Sostiene Rajoy que ganó las elecciones, en diciembre y en junio y que
por ello lo lógico es que gobierne, que les demás se aparten ante su
triunfo y lo asuman. Pero no le hacen caso. Va a resultar que la tesis
de Rajoy no aguanta la prueba de verificación científica, los hechos
van contra las opiniones, y estas son libres, pero aquellos son
sagrados. De manera que aunque Rajoy opina que ganó las elecciones, la
realidad le dice que no le sirve para gobernar, así que ganó, pero no
convenció.
Ha conseguido lo votos de Ciudadanos pero no son suficientes. Incluso
la confianza de Ciudadanos es demasiado provisional y cautelosa como
para estimar que se trata de un acuerdo sólido. Se trata de un acuerdo
de investidura, pero no de gobierno, que compromete al hipotético
gobierno de Rajoy a adoptar una serie de medidas que parece bastante
patente que no entusiasman al PP y probable que con el paso del tiempo
pueden desvanecerse.
El primer discurso de investidura, el del martes, resultó poco
convincente, envarado, porque Rajoy recitó una batería de medidas que no
formaban parte de su programa, de su propuesta y de sus preferencias.
Un discurso de contorsionista que olía a Ciudadanos más que al PP. Quizá
por eso Rajoy ha evitado cualquier entusiasmo por el pacto con
Ciudadanos y no ha mostrado ningún afecto hacia su socio coyuntural, al
joven Rivera.
Si alguien pidiera ordenar los afectos de Rajoy hacia los otros
líderes políticos, Iglesias aparecería como el primero y Sánchez el
último. A Rajoy le revienta el jefe socialista, se dirige a él con
desdén, y le alecciona recriminándole. Con Iglesias es todo lo
contrario, discrepa desde la simpatía, le divierte lo que escucha al
airado universitario y le trata con condescendencia. Con Rivera se queda
a mitad de camino, por un lado no le ahorra desdén, pero por otro tiene
que reconocer que le agradece los votos.
Y Rivera respecto a Rajoy hace otro tanto, sospecha que le va a
chulear, pero entiende que su futuro depende de acreditar que está
decidido a gobernar. Con Sánchez la relación no es mejor, más respeto
pero evidente distancia. Y lo de Iglesias y Rivera es animadversión
manifiesta y permanente.
La investidura va a fracasar porque no hay sorpresas, nadie tiene el
talento de imaginar una propuesta atractiva o irresistible para otros
hasta componer mayoría. De manera que ahora se trata de la operación
“chivo expiatorio”, de encontrar un culpable al que endosar la
responsabilidad del fracaso. Es una tarea en la que el PP y todos sus
entornos (casi todos los medios, incluidos los poco afectos) andan
empeñados desde hace tiempo. Fracasa Rajoy pero el culpable es Sánchez.
Una curiosa y arbitraria conclusión que no se sostiene en datos con
fuste.
En el PP (y en los demás grupos) saben que un candidato popular que no
fuera Rajoy podría conseguir la investidura, pero no es posible que
Rajoy se aparte o que alguien le anime a hacerlo. El problema es Rajoy,
pero ni lo va a reconocer, ni se lo explican. Califica Rajoy a Sánchez
de perdedor porque ha retrocedido en votos y escaños, sin reparar en lo
que él ha perdido.
El tapón que bloquea la legislatura se llama Mariano Rajoy, ni
consigue los votos, ni deja que otro compañero del partido lo intente.
El problema se llama Rajoy. Y el segundo problema es que carece de
alternativa. El debate fue reiterativo, retórico e inútil.
(*) Periodista
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