domingo, 12 de junio de 2016

El último golpe de Hooker y Gondorff / Pedro J. Ramírez *

Todo está sucediendo delante de nuestras narices pero faltaba una clave oculta para entender la magnitud de la farsa y la dimensión de la estafa. Hoy puedo aportar esa pieza del puzzle que permite que todo encaje. Un elemento que, por otra parte, emana de la más elemental aritmética electoral.

Desde el mismo instante en que el escrutinio del 20-D arrojó una distancia entre el PSOE y Podemos inferior a la mitad de los votos obtenidos por Izquierda Unida, era patente que Pablo Iglesias tenía el entresuelo del cielo -o sea el sorpasso, o sea la hegemonía de la izquierda- al alcance de la mano. Le bastaba con llegar a un acuerdo con alguien de ambición paralela a la suya como Alberto Garzón -siempre que este pastoreara a su grey- y esperar un par de años a unas elecciones anticipadas, una vez formalizado un pacto de gobierno necesariamente inestable.

Pero con la buena cabeza política que sus miopes detractores le niegan y la audacia que le caracteriza, Pablo Iglesias descubrió un atajo para ahorrarse la espera y lo encaró con frenesí. De acuerdo con la información que me ha facilitado una garganta profunda conocedora de los hechos, antes de que terminara el mes de enero ya tenía un acuerdo cerrado con Garzón para comparecer juntos en unas elecciones no anticipadas sino repetidas, en aplicación de la mecánica constitucional.

El broker de ese temprano acuerdo fue Julio Anguita, interlocutor semanal de Iglesias y Garzón por separado y ansioso de hacer pagar al PSOE el asesinato político del que fue víctima hace veinte años por atreverse a engarzar con Aznar la pinza contra el crimen de Estado y la corrupción del felipismo. El entendimiento fue fácil pues había mucha adrenalina ideológica, acumulada durante un siglo de historia, en el empeño de destruir al PSOE y un buen botín en escaños para repartir.

Para que el plan surtiera efecto sólo faltaban dos requisitos no menores: que se activara el reloj de la investidura y que transcurriera el plazo legal sin que ningún candidato lograra ser elegido presidente. Ninguna de las dos variables dependía ni de Iglesias, ni de Garzón, ni por supuesto de Anguita.

Fue casi simultáneamente cuando se estableció a espaldas de la ciudadanía lo que Errejón caracterizó no ha mucho en privado como "una relación de confianza" entre Pablo Iglesias y Mariano Rajoy. Es posible que muchos lectores ignoren que el término "conman", que en inglés sirve para identificar a los artistas del timo y la estafa, es un apócope de "confidence man", pues la credulidad es siempre la antesala del engaño.

No es que Rajoy haya confiado nunca en la integridad de Iglesias ni tampoco a la inversa. Pero sí que entre dos "conmen" o trileros de tan distinta generación, estilo y trayectoria se fraguó una relación de conveniencia mutua que desembocó en la más inesperada UTE política.

Hay que recordar cómo la gran prioridad a partir del 21-D -acaba de hacerlo Alberto Corazón al explicar por qué no volverá a votar a Podemos- era desembarazarse de un gobernante que chapoteaba en la corrupción como Rajoy. La pistola humeante de los SMS a Bárcenas, destinados a encubrir sus sobresueldos -claro que este señor cobró dinero negro, queridos niños-, había sido colocada en el centro de la campaña por la portada que exhibió en el debate a cuatro Albert Rivera y por las imprecaciones que le dirigió Pedro Sánchez en el cara a cara. La mayoría de los españoles votó por el cambio y en ese momento el cambio suponía que se fuera Rajoy. Quedaba por articular el Gobierno que lo hiciera posible, contando con el propio PP a nada que estuviera dispuesto a renovarse. Se cruzaban apuestas sobre cuántas semanas aguantaría Rajoy la presión de la opinión pública.

