente a disgusto.

Si se quiere una prueba de lo anterior, considérese la explicación de Tardá de que la emasculación del Estatuto comenzó cuando el PSOE pactó con el nacionalismo burgués de CiU. Aceptado. El mismo nacionalismo burgués con el que ERC pactó después para crear JxS. ¿Entonces? No es lo mismo, nos dirá el autor: en el pacto PSOE-CiU, fue el PSOE quien cedió mientras que en el caso de CiU (luego solo Conv.) y ERC, la que cedió fue CiU. También correcto. Pero eso ¿qué quiere decir? Que el nacionalismo catalán es transversal y su idea de nación catalana una, compartida por la izquierda, la derecha y hasta por una fuerza "antisistema" como la CUP. Eso es mucho más de lo que el nacionalismo español puede soñar. El nacionalismo español está fragmentado y es muy incierto. Tanto que muchos nacionalistas españoles dicen que no son nacionalistas españoles. Tanto que no siquiera está cierto de su idea de nación ni de su origen o nacimiento. Ahí andan discutiendo sobre el siglo XIX, pero ni en eso hay acuerdo. La historiografía española es la consideración de un ente problemático, vivido a veces agudamente como una lucha o agonía, la nación española.

Y ese es un elemento esencial subyacente a la actual situación de parálisis y como marasmo: no hay una defensa de la nación española en términos positivos sino puramente negativos: no hay proyecto, pero Cataluña no puede intentarlo. Por eso, entiendo, el ataque al PSOE por la vía de la cobardía, la falta de audacia de su dirección en su política de alianzas ignora que el asunto es más profundo que una mera cuestión táctica de conveniencia para la formación de un gobierno. Se refiere a la idea de nación española que el PSOE tenga y es cierto que, en el fondo, no se distingue sustancialmente de la del PP: España es una sola nación y la Constitución vigente, su hipóstasis. Puede reformarse, sí, pero dentro de unos límites.

Conducir al PSOE a una visión plurinacional del Estado ya sería una hazaña. Llevarlo a aceptar una solución más allá de lo federal al uso, confederal, algo imposible. Pero quizá quepa suscitar en su seno un apoyo al referéndum catalán, aunque tampoco eso es seguro. Que junto al PSOE esté Podemos no facilita nada las cosas. Los morados son, en efecto, partidarios del referéndum catalán, pero en términos nebulosos, pues cuentan celebrarlo con acuerdo del Estado. Es decir, como ejemplo, su utilidad, dada su afición a la casuística, es nula.

Así que lo lógico sería seguir ofreciendo al PSOE una alianza de izquierda con los independentistas y darle tiempo a que reflexione sobre la situación. Alguien, seguro, se maliciará que la propuesta, al final, es pedir de nuevo a los catalanes que esperen. En absoluto. Muy bien señala Tardá que cuentan con los medios institucionales y procedimentales para seguir avanzando en la hoja de ruta. Háganlo a su modo, a su ritmo. Al fin y al cabo, desde un punto de vista material, la desconexión ha comenzado ya. En ese periodo quizá el PSOE pudiera reconsiderar su negativa al referéndum. No porque entienda que es preciso replantearse su concepción de España, sino porque quizá sea el único modo de evitar que la continuación del gobierno del PP lleve la confrontación con Cataluña al extremo de criminalizar a sus autoridades democráticamente elegidas.

Ya se sabe que, para la derecha la opción es clara: entre el orden (su idea del orden) y la democracia, elige el orden. Para la izquierda, sin demérito del orden, la democracia es primordial porque su ausencia es el verdadero desorden. Por eso la izquierda lo tiene siempre más difícil y hay que darle tiempo.

En todo caso, lo que está claro es que el objetivo prioritario hoy es desplazar a Rajoy y el PP porque su mantenimiento agrava el riesgo de escalada del conflicto catalán a extremos preocupantes. Y más si se tiene en cuenta que el régimen autocrático del PP ha colonizado todas las instituciones del Estado. A Rajoy personalmente obedecen hoy los medios de comunicación del Estado, la presidencia del Congreso, el Tribunal Constitucional en la persona de su presidente, antiguo militante del PP. La Fiscalía del Estado ya ha soltado su soflama anticatalana y el Rey parece tomar la conveniencia del partido del gobierno como norte de su inacción. Es decir, la derecha ha formado un gigantesco frente contra el independentismo cuyo punto débil esencial es su falta de legitimidad.

Puede haber un gobierno de izquierda que no apriete al PSOE en la cuestión del referéndum y garantice la lealtad de los de Podemos, si tal cosa es posible con gente que sigue en actitud de abierta hostilidad al partido con el que quiere unir esfuerzos. No solo puede: debe. Porque el freno a la descomposición institucional, a la omnipresencia de la corrupción, a la frustración generalizada y la fractura territorial conflictiva nos interesa a todos. Y a todas.

Y no se olvide que no es preciso demonizar la idea de unas terceras elecciones. ¿Por qué despiertan tanta animadversión? ¿Que es demasiado votar? Votar nunca es demasiado; demasiado es no votar.
 
