La campaña electoral arrancó en la madrugada del viernes con la
promesa de todos de que no habrá una tercera vuelta, aunque doce horas
antes el sondeo del CIS reflejó una posible distribución del voto que
dibuja un escenario más ingobernable que el salido de las urnas en
diciembre pasado. El mensaje de cambio del 20D, que la sociedad
interpretó como una llamada a recuperar la política de pactos y
consensos, muy pronto se contaminó con vetos cruzados y líneas rojas,
con negociaciones por sillones y con el mismo espíritu de siempre:
quítate tú para ponerme yo. La política necesita a personas que no
necesiten a la política, pero como ni de lejos es lo que sucede en
España, volvemos a las urnas en dos semanas para votar a los mismos
cuatro candidatos que durante meses proclamaron que no formar gobierno
constituiría un fracaso de la política con mayúsculas. Aquí están de
nuevo.
El CIS ha encarrilado la campaña dejando sobre la mesa un
escenario inquietante. Porque si se consuma, la aritmética volverá a
poner las cosas complicadas. Aunque el sondeo refleja que uno de cada
tres españoles aún no ha decidido su voto, y se hizo justo cuando IU y
Podemos fraguaron su acuerdo, los pronósticos han hecho saltar las
alarmas en todos los partidos, excepto lógicamente en Unidos Podemos,
que podría convertirse en segunda fuerza, a escasa distancia del PP. Los
mayores temores se viven en el PSOE, que corre el riesgo de perder la
hegemonía de la izquierda por el previsible ‘sorpasso’ de Unidos
Podemos. Si no se movilizan sus votantes, podría verse en la tesitura de
tener que apoyar a Iglesias o abstenerse para que gobierne Rajoy,
probablemente con una nueva Ejecutiva sin Pedro Sánchez.
Los datos de la
encuesta son también malos para el PP. Gana sin romper el techo del
30%, pierde escaños y ve alejarse más sus posibilidades de retener La
Moncloa con su propuesta de gran coalición. Seguiría dependiendo de
otros tras el 26J, pero sobre todo de un PSOE en su mayor crisis desde
la Transición. Ciudadanos también retrocedería, según el CIS,
difuminándose su papel de bisagra imprescindible. Quienes más buscaron
el acuerdo de gobierno son ahora las principales víctimas de la
polarización electoral entre PP y Unidos Podemos. La formación de Pablo
Iglesias es la que de antemano sale ganando. Su pacto con IU le puede
asegurar un incremento de escaños en 19 provincias, obteniendo en otras
cinco un diputado por primera vez. Establecer una alianza con la vieja
guardia del PCE, y al mismo tiempo definirse como socialdemócrata para
ocupar el espacio del PSOE, no ha sido obstáculo para quien demuestra
pocos reparos en romper los huevos que hagan falta si al final le sale
la tortilla.
Las expectativas de Unidos Podemos no solo son mérito de
sus estrategas y de su capacidad para el márketing político. También es
fruto de los errores de Pedro Sánchez que, para afianzarse en la
dirección socialista y desalojar al PP, aupó a Podemos y a sus
confluencias hasta la cúspide de los grandes ayuntamientos y varias
comunidades autónomas. También Rajoy ha puesto un importante grano de
arena, relativizando durante años la corrupción y dando alas al
populismo de plató para debilitar a los socialistas, sin reparar en que
su hundimiento le conduciría a él y al país a una gobernabilidad muy
complicada.
PSOE y PP han propiciado con una ingenuidad e irresponsabilidad
pasmosa ese escenario soñado por Íñigo Errejón y Pablo Iglesias,
inspirándose en la teoría del ‘Empate catastrófico’ de Álvaro García
Linera, vicepresidente de los tres primeros gobiernos de Evo Morales.
Influenciado por Gramsci y otros teóricos, García Linera llama ‘empate
catastrófico’ a una etapa de los Estados políticamente en crisis en la
que se confrontan dos proyectos nacionales de país, antagónicos y ambos
con capacidad de movilización, sin que ninguno logre imponerse,
produciéndose una crisis de gobernabilidad que puede durar meses o años.
El desempate terminaría por llegar coincidiendo con otro momento al que
García Linera denomina ‘punto de bifurcación’. Si se cumplen los
pronósticos del CIS, Podemos no lo alcanzará el 26J, pero podría
lograrlo en los siguientes comicios si desplaza ahora al PSOE.
A la vista del sondeo, la estrategia del miedo para movilizar a los
indecisos le está dando al PP parcos resultados en el corto plazo. Hasta
el propio Aznar, en ocasiones desconectado de la realidad, le ha
advertido a Rajoy de que la polarización electoral siempre beneficia más
a quien parte de peor posición. No obstante, en su mitin de ayer en
Murcia, el presidente perseveró en esa línea. En el mejor de los casos,
si los populares consiguen mantener de alguna forma el Gobierno van a
vivir un infierno teniendo enfrente a un partido que quiere «tomar el
cielo por asalto», desde la calle y el Parlamento, y con el que no
comparte el más mínimo solapamiento ideológico ni zonas comunes de
centralidad donde puedan pactarse, al menos, las políticas de Estado.
Nada está escrito de antemano. Las distancias entre los tres principales
partidos son estrechas y el número de indecisos es aún elevado. Pero si
no cambian las tendencias, amaneceremos el 27J con un panorama
imprevisible.
(*) Periodista y director de La Verdad
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