Pedro Sánchez está desaparecido como líder del PSOE y la oposición,
cuando se espera de él que asuma un protagonismo esencial. Porque tiene
la oportunidad y la obligación política de hacer algo importante por
España y su partido: facilitar la formación del gobierno; y asumir la
responsabilidad de la derrota electoral del PSOE en las elecciones del
20-D y del 26-J, convocando el congreso del partido que les permita una
nueva y renovadora etapa.
Pero tenemos la impresión que lo único que le preocupa a Sánchez es
Sánchez. Es decir su presente y futuro político y por ello se enroca en
ese autismo político que lo ha conducido a una sonora soledad con su
discurso reiterado de ‘no es no’ y sus pésimas relaciones con Rajoy,
Iglesias, Rivera y bastantes dirigentes del PSOE.
El episodio de la constitución de la Mesa del Congreso donde el PSOE
ha perdido la presidencia y el control de la Cámara baja en un tiempo en
el que el poder Legislativo está llamado a tener un protagonismo
esencial en esta legislatura –si finalmente arranca- ha dado fe de la
ausencia de iniciativa y liderazgo de Sánchez. Tanto en el flanco zurdo
de la política como en el seno de la oposición donde el PP, por ahora,
ha concitado apoyos de C’S, CDC, PNV y CC, los que hasta hace poco eran
aliados del PSOE. Hasta ERC se acercó a Rajoy con el argumento de la
crisis presupuestaria catalana que depende de Oriol Junqueras.
En cuanto a la relación de Sánchez con Iglesias tenemos que decir que
no puede ser peor de lo que es. Entre otras cosas porque Iglesias en la
pasada legislatura le tomó el pelo a Sánchez haciéndole creer, por vía
de Errejón, que se abstendría en la votación de investidura del pasado 4
de marzo, y lo que hizo fue recuperar el discurso de la ‘cal viva’ de
los tiempos de los GAL, porque Iglesias ya estaba subido en la operación
del pacto con IU en busca del sorpasso al PSOE que finalmente no se
consumó, pero que sigue siendo la asignatura pendiente de Podemos.
Desde entonces Pedro Sánchez, que ha perdido en dos años al frente
del PSOE dos millones de votos y 25 escaños, se ha quedado casi mudo y
solo habla de dos cosas: del ‘no es no’ al Gobierno de Rajoy; y de que
Iglesias le impidió ser presidente lo que ha repetido hasta la saciedad
durante la pasada campaña electoral.
Pero el pasado es pasado y hora es que Sánchez reaccione en positivo y colabore, guardando las distancias que considere oportunas, en la gobernabilidad del país. Y ahí incluidos no solo la formación del nuevo gobierno sino también en la toma de medidas urgentes relativas a los Presupuestos Generales del Estado de 2017, que son esenciales para el gobierno España y para el de las autonomías por mucho que ello irrite a Susana Díaz, otra que anda desconcertada en la crisis del PSOE.
Lo que no puede pretender Sánchez es obligar a Rajoy a presentarse a
la investidura sin tener garantizada su elección como presidente del
Gobierno con la sola obsesión de ver fracasado a Rajoy para, de esa
manera, empatar el partido que el perdió en la pasada legislatura. Pero
esta vez se espera que el Rey no proponga el candidato a la investidura
sin haber comprobado que tiene apoyos necesarios para salir airoso y no
ocurra lo que pasó con Sánchez quien había anunciado al monarca y a su
partido que saldría victorioso y se estrelló.
En cuanto al liderazgo de la oposición a Sánchez le toca –al menos
hasta el nuevo congreso del PSOE- conducir la oposición de manera
constructiva y sin complejo alguno con Podemos por más que los de
Iglesias le acusen de colaborar con el PP, porque de lo que se trata es
de colaborar con España. Pero si Sánchez continua en su guerra con
Rajoy, Iglesias, Rivera y parte de su partido todo acabará mal. Con un
PSOE fracturado camino de las terceras elecciones donde Sánchez no
volverá a encabezar en el nombre del PSOE su cartel electoral.
(*) Periodista
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