“Creo que todo está claro”. Han sido las últimas palabras del
presidente del Gobierno en funciones Mariano Rajoy al final de la rueda
de prensa en la que ha comunicado que, tras su despacho con el Rey, y
como final de la ronda de consultas iniciadas con los representantes de
todos los grupos políticos el pasado martes, había sido propuesto por el
Jefe del Estado para formar gobierno, con lo que se daba por entendido
que había aceptado ir a la investidura, algo que declinó en el mes de
enero, creando un conflicto entre la Presidencia del Gobierno y la
Jefatura del Estado porque la Constitución no tiene prevista esa figura.
Sin embargo, la “claridad mariana” ha brillado por su ausencia y ha
sido sustituida primero por la sorpresa y luego por la confusión más
absoluta, cuando un periodista le ha preguntado si había posibilidad de
que no acudiera a la investidura. “Buena pregunta -ha respondido el
señor Rajoy- pero no adelantemos el futuro”. Tal respuesta en la que se
intuía que no sólo no había fecha para un debate de investidura (una
investidura y un debate obligatorios según el artículo 99 de la
Constitución, una vez que se ha producido el encargo del Rey, como
efectivamente, se ha producido en la tarde de este jueves), sino que
podía deducirse que, incluso, podía no haber investidura, aunque existía
el compromiso expreso del candidato a hacer todo lo posible, y llegar a
todo tipo de acuerdos para evitar unas terceras elecciones, algo que
rechazan todos los partidos políticos.
Es decir que todo no estaba claro, como decía el señor Rajoy ante la
sorpresa general, sino que entrabamos en un bucle misterioso del que no
podíamos salir y del que, tampoco, nos podía sacar la presidenta del
Congreso de los Diputados Ana Pastor que, después de despachar con el
Rey durante una hora, no podía aportar claridad a la confusión creada, a
pesar de que es precisamente ella la que tiene que fijar, de acuerdo
con el candidato, la fecha del debate de investidura, en el que se tiene
que votar si el candidato, cuenta con los suficientes apoyos como para
ser investido.
La señora Pastor, ha resuelto el tema como buenamente ha podido,
insistiendo en que tenía que hablar con el presidente en funciones (ella
ha dicho el candidato) y después de una “conversación con él veremos
qué plazo tenemos”. Es decir hablar con el candidato, sobre cuál era su
plan y que tiempo necesitaba para establecer los acuerdos con los
distintos grupos políticos. Hay que tener en cuenta que a lo largo de
las consultas reales, el señor Rajoy sólo cuenta con el apoyo de su
grupo, de Unión del Pueblo Navarro y Foro Asturias, es decir 137 votos,
una minoría, con la que ha dicho, está dispuesto a gobernar (algo que,
si hay investidura sólo se produciría si todos los grupos se
abstuviesen).
No ha podido aclarar nada más, una sonriente Ana Pastor
que nunca se había visto en su vida metida en tal vodevil. Tener que
convocar una investidura de la que había hablado con el Rey, sin saber
si el candidato quería, en un momento determinado, concurrir a esa
investidura. Ella no había oído la rueda de prensa de Rajoy y ni
siquiera pudo oír que, efectivamente, como insistía el candidato, “todo
había quedado claro”.
Parecía que estábamos asistiendo a aquella célebre sesión de las
Cortes de la Republica en la que se estaban explicando los Presupuestos
Generales del Estado (esos mismos que van a marcar el tiempo que
necesita Rajoy para llegar a acuerdos, teniendo en cuenta, que tienen
que estar listos el 23 de septiembre para enviarlos a Bruselas en
octubre), mientras una y otra vez el ministro de Hacienda de turno,
insistía en que todo estaba claro. Hasta que en un momento determinado,
desde el hemiciclo, alguien sin poder aguantar más, casi gritó: “!Qué
coño va a estar claro!”
Nadie en la rueda de prensa de la Moncloa se atrevió a dar un grito
parecido, aunque casi todos, desconcertados, estuvieron a punto. Durante
toda la semana se había especulado sobre la actitud que iba a adoptar
Rajoy y cuál iba a ser la propuesta del Rey. Se hablaba de que Rajoy no
podía, después de lo que ocurrió en enero, volver a declinar la oferta
del Jefe del Estado; de que el Rey no iba a hacer, en esta ocasión,
ninguna oferta y abrir un periodo de reflexión; de que el candidato no
podía aceptar la investidura si no tenia los suficientes apoyos aunque
podía aceptar y pactar con la presidenta de las Cortes una fecha
suficientemente amplia como para poder negociar, algo que no se ha hecho
durante este mes que ha transcurrido desde que se conocieron los
resultados del 26 de junio.
Lo que nadie podía esperar es que se podía producir era “declinar en diferido”… Más claro, agua.
(*) Periodista y economista
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