Desde que Ángela Merkel aconsejó la
acumulación de agua y comida, y otros países han dado el mismo
consejo, se ha desatado una oleada de especulaciones sobre lo que se
esconde detrás de tal anuncio.
Al
mismo tiempo se recuerda la extraña frase que el Papa Francisco
pronunció en diciembre: “Disfruten de la Navidad porque quizás
sea la última”.
Esto
me recuerda el siniestro título de un libro “No os preocupéis por
el año 2.000; quizás no lo veáis”. También hubo otros libros
desafortunados: “La gran catástrofe de 1.983” por el astrólogo
argentino Borís Cristof, “Fin del mundo 1.992”, y la falsa
alarma creada por el final del calendario maya el 12 de diciembre de
2.012.
El
fin de los tiempos, juicio final, Apocalipsis o fin del mundo es una
hipotética situación en la que un evento podría causar la
destrucción de la especie humana. Los posibles resultados de este
acontecimiento pueden variar entre una interrupción importante de la
civilización humana, la extinción de los seres humanos, la
destrucción del planeta Tierra o la aniquilación de todo el
universo.
Por
otro lado los llamados Testigos de Jehová han anunciado el fin del
mundo en numerosas ocasiones y se han columpiado.
Luego
está un general ruso que se ha ido de la lengua y ha dicho que en
noviembre el mundo será muy diferente al que vemos ahora.
Pero
yo creo que no se puede hablar de fin del mundo sino
del fin de una civilización, de un sistema de creencias con muchas
mentiras que es un gigante con pies de barro, para dar paso a otra Humanidad más auténtica y conectada con su Creador.
Es
evidente que todos los países ocultan información para no alarmar a
sus ciudadanos pero nos tratan como si fuéramos menores de edad. Lo
único que han conseguido con este consejo es meternos el tramojo en
el cuerpo. Quizás ese era objetivo, pero lo peor que se puede hacer
es asustarse, porque el miedo nos vuelve vulnerables e indefensos,
nos roba la energía.
Hipótesis
Entre
las muchas especulaciones apocalípticas están las siguientes:
-
El desplome del dólar por el ingreso del yuan chino en el FMI, que está previsto a finales de septiembre.
-
Un atentado islamista que provocaría una gran contaminación radiactiva.
-
Un atentado terrorista de falsa bandera que provocaría la tercera guerra mundial.
-
Un enfrentamiento directo entre EE.UU. y Rusia en Siria, que también provocaría un conflicto mundial.
-
Una bomba de pulso electromagnético que provocaría un apagón mundial.
-
Una pandemia global producida por un virus.
-
Un evento geológico como terremotos, maremotos o volcanes.
-
Colisión de un gran meteorito, asteroide o cometa contra la Tierra.
-
Una brusca reorientación del eje de rotación de la Tierra.
-
Un cambio de polaridad magnética de la Tierra.
-
Un drástico aumento de la intensidad del Sol.
-
Una tormenta solar que bloquearía todos los sistemas electrónicos.
-
Ataques de rayos gamma u otra devastadora explosión de radiación cósmica.
-
El paso del sistema solar a través de una nube de polvo cósmico, como la nube de Oort.
-
Una intervención divina directa para ajustar cuentas con los malvados. Sería lo mejor.
Providencia divina
Está
claro que estamos viviendo un momento extraordinario en la historia
de la Humanidad pero prefiero ser optimista y pensar que todo será
para bien porque creo en la providencia divina, en el aspecto
maternal de Dios. La mejor definición que me enseñaron en el
catecismo católico:
Es
el cuidado amoroso de Dios por la Humanidad, por sus criaturas y por
toda su creación. Siempre es a favor del ser contra la nada, a favor
de la vida contra la muerte, a favor de la luz contra las tinieblas,
en una palabra: a favor de la verdad, del bien y de la belleza de
todo lo que existe.
Por lo tanto no hay nada que temer para el que tenga la conciencia
tranquila de no haber cometido ninguna tropelía contra sus
semejantes; pero está claro que vienen tiempos de prueba con los
cuatro jinetes del Apocalipsis: la guerra, la pobreza, la enfermedad
y la muerte.
(*) Periodista
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