Fue entonces cuando Pablo Iglesias se transfiguró en el Johnny Hooker de la célebre película de George Roy Hill The Sting, que en España se estrenó como El golpe, cuando lo apropiado hubiera sido El timo, pues eso es lo que significa, además de "aguijón", "sting". Dentro de las variedades de "conmen", Hooker es el buscavidas callejero que arde en deseos de venganza contra la banda de Lonnegan por haber liquidado a su viejo amigo Luther después de que este les robara la cartera. O sea lo mismo que hizo el PSOE con Anguita.

Para desarrollar su plan, Hooker acude a un viejo profesional con el que a priori nadie le relacionaría: Henry Gondorff, alias "el Marqués", un cínico y flemático timador de casino que desarrolla sus trucos puro en ristre. Ni Pablo Iglesias es Robert Redford ni por supuesto Mariano Rajoy, Paul Newman; pero su reparto de papeles para llevarse al huerto a Pedro Sánchez -y de paso a su compañero de viaje Albert Rivera- coincide con el de la película.

El primer problema de la "extraña pareja" era poner en marcha el reloj constitucional y eso requería de un aspirante a la investidura distinto de Rajoy, pues dos días de debate sobre su candidatura lo habrían convertido en el más carbonizado de los churrascos. Por eso dio su famoso paso atrás ante el Rey, sólo comprensible a la luz del complot que estaba en marcha.

Había que tender una trampa a Pedro Sánchez construyendo para él un castillo en el aire tan atractivo como el falso garito de apuestas al que Hooker y Gondorff condujeron a Lonnegan, haciéndole creer que conocían con antelación los nombres de los caballos ganadores a través de un jefazo de la Western Union que difería la información telegráfica.

Rajoy hizo de Rajoy, presentándose como un pasmarote cobardón incapaz de correr riesgo alguno. Iglesias hizo de Iglesias, proclamando bravuconamente su apoyo a un gobierno de Sánchez a cambio de la vicepresidencia para luego rebajar sus pretensiones. Sánchez nunca sospechó que todo era una comedia en la que iban a pachas y mordió el anzuelo. Sotto voce el líder podemita hizo llegar a la calle Ferraz una y otra vez que si no había acuerdo en torno a lo que él llamaba un "gobierno de progreso", podía contar con su abstención si lograba el apoyo de Ciudadanos.

Por eso acudió Sánchez alegre y confiado a la investidura con su Pacto del Abrazo en bandolera. Y por eso su sonrisa se trocó en un rictus de estupor cuando oyó lo de la "cal viva". No por sus connotaciones pasadas, sino por lo que denotaba en el presente. Es obvio que Iglesias escenificó con maestría uno de sus brotes de esquizofrenia política para enmascarar su traición de fondo. "Ya sabes cómo es Pablo cuando se le hinchan las venas", le decían los intermediarios a un anonadado Sánchez.

El líder del PSOE acudió con el maletín de su capital político al falso garito de la investidura, lo apostó todo al caballo que creía que le llevaría a la Moncloa y fue desplumado de forma inmisericorde. Sólo quedaba tapar la farsa con otra farsa mayor.
Eso es lo que sucede en la película cuando repentinamente irrumpe el FBI y, en medio del barullo, Gondorff y Hooker fingen haberse convertido en terribles enemigos, hasta el extremo de que "el Marqués" abate a tiros al buscavidas. Eso es lo que se nos va a representar en la campaña electoral, tal vez desde el propio debate de mañana, con Rajoy erigido en sheriff del condado y protector de las gentes de orden frente a las ratas de alcantarilla que brotan de las sentinas para apoderarse de la ciudad. ¿A qué otra dinámica nos aboca un CIS que confirma no sólo el sorpasso de Podemos sino la supremacía de la izquierda sobre la derecha?

De acuerdo con el guión, cuando la contienda concluya veremos incorporarse al cadáver de Pablo Hooker para extraerse acto seguido la cápsula de sangre simulada que brotaba de su boca, abrazarse a Mariano Gondorff e iniciar el ordenado reparto del botín obtenido a costa de los partidos moderados. El único riesgo es que siendo ese el final feliz o al menos simpático que se estilaba cuando se estrenó El golpe en 1973, ahora se imponga el modelo gore de Tarantino y en una inesperada vuelta de tuerka final esto acabe como Reservoir Dogs. Ya pueden imaginar quien mataría a quien.


(*) Periodista


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