El tramo final

Cuando las historias se acercan a su desenlace las crisis se agudizan, las posiciones se hacen más radicales, los personajes abandonan las medias tintas, las cuestiones se aclaran y cada cual aparece en el lugar que le corresponde. La Diada de este año tiene mucho de desenlace o, si se quiere, comienzo de desenlace. Será el inicio de un curso que, según como se desarrollen los acontecimientos, dilucidará el destino inmediato de Cataluña: independencia o conservación del autonomismo en alguna de sus ya casi infinitas variantes.

En el campo independentista y en la rampa a la convocatoria del 11 de septiembre próximo pareció cundir cierto desaliento y cansancio. Aunque se repitiera el acto simbólico año tras año y por mucho que fuera el entusiasmo de la gente, el armatoste del conjunto no parecía cambiar y las esperanzas de asistir al nacimiento de un Estado catalán disminuían. O quizá no fuera un ánimo (o desánimo) colectivo original, sino el resultado de una campaña de propaganda de los adversarios, interesados en que el desaliento prendiera a base de sembrarlo desde sus numerosos medios. O ambas cosas.

Por eso es tan importante la reciente decisión de la CUP de clarificar posiciones y adelantar su sí a la cuestión de confianza de Puigdemont sin condicionarlo a ninguna exigencia presupuestaria o referendaria. Es lo más eficaz y rotundo que ha hecho la CUP en mucho tiempo y una aportación substancial a la unidad y fuerza del independentismo. La ANC puede seguir adelante en la preparación de la Diada en el entendimiento de que será el prefacio a la confirmación de la hoja de ruta del gobierno de la Generalitat y el preparativo a una DUI o un RUI en el orden que las circunstancias demanden.

Frente a esta decisión las otras fuerzas políticas no independentistas también han tomado sus decisiones teniendo en cuenta sobre todo la Diada y su importancia movilizadora. Las organizaciones llamadas “constitucionalistas” o unionistas más o menos reciamente españolas, PP, C’s y PSC, no acompañarán a la melodía de los independientes. Eso es sabido. Lo interesante este año es la posición de las fuerzas intermedias, del “tercer género” o tercera vía, las “nuevas izquierdas”,  en Comú-Podem, EUiA y la señora Colau, una fuerza en sí misma. Su posición en el tablero político catalán, hasta ahora ambigua, confusa y tan repleta de matices que era casi incomprensible, se aclara por momentos. Si hasta la fecha pasaban por ser la versión catalana de la izquierda española y la versión española de la izquierda catalana, han acabado revelándose como la marrullería tradicional de la “verdadera” izquierda en España y Cataluña.

La palma en el concurso para iniciados y avisados se la lleva el señor Pisarello. Para justificar que En Comú-Podemos haya contraprogramado una manifestación el 11 de diciembre para hacer sombra a la Diada independentista, arguye y recontraarguye las similitudes y diferencias entre el independentismo nacionalista y el sano internacionalismo independiente. Nada de independencia en el vacío y la soledad del corredor de fondo sino una confluencia entre el alzado pueblo catalán y sus hermanos españoles que solo están esperando una razón para apoyar con su gobierno al frente el derecho a decidir de los catalanes. Es incomprensible cómo la realidad se obstina en ignorar el refinamiento de los distingos del regidor barcelonés.

Por descontado, la señora Colau, teniendo su alma municipalmente dividida entre sus seguidores y sus críticos ha decidido complacer a ambos, yendo a los dos actos, no al mismo tiempo –que para la ubicuidad aún le falta algún tiempo- sino consecutivamente, como una humilde mortal. La ciudadanía en pleno entenderá lo generoso de su posición y tomará buena nota cuando lo que haya en juego sean destinos d mayor prosapia, como la presidencia de la Generalitat.

A su vez, EUiA, fiel al espíritu bolchevique del que templó el acero con un discurso directo, sin ceremonias ni perifollos, irá a su propia celebración. De lo que se trata es de no contribuir a la habitual amalgama nacionalista que, ya se sabe, siendo nacionalista no puede ser buena salvo que la hayamos cocinado nosotros.

Queda así claro que la Diada de este año tiene el valor de una prueba de fuego y una importancia que supera las de los años anteriores. El avance del proceso independentista, liderado por un presidente de la Generalitat cuya determinación nadie barruntaba hace unos meses no solamente ha sembrado la inquietud en las filas del nacionalismo español, a su vez, enfangado en peleas cuyo simple relato avergüenza a un habitante del siglo XXI. También ha suscitado temores y reservas en sus primas hermanas las izquierdas catalanas que tienen que batirse el cobre en un territorio muy hostil, compuesto por adversarios de clase y de nación. De ahí el ataque concertado en las últimas fechas de esta convocatoria.

Como suele suceder en los juegos de azar, el monto de la última apuesta es el más alto de todos.
 
 
(*) Catedrático emérito de Ciencia Política en la UNED
 

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