Viendo y oyendo el discurso de investidura de Mariano Rajoy Brey este
martes desde la Tribuna de Prensa del Congreso de los Diputados, atento
a la más de media docena de interrupciones por los encendidos aplausos
de la bancada popular, en una tarde calurosa que amenazaba tormenta
desde la mañana, la única conclusión que ha podido sacar este cronista,
es que el señor Presidente del Gobierno en funciones, cuatro años en el
poder con mayoría absoluta, es que no tiene quien le escriba.
Es más, a quien le ha escrito ese discurso de treinta y seis páginas,
leída de forma monótona, con desgana y un cierto punto de cansancio,
durante más de hora y media, habría que suspenderle de empleo y sueldo.
Que un discurso como el que tenía que pronunciar este martes Mariano
Rajoy en el Parlamento, para iniciar lo que era el debate de
investidura, algo que debió haber hecho hace meses cuando declinó la
oferta que le hizo el Jefe del Estado, haya resultado, hasta cierto
punto, un fiasco, no sólo es responsabilidad del señor Presidente del
Gobierno, sino también de su equipo de colaboradores y de la falta de lo
que en Estados Unidos se conoce como speech writers o ghost writers,
un equipo de escritores encargados de reelaborar, reescribir, dar vida y
conexión con el público, a los discursos presidenciales.
Probablemente los dos Presidentes norteamericanos que más han cuidado a sus speech writers
hayan sido John Kennedy y Barack Obama. Kennedy contó con Robert
Schlesinger, autor de un libro de referencia sobre el tema, titulado White House Ghosts (Presidentes and Their Speechwriters),
nieto del historiador Arthur Schlesinger, uno de los hombres que más
influyeron en el clan de los Kennedy. Por su parte, Barack Obama tiene,
en estos momentos, un equipo de nueve escritores que día y noche,
intenta buscar el mensaje perfecto, la palabra adecuada, el término
conmovedor, el tono y la cadencia, con que el Presidente de Estados
Unidos, le hablará a su país, especialmente en las ocasiones más
solemnes como por ejemplo el del Estado de la Unión.
Probablemente si Rajoy, que no tiene quién le escriba, hubiese
contado con un “escribidor de discurso” (no, con lo que vulgarmente se
conoce como un “negro”), el discurso con el que iniciaba su investidura,
algo que debería tener previsto desde hace meses, porque tarde o
temprano, eso iba a llegar, hubiera carecido de la simplicidad y de la
falta de brillantez como el que se tuvo que oír este martes en el
Parlamento. Un discurso que ha girado sobre lo que Rajoy ha bautizado
como “Gobierno fuerte en una España unida”, poniendo más el acento en la
fortaleza de ese Gobierno y no en esa hermosa cita final de la
Constitución de Cádiz, cuando por primera vez, en nuestro país, el poder
de legislar, es decir, la soberanía que hasta entonces correspondió
exclusivamente al Monarca, fue asumida por los españoles, que dejaron de
ser súbditos y se convirtieron en ciudadanos.
Cicatero con Ciudadanos y con Rivera, y generoso con UPN, el PAR,
Foro Asturias y Coalición Canaria, el candidato reflejó en su discurso
que se presentaba como perdedor, convencido de que estaba ante un acto
fallido y ocultando, además, lo más importante del Pacto con Ciudadanos,
todo lo que suponía de intento de regeneración, de modernización y de
mejora para ciertos sectores sociales.
Probablemente dado el estado de ánimo con el que el candidato subió
al estrado, era muy difícil darle la vuelta a todo. Pero, por lo menos
el discurso no hubiera sido tan soporífero y, en cierto modo, tan poco
atractivo y generoso, para quienes había que convencer de que apoyaran
la investidura.
(*) Periodista y economista
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