Las condiciones de Albert Rivera para la investidura de Mariano Rajoy
recibieron generosas alabanzas de ex presidentes y medios de
comunicación. Responsable, sentido de Estado, altura de miras, fueron
algunos de los elogios que le dedicaron al líder de Ciudadanos.
Se diría que España había encontrado al Kennedy que anhelaba desde
hace años para liderar el reformismo centrista. Desde este observatorio,
le contamos otra versión, escéptica y distante de tanto fervor, elogio e
incienso. La radiografía del político no da, por el momento, para
muchos actos de fe.
Tras la publicación en El País de su artículo dedicado a Sus
compatriotas socialistas con quienes comparte “un proyecto común diverso
y unido” y les llama a filas para “para exigir a un gobierno en minoría
del PP, como haría Ciudadanos, la reformas, la regeneración y el
control a la corrupción que nunca ha querido hacer el partido de Rajoy”,
se confirma que el telescopio del observatorio sigue con exactitud el
trazado de las estrellas.
¿El precedente que cita Rivera, son las reformas, la regeneración y
el control de la corrupción que ha acreditado en Andalucía tras su apoyo
a la investidura de Susana Díaz? ¿Qué pretende para la gobernanza de
este país, al menos durante los próximos tres años? ¿Se considera él,
con 32 escaños, el elegido para desbloquear España, con su particular
lectura del mapa que ha trazado el resultado electoral?
¿O estamos simplemente ante un ajuste de cuentas con el PP y con
Mariano Rajoy en particular, a quien quieren encontrar Albert y Pedro,
apostados en un recodo de la calle, con un alfanje corto y curvo?
Ciudadanos y Rivera no tiene otro horizonte de supervivencia que el
desmoronamiento del PP. Su espacio político está constreñido por los dos
grandes partidos y su trayectoria de crecimiento refleja ya claros
síntomas de agotamiento. Sin estructuras territoriales sólidas, con un
cuadros representativos de la más intensa mediocridad e irrelevancia
política y volcada la comunicación en la imagen y carrera personal de
Rivera, su consolidación solo puede sustentarse en la auto demolición de
PP y PSOE, con la particularidad que por su izquierda se ha agotado el
caladero de votos socialistas que ha encontrado un nivel de resistencia
en los resultados del 20-D.
Indudablemente Rivera es el segundo más interesado patrocinador de la
permanencia de Pedro Sánchez en la calle Ferraz -el primero es el mismo
Pedro- pues un relevo en la dirección socialista y una interlocución
más fluida del PSOE con el PP colocaría a Ciudadanos en los términos
reales de su resultado electoral y en un disminuido protagonismo en la
nueva etapa política.
Las disfunciones del sistema y la tozudez de la dirección del PSOE
que no entiende el momento político, social y económico -qué oportunidad
están perdiendo de ajustar el sistema político español y retornar a la
normalidad de su representación electoral- está provocando que Liliput
se ponga frente a un espejo de feria y su figura crezca de manera
inimaginable, mientras los demás miran asombrados.
La declaración de Mariano Rajoy recordando que del PSOE depende que
tengamos unas terceras elecciones, demuestra que el gallego conoce bien
el oficio de la apolítica y no ha perdido facultades.
La política en España no se mueve al ritmo de las exigencias de la
responsabilidad del Estado como proclama Albert Rivera en el artículo de
El País, sino en función de la estrategia de la oposición que está
repartiéndose los papeles en el nuevo guión surgido el 20-D.
El dilema que tienen PSOE y Ciudadanos, más bien Pedro Sánchez y
Albert Rivera, es decidir como paran a Mariano Rajoy sin morir en el
intento. Si consigue la investidura, malo para ellos. Y si hay terceras
elecciones peor.
Rivera parece que se decanta por favorecer la investidura y aplicar
una estrategia concertada con Pedro Sánchez de “gobierno del Parlamento”
que pueda conducir a una moción de censura constructiva en un cierto
tiempo, siempre que antes el presidente del Gobierno no haya hecho uso
de la facultad de disolución de las Cámaras y convocatoria de nuevas
elecciones. Quiere un gobierno débil y con la camisa de fuerza puesta.
Los que si han entendido su papel son Pablo Iglesias y Podemos. De momento no tiene otra cosa que descansar, ver, mirar y esperar un nuevo error del PSOE, que ciertamente deambula por el camino.
(*) Abogado y Registrador
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