viernes, 24 de junio de 2016

Pesimismo demográfico / Primo González *

Un país en el que acontecen más funerales y entierros que bautizos no tiene trazas de estar fabricándose un futuro brillante. Esto es lo que le ha sucedido a España durante el pasado año, según los datos provisionales que el INE ha recopilado sobre el movimiento natural de la población, en el que se reflejan las principales variables demográficas del país.

La cifra de fallecidos superó en un 6,7% la del año anterior y ha sido la mayor tasa de aumento en el número de fallecidos desde el año 1971. Pocas cifras como las que reflejan la evolución de las variables principales del movimiento natural de la población española para llegar a la conclusión de que España vive una auténtica crisis demográfica, que afecta a la creciente cuantía de los fallecidos y a la decreciente importancia numérica de los nacidos, hasta el punto de poner el saldo en negativo, es decir, más fallecidos que nacidos.

Cada año, en efecto, se muere más gente. En los cinco últimos años, el número de fallecidos ha superado al del año anterior en cuatro ocasiones, aunque la intensidad en el número de fallecidos fue durante el año pasado particularmente fuerte. Parece que la crisis económica es letal y que acelera la propensión a morirse antes, lo que puede ser una forma de desmentir las estadísticas oficiales del PIB, en las que se habla de recuperación de la economía.

Con los nacimientos las cosas tampoco van muy bien, ya que en estos últimos años vienen al mundo unos 100.000 españoles menos que en los años del boom inmobiliario, allá por el año 2008, cuando la euforia de los matrimonios y parejas españoles alcanzó nada menos que los 520.000 partos o, mejor dicho, nacidos, porque algunos venían a pares.

Fue tan fuerte el impulso de la natalidad en aquel año que se batió el récord absoluto en número de nacidos de los 30 años anteriores. Habría que remontarse al año de la Constitución, el de 1978, para encontrar una cifra semejante. La Transición nació bien provista de bebés deseosos de participar en la nueva España que se estaba fraguando por aquel entonces. Todo lo contrario de lo que sucede ahora, cuando el número de nacidos ronda los mínimos históricos y el número de fallecidos crece a ritmos que no se conocían desde hace bastante tiempo. La España de nuestros días parece que no es del gusto de casi nadie.

Es más, hace más de 70 años que en España no se registra un descenso vegetativo de la población, es decir, más muertos que nacidos. Y ello a pesar de que en el cómputo de los nacidos ha tenido que echar una mano, y una mano bastante activa, la pléyade de madres extranjeras, que han aportado más del 17,5% de los nacimientos del pasado año, es decir, unos 75.000 del total de los cerca de 420.000 nacidos en el año. Las madres extranjeras han aportado en estos últimos años, a lo largo de la crisis, un buen elenco de niños, retrasando el cierre de una buena parte de la abundante planta educativa del país, que en algunos momentos ha comenzado a transformarse en equipamientos geriátricos.

La evolución de estas magnitudes se ha traducido además en un descenso de la esperanza de vida, que el pasado año ha descendido hasta los 82,7 años de media, cuando lo normal, desde hace bastantes años, era lo contrario. No es que el país se esté haciendo viejo, como temían algunos, es que se está despoblando.


(*) Periodista y economista